Karla Angélica Segura Pantoja

El mole, “hijo de varios chiles”, es uno de los platillos que le dan identidad a México y a sus regiones. Sinónimo de fiesta, el mole es el guiso que hace honor tanto a los vivos como a los muertos: bautizos, bodas y entierros culminan en la comunión gastronómica del banquete negro. El mole es sin duda uno de los platillos que más asombran al extranjero que descubre la cocina en México. El misterio de la salsa oscura, dulce y picosa que baña la carne en un colorido contraste no dejó indiferente a una de nuestras más ilustres visitantes, Leonora Carrington.

Leonora Carrington describe sus impresiones del país en sus primeras cartas enviadas desde México. El 5 de marzo de 1942, le escribe a la pintora Jacqueline Lamba dándole un recuento de su viaje por México al que califica de maravilloso, adjetivo cardinal de la estética surrealista. En México, Leonora Carrington viaja con Renato Leduc, quien la guía por Ciudad de México, Puebla, Orizaba, Veracruz y Jalapa. Los dos primeros elementos mexicanos que conquistan a la joven Leonora son la brujería y la cocina, los cuales, finalmente se vuelven importantes en su obra. En su primer viaje a México, Leonora Carrington recibe de sus anfitriones veladoras negras y plantas, así como una introducción a los “ritos domésticos” que forman parte de la vida popular del país y que alimentarían su fascinación por lo mágico en la cocina. En esta misma carta, Leonora Carrington continúa el relato de su viaje y anuncia su próxima experiencia: “Vamos a ir a conocer un convento muy bello que consiste en una vasta cocina (nada más) en donde las religiosas son felices haciendo (y comiendo) todas las familias y colores de mole y durante estas ocupaciones un pequeño y gordo niño hace sus apariciones en los platillos que están hirviendo (…)”.[1]

Froylán Ruíz, Mole, 2012. Óleo sobre tela. Colección particular.

A Leonora Carrington le hubiera gustado conocer el fantasma del niño ya que, desde su infancia, la artista es amante de las historias mitológicas y de las leyendas celtas que nutrieron su imaginación. México continuaría satisfaciendo ese apetito por lo mágico. El maravilloso convento del que Leonora nos cuenta en su carta, correspondería al ex convento de Santa Rosa en Puebla; su cocina monumental del siglo xvii sería la cuna del dichoso platillo azabache y si contamos con el típico carácter mexicano de ensalzar y modificar las leyendas populares al gusto del auditorio (o del narrador), el fantasma del niño no resulta sorprendente en esta historia. El mole en esta misiva es descrito como una “comida majestuosa negra” y Leonora declara discretamente “mi estómago se ha repuesto”. El mole, como uno de los primeros guisos típicamente mexicanos que probó quedará grabado en su memoria y en algunas de sus futuras obras como parte de un meticuloso ritual culinario.

Como ejemplo, el cuadro Grandmother Moorhead’s Aromatic Kitchen (1975) exhala un extraño aire de familia con las imágenes del convento poblano a pesar de la referencia irlandesa del apellido Moorhead en el título —se trata del apellido de la madre de Leonora, Maurie Moorhead—, al fondo del cuadro se puede observar una cocina de leña al estilo colonial mexicano. El personaje arrodillado al frente está moliendo en un metate. Especias, maíz, ajo y vegetales al centro del cuadro esperan su turno. Si en algunas interpretaciones el ave blanca ha sido relacionada con la diosa blanca de los Tuatha dé Danann[2] de la mitología irlandesa, ésta figura también podría interpretarse simplemente como la carne para guisar. En todo caso, nos encontramos frente a una obra de sincretismo absoluto, en la que el manjar que se prepara es un festín digno de dioses.

José Agustín Arrieta, Cocina poblana, 1863. Óleo sobre tela. Museo Nacional de Historia. Castillo de Chapultepec.

