Presentación

Entre la meseta castellana y el altiplano mexicano, el personaje de ficción más emblemático de la literatura de habla hispana ha establecido una perdurable red de vasos comunicantes. En este inconmensurable paisaje geográfico, humano y espiritual, lo onírico también tiene lugar: cuenta el escritor hondureño Rafael Heliodoro Valle en la crónica El ingenioso hidalgo en México, que Miguel de Cervantes Saavedra veía en sueños a la capital de Nueva España “como una nueva Venecia”.

Hasta la ciudad que perdía rápida e irremisiblemente su carácter lacustre llegaron, en 1605 (el mismo año de su publicación en la metrópoli), 160 copias de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Una de las primeras manifestaciones de júbilo callejero habidas en la Muy Noble, Muy Leal e Imperial Ciudad de México sucedió en 1621, cuando los asistentes se dieron al jolgorio de las mascaradas disfrazándose de don Quijote, Sancho Panza y Dulcinea. Un tanto metamorfoseado, Alonso Quijano entra en la música sacro- profana novohispana de la mano o, mejor dicho, de la pluma de la Décima Musa, sor Juana Inés de la Cruz. Corría el año de 1676 cuando la monja jerónima compuso un villancico para la fiesta de la Asunción; en esta cancioncilla presenta a la Virgen María como una caballera andante que salva a sus fieles de las acechanzas del Malo.

Hacia el siglo XVIII ocurren dos hechos fundamentales en torno al erróneamente llamado Manco de Lepanto, pues no había perdido la mano izquierda sino que la tenía tullida. En Madrid, el escritor Gregorio Mayans lo hace objeto de la primera biografía, inaugurando así el cervantismo. Mientras tanto, en las posesiones ultramarinas de la Corona española se acomete un relectura de su obra cimera. Hasta entonces, había sido menospreciada por la elite cultural peninsular y criolla, que la consideraba un simple divertimento, una historia de burlas y parodias del género caballeresco medieval. Exiliados en su propia tierra, los escritores autóctonos y progresistas la apreciaron como una obra edificante, un trasunto de sus anhelos libertarios, muy acordes con el Siglo de las Luces.

En la literatura hispanoamericana decimonónica, José Joaquín Fernández de Lizardi es el primero en hacer referencia al impenitente enamorado de Dulcinea del Toboso, la humilde ventera transfigurada por su febril imaginación en una dama de la más alta alcurnia y grandes merecimientos. En su novela La Quijotita y su prima aboga por una educación intelectual y moral de la mujer al tiempo que ridiculiza sus defectos. Feminista sin proponérselo, la imaginaba emancipada de la servidumbre hogareña, patriarcal y conyugal. La vida y milagros del Caballero de la Triste Figura y su troupe fue objeto de cinco ediciones vernáculas en el siglo XIX, realizadas entre 1833 y 1877, cuando Irineo Paz publicó la última.

Dos notables cervantistas mexicanos nacieron en 1865: Francisco A. de Icaza y Luis González Obregón. En 1905, el Quijote cumplía 300 años de bregar por el mundo “desfaciendo entuertos” con un idealismo inquebrantable que rozaba la locura. Para celebrarlo, la Real Academia Española de la Lengua encarga el Elogio fúnebre de Cervantes al obispo emérito Ignacio Montes de Oca y Obregón, un destacado humanista, también políglota, traductor, poeta, helenista y un virtuoso de la oratoria. Nativos uno y otro de Guanajuato —Obregón del otrora Real de Minas de Santa Fe—, son heraldos de la proverbial tradición que le merece a la ciudad el nombramiento de Capital Cervantina de América Latina en 2005 por la UNESCO. En su patria adoptiva, la impronta del artífice de la novela moderna y polifónica se dejaba sentir desde 1952, cuando el maestro Enrique Ruelas fundó el Teatro Universitario, institucionalizando la representación, a partir de 1953, de los Entremeses cervantinos, piezas humorísticas breves representadas en los entreactos de dramas o comedias. A su vez, estos dieron origen al Festival Internacional Cervantino desde 1972. La capital guanajuatense también celebra anualmente el Coloquio Cervantino Internacional, establecido en 1987; ese año también surgió el Museo Iconográfico del Quijote gracias a la munificencia de Eulalio Ferrer, entonces un destacado publicista; su condición de exiliado republicano español lo impulsó a leer los periplos del visionario hombre de la Mancha “con una obsesión casi religiosa”.

Nuestro siglo XX fue testigo de una inédita pasión por el escritor que con retoricismo barroco se enorgullecía de ser “elogio de las musas”. A los hitos colectivos reseñados se sumaron las apologías y exégesis de Alfonso Reyes, Salvador Novo y Carlos Fuentes entre otros literatos. En el ámbito de los artistas plásticos relevantes, se debe a José Clemente Orozco uno de los pocos —quizás el único— retratos del ex soldado cautivo dos veces en Argel y preso en España acusado de fraude fiscal; lo pintó con una faz impasible, contemplando los excesos y crueldades de la Conquista en el Hospicio Cabañas, la Capilla Sixtina de América, en Guadalajara. Por el contrario, la iconografía del célebre hijodalgo, es decir, un noble sin título obligado a mantener caballo y armas, ha proliferado desde que José Guadalupe Posada tomara por asalto al arte mexicano con su imaginería chachalaquera y de inframundo, en la que figura un Quijote en desaforada cabalgata. Mención aparte merece un suceso único en la memorabilia quijotesca mundial; cuando el periodista tabasqueño José Pagés Llergo fundó la revista Siempre! en 1953 dispuso que el número inicial y los de aniversario tuvieran portadas alusivas. Estas glosas han estado a cargo de Carreño, David A. Siqueiros, Rufino Tamayo, José Luis Cuevas, Leonora Carrington, Rafael Coronel, Jorge González Camarena, Silvia Pardo, Juan O’Gorman, Alberto Gironella, Francisco Corzas, Vlady, Carlos Mérida, Abel Quezada, Freyre, José Chávez Morado, Manuel Felguérez, Leonardo Nierman, Luis Nishizawa, Guillermo Meza, Mario Orozco Rivera, Juan Soriano, Raúl Anguiano, Leonel Maciel, Rodolfo Morales, Capelo, Sebastián, Armando Ahuatzi y Guillermo Ceniceros. En la carátula de 2016, Juan Carlos Carrillo (Matvéi) lo pone a tono haciéndolo cabalgar en las redes sociales con el teléfono móvil como escudo y plantándole cara al siglo XXI.

En su Viaje del Parnaso, el Príncipe de los Ingenios Españoles “recluta” a los buenos bardos para luchar contra quienes distaban de serlo. Trasladada la acción a nuestro tiempo cabe imaginar qué gustoso habría admitido en su batallón a una selecta legión de sus pares mexicanos; no sólo a los poetas Octavio Paz y José Emilio Pacheco; también a los novelistas Carlos Fuentes, Sergio Pitol y Elena Poniatowska. A esta pléyade, el Ministerio de Cultura de España le adjudicó, por “enriquecer de forma notable el patrimonio literario de la Lengua Española”, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes.

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Este texto fue publicado como presentación del libro   400 años de Cervantes en México, 2017, en la colección Itinerarios Poéticos de México.

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