Margarita de Orellana y Rafael López Castro

El primer día de la Semana Mayor es el Domingo de Ramos, cuando Jesús fue aclamado por el pueblo de Jerusalén que extendía sus capas en el camino, cortaban ramas de los árboles y las ponían sobre el suelo o quizá las agitaban a su paso. Como si todas las palmeras de un oasis en el desierto se inclinaran para saludar a su rey. En este rito procesional las palmas tejidas en Uruapan son el signo de la participación de la comunidad. Por la calle podemos vislumbrar a un joven de cabello largo, vestido con una toga blanca y una tela en forma de media capa, sobre un burrito blanco, que representa a Cristo en ese momento crucial de su vida. Un joven de cara triste va jalando al animalito a un lado de la muchedumbre que  los observa.

Las manos de los artesanos ese día tejen con velocidad y maestría las palmas que se llevarán a bendecir a la iglesia. Siempre salen formas nuevas y las mismas: los espectaculares resplandores para la virgen. O las palmas más sencillas y los Cristos en su cruz que parecen estar tejidos con espigas de trigo y tienen tanta gracia en su factura que nos hacen pensar en una doble bendición. La que recibirán en la iglesia de manos del sacerdote y las de la gracia que recibirá la propia iglesia por la fuerza creativa de las manos hábiles que las producen. Las palmas bendecidas además se convierten en talismanes que protegen del mal de ojo, aunque muchos sacerdotes nieguen ese poder y ese mal.

Todos se precipitan a comprar su pequeña porción de divinidad en formas y materiales distintos, ya sea de palma, de tule o de trigo. Las palmas se tejen en forma de petatillo y trenzado. Las tejedoras en la plaza se concentran en multiplicar sus piezas para que nadie quede desprovisto de ellas. Hombres, mujeres, niñas, aprovechan este único día de ventas seguras. Frente a la fachada plateresca de la iglesia principal desfilan los feligreses. El río de gente que lleva en las manos  las preciadas y bien hechas palmas no deja de fluir.

Esta importante fiesta religiosa se desborda en manifestaciones más profanas como el despliegue de un gran mercado. Esto abre la posibilidad para que muchos michoacanos de otras regiones participen directamente en el comercio. Aquí tienen la oportunidad de vender al consumidor sin pasar por intermediarios. La plaza central de Uruapan se viste de tianguis y sus avenidas se decoraban en lo alto con papel picado. Como el mercado ha crecido mucho los últimos años, el papel picado de las avenidas ha sido sustituido por más carpas y luces de neón que prolongan el tiempo de la venta hasta altas horas de la noche.

Los adornos propios de una festividad como ésta se han subordinado a la posibilidad de alargar las horas y, de por supuesto, obtener ganancias que podrán ayudar a la economía de los diversos pueblos reunidos. Pero este espacio se convierte en algo más que puestos; es un ámbito de excepción. Lo que se desarrollará aquí tiene su propia dinámica y su propio tiempo. Nada más lejos de la vida urbana del supermercado. Aquí el tiempo tiene otro significado: no hay demasiada prisa para desplazar la mercancía, aunque haya necesidad. No percibimos el anhelo de eficiencia, progreso y consumismo galopante característicos de nuestra vida urbana. Sin embargo, vemos una actividad constante, nadie parece descansar ya que si no se está atendiendo al comprador, hay otras actividades que se llevan a cabo en cada puesto. Desde la preparación de alimentos hasta la factura de algunas artesanías. Otra lógica parece funcionar en este ámbito de comercio y vida ritual.

Al ver tantas artesanías juntas en un espacio como este mercado, nos invade la sensación de que este sentido estético de los artesanos no sólo no se agota, como piensan algunos, sino que se multiplica. Podemos vislumbrar lo nuevo, lo antiguo, lo regional y lo extranjero en muchas de estas piezas. Es claro que poder llevar a casa algunas piezas de barro, de madera o de tela para usarlas diariamente nos permite mejorar la dimensión estética de nuestra vida.

Es importante aclarar que la fiesta no se confina a los espacios mencionados, sino que se extiende más allá, a otros espacios públicos donde aparecerán bandas de músicos, danzas rituales de todo Michoacán, representaciones alusivas a la Semana Mayor, un concurso de artesanías, un concurso de trajes regionales, una muestra gastronómica de cocina purépecha y fuegos artificiales. Como muchas de nuestras fiestas, ésta tiene la característica de ser excesiva, de mostrar un gran derroche no sólo de gastos sino de alegría y de participación comunitaria.

Imágenes del libro Domingo de Ramos en Uruapan, Michoacán, México, Artes de México, 2006. Fotografía: D.R. Rafael López Castro, 2018.

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