La anécdota del convento del mole será el ingrediente principal de otra obra, La invención del mole.[3] Escrita en los años cincuenta,  esta corta obra de teatro en un acto habla de la fusión entre magia y cocina con una gran dosis de humor. Los personajes son “Montezuma”, un amigo, El arzobispo de Canterbury, la Gran Bruja Tlaxcluhuichiloquitle, el cocinero imperial, ocelotes, quetzales y servidores de la corte. Montezuma y el arzobispo de Canterbury se encuentran en pleno debate teológico: Montezuma no entiende cómo es posible que la religión del pontífice sigua viva cuando el pueblo juega un papel tan “pasivo” dentro de ella. Montezuma se muestra también un tanto escéptico sobre el hecho de que el arzobispo no sea capaz de realizar ningún milagro, ninguna magia. En medio de aquella conversación entre ambos líderes espirituales, el arzobispo se da cuenta de que el banquete planeado para esa noche será él mismo. Curiosamente, el arzobispo desea comer “pavo hervido, y si es posible alguna de esas deliciosas tortillas de maíz. Y tal vez una taza de esa deliciosa bebida que llaman chocolate”. Es decir, tres de los ingredientes clave del mole poblano. La obra parece inspirarse en las leyendas sobre el origen del mole de las monjas cocineras de Puebla,[4] pero gracias a su imaginación desbordante, Leonora Carrington nos da su propia versión, una “sinfonía gastronómica” en la que el carácter sumamente refinado de Montezuma contrasta con el tono patético de su homólogo inglés. Leonora Carrington remonta el origen del mole a los tiempos de Moctezuma.

En La invención del mole, Leonora Carrington cambia los papeles del estado y la iglesia. No son las monjas las que inventan el platillo para honorar la visita de un virrey, como cuenta la leyenda. Es el cocinero imperial de Montezuma quien improvisa con la carne grasa del arzobispo para deleitar el paladar del gran Rey de Texcoco; el pavo, el maíz y el chocolate son el resultado de “azares objetivos” en la receta. En este mundo imaginado en el que los pueblos ancestrales de la América precolombina siguen reinando, Leonora Carrington dialoga con las diferencias ideológicas de los emisarios del viejo y del nuevo mundo, identificándose más con la visión del emperador que con aquella de su compatriota, el arzobispo, un miembro de la “Santa Iglesia” que contribuye a “Una humanidad alimentada con puras teorías y especulaciones sobre la eternidad […] un mecanismo para el suicidio”. Montezuma, al contrario, aparece como un personaje sutil y refinado, capaz de comprender la importancia de las emociones: “Nuestra propia angustia es algo más vital, necesitamos saciar nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestra profunda sed de maravillas. De otro modo nos convertiríamos todos en fantasmas o en algo peor, ideas vacías”. En esta obra el anticlericalismo de Leonora Carrington llega a su apoteosis cuando el arzobispo de Canterbury, incapaz de realizar milagros, es ridiculizado por la bruja Tlaxcluhuichiloquitle. Invocada por Montezuma, la bruja hace su aparición saliendo de la sotana del arzobispo, acompañada de un séquito de ocelotes y quetzales, animales sagrados de las civilizaciones mesoamericanas que se convierten enseguida en cáscaras de plátano y plumas. En la didascálica, Leonora nos dice: “La Bruja no habla, solo cacarea rápidamente como un pollo excitado. Pero sus movimientos son lentos. De pronto una multitud de ocelotes y quetzales salen por debajo de la sotana y traba un combate mortal. Empiezan a matarse unos a otros y se convierten en cascaras de plátano y montones de plumas, respectivamente. Ella desaparece y solo se oye su cacareo”.

Armando Ahuatzi,  Mole en Tlaxcala, 2015. Óleo sobre tela. Colección particular.

