Miguel León-Portilla

Marta Morales. Nacimiento de figuras de trapo con trajes hechos y bordados a mano. Uruapan, Michoacán. Foto: © D.R. Francisco Kochen.

Para Celia Chávez

Se conservan testimonios acerca de cómo los indígenas de la región central de México, desde el siglo XVI, habían hecho suya, de un modo o de otro, la fiesta de la Navidad. ¿Ocurrió esto tan solo por obra de las prédicas de los frailes? ¿O es que el nacimiento de un dios, hijo de una virgen, les recordaba antiguas creencias? Sabemos que, según el pensamiento religioso prehispánico, tal fue el caso de Quetzalcóatl, nacido de Chimalma y de Huitzilopochtli, hijo de Coatlicue.

El hecho es que el nacimiento de Jesús, hijo de la Virgen María, fue celebrado con festejos en los espacios abiertos adjuntos a los conventos, sobre todo de los franciscanos. En esas celebraciones, además de danzas y música, se entonaban al modo de los antiguos tiempos, cantares en náhuatl, algunos compuestos por los frailes, como Bernardino de Sahagún, y otros por cuicapicque, poetas indígenas. También hubo escenificaciones de carácter teatral en las que la evocación del nacimiento de Jesús fue tema central. Varias son las composiciones en las que dicho acontecer se entrelaza con la venida de los tres Reyes Magos que llegan a adorar y hacer ofrendas al recién nacido. Se conocen completos o en parte los textos en náhuatl de cuatro composiciones. Una de ellas, probablemente la más antigua, se representó en Cuernavaca en la década de los años treinta del siglo XVI.

Ana Sabina. Cruz de la vida de Jesús. Barro policromado, moldeado y modelado. Ocumicho, Michoacán. Foto: © D.R. Francisco Kochen.

En todas estas composiciones teatrales, así como en los cantos, la lengua ancestral fue portadora de una nueva forma de dar un mensaje: el de la llegada al mundo de otro Dios en forma de niño. Aquí ofreceré algunas muestras de tales composiciones. En ellas el canto de los ángeles que proclaman la “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, se entrelaza con la palabra, rica en metáforas, de los hombres y mujeres nahuas.

Nacimiento. Pátzcuaro, Michoacán. Totomoxtle (hoja de maíz) policromado con anilinas. Foto: © D.R. Francisco Kochen.

El más temprano testimonio conocido

Aunque ya se mencionó que en la década de 1530 tuvo lugar la más antigua representación de la llegada de los reyes de Belén para adorar a Jesús, citaré aquí otro texto que denota también gran antigüedad. Aunque atribuido a fray Juan Bautista y fechado en 1607, el examen del mismo muestra que en él perduran elementos de la cultura prehispánica que son indicio de que fue compuesto, al menos en su versión primera, desde bastante tiempo antes. Por ejemplo, al hablar de Dios Padre se le llama Tloque Nahuaque, “Dueño del Cerca y del Junto” y también Ipalnemohuani, “Dador de la vida”. Se alude asimismo a la veintena de días, nombrada títitl en el calendario prehispánico. Abundan además metáforas y expresiones empleadas en las composiciones de la antigua tradición, tales como “in nican mamaza in tlacuayan, in ahtle itlatzacuilo, in ehecatl imoquetzaya (“aquí donde comen los venados, donde no hay albergue, donde se alza el viento”). Aduciré parte de las palabras —citadas en el libro El teatro náhuatl, de Fernando Horcasitas— que en esta composición el rey Baltasar dirige al Niño Jesús: “Tlacatlé, tlatohuanié, totecuyotlazotlé, chalchihuitlé, maquiztlé, quetzaliztlé. In nica otihualmohuicac in nica omitzhualmihuali in motlazomahuiztahtzin in Tloque Nahuaque, In Ipalnemohuhuani” (“Señor, soberano, amado señor nuestro, eres un jade, una joya preciosa, plumaje de quetzal, viniste aquí, te envió tu maravilloso padre, el Dueño de la Cerca y del Junto, el Dador de vida”).

Nacimientos de pedazos de rábano. Oaxaca, Oaxaca. Foto: © D.R. Vittorio D’Onofri.

A estas palabras acompañan otras de reverencia y adoración. María, la madre del niño, responde luego agradecida. Hablan enseguida Melchor y Gaspar que, a su vez, escuchan las respuestas de María. Los esbirros del rey Herodes entran en escena. Quieren saber dónde se halla el niño que, según los tres reyes, ha nacido como soberano del mundo. Acatando las órdenes de Herodes, disponen luego la que en toda la Cristiandad se ha conocido más tarde como la matanza de lo santos inocentes; es decir, de todos los niños entre los que se pensó que se encontraría Jesús. Evocaciones como ésta, según ya se dijo, fueron relativamente frecuentes a lo largo del siglo XVI y principios de la siguiente centuria. La lengua náhuatl acercaba así al pueblo al gran tema de la natividad del redentor. Otra forma de trae a la mente y al corazón el nacimiento de Jesús fue a través de cantares que se entonaban en público, bien sea en las iglesias o en festejos al aire libre.

Inés y Eugenio Méndez Navarro. Escena de nacimiento de Cuetzalan (San Andrés Tzicuilán), Puebla. Madera tallada con indumentaria, textiles, cartón y cera. Foto: © D.R. Vittorio D’Onofri.

¿Una muestra de mestizaje cultural?

Se dirá que esto ha sido consecuencia de imposiciones, tanto por la corona española como por la Iglesia. De la fusión de elementos de la cultura nativa con la mediterránea en su versión hispánica, hay innumerables testimonios. Me he ocupado de ello en un estudio que publiqué en 1974 titulado Testimonios sobre la conquista española.

En la actualidad no es raro que haya estudiosos para quienes la idea de un México mestizo sea una arbitraria aseveración que se opone a la perduración de las culturas y las lenguas indígenas. Pienso que, si es verdad que en México perduran con sus diferencias culturales no pocos pueblos indígenas, también es innegable que, en muchos casos, ha habido grupos nativos que se han mezclado con personas de origen español y también africano. Han dado así origen a formas de vida en las que es patente el encuentro de dos mundos. Y aun los millones de indígenas que han perdurado, puesto que ninguna cultura es estática, han hecho suyos elementos llegados de fuera. La riqueza espiritual de México, como el universo de su naturaleza, se finca en su diversidad que es fuente de creatividad. Nacimientos, cantos navideños y la llegada de los tres Reyes Magos, entre otras muchas cosas, de modo paralelo a celebraciones como las del voladores, las danzas de los concheros, o el culto a Tonantzin-Guadalupe, pertenecen a lo que cabe describir como rostro y corazón de México.


Miguel León Portilla es filósofo y escritor. Dirigió el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Es consejero de las academias mexicanas de la lengua, de Ciencias y de la Historia, de la Sociedad Mexicana de Antropología y es miembro de El Colegio Nacional.

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