Esta bruja imaginaria, cuyo nombre Leonora Carrington ha inventado yuxtaponiendo e imitando diferentes bases léxicas de origen náhuatl, podría ser la misma del cuadro. A pesar de que Leonora no proporcione la descripción física de este personaje, su cacareo parece ser una clave. ¿Acaso la bruja Tlaxcluhuichiloquitle de La invención del mole es la diosa blanca en forma de ave de Grandmother Moorhead’s Aromatic Kitchen? En este cuadro también hay una inversión de valores: el tamaño exacerbado del ave contrasta con el de los demás personajes.

Los personajes de las historias de Leonora Carrington suelen tener que pasar por una serie de transformaciones o están a punto de sufrir una transformación. La cocina es sin duda un lugar de metamorfosis; la enorme olla de barro en la que se cocinará al arzobispo de Canterbury evoca el caldero, instrumento mágico de la brujería y de la alquimia, y recurrente en la obra de Leonora Carrington. La preparación de un brebaje humano está también en el corazón de la narración de La trompetilla acústica. Marion Letherby, la protagonista nonagenaria de esta novela en clave, se encuentra con su doble, se sumerge en un caldero hirviendo y termina comiéndose a sí misma. En el cuento “Cuando iban por el lindero en bicicleta”, la protagonista Virgina Fur termina comiéndose a su amado, un hermoso jabalí. El acto de comer, de ingerir con toda su belleza y violencia, forma parte fundamental de su reflexión antiespecista, avant la lettre: “Usted será simplemente asimilado, absorbido por estos reales príncipes, una vez que se haya impregnado de las salsas más exquisitas, todo con la mayor dignidad y los modales más aristocráticos. Y en todo momento la conversación brillara con humor, ingenio y cultura. Aunque desde luego, usted ya no estará para participar”.

Mole, Códice Florentino, libro IV, folio 69v. 

En La invención del mole Montezuma trata de tranquilizar al arzobispo, en lo que a su parecer es un acto completamente natural. ¿Por qué comemos fácilmente ciertas especies y otras no? Otro platillo típico al cual Leonora Carrington hace alusión en sus escritos, es el de las carnitas. El cerdo cocinado en su propia grasa forma parte de la lista de platillos que sorprenden a un extranjero en México. En “Cuento mexicano”, el niño Juan es despedazado en “trocitos de carne” después de haberse comido a los cerdos que cuidaba en tacos de carnitas con salsa.

Es un “azar objetivo” que la palabra mole y la palabra moler se asemejen fonéticamente. La primera viene del vocablo náhuatl molli o mulli, que significa salsa, guiso o manjar y la segunda del latín molere, triturar. También es un azar que para elaborar la salsa, los ingredientes se tengan que moler. Leonora parece no ignorar el origen de la palabra: el aroma de la salsa es mencionado varias veces en La invención del mole.

De chile, de mole y de dulce… Existen tantas leyendas acerca del origen del mole, como recetas caseras. Cada región tiene su color: mole negro, mole rojo, mole verde, mole amarillo o amarillito, mole de olla… cada cocinero tiene su receta. No por nada, en la cocina de la Casa Azul, la receta de Frida Kahlo de mole poblano es parte integrante del escenario. El mole es un platillo mestizo por excelencia, triunfo de la mezcla de diferentes especias y culturas. Hay quienes cuentan que existen recetas de mole con más de cien ingredientes para preparar la salsa. Las leyendas urbanas del mole son infinitas, aunque la realidad ecológica es un tanto alarmante para esta diversidad, puesto que algunas especies de chile, como el chile huacle, primordial para la preparación del mole negro oaxaqueño, se encuentran en peligro de extinción.[5]

Leonora Carrington, La cocina aromática de la abuela Moorhead, 1975. Óleo sobre tela. Colección particular.

La cocina está directamente relacionada con la vida y la muerte. La leyenda de Leonora es aquella del niño que aparece en el mole hirviendo; ¿Quién era este niño? ¿El arzobispo de Canterbury, la diosa blanca, simple carne para cocer o ella misma? Lo único que podemos afirmar con certeza es que el sincretismo era el mero mole de Leonora.

 

[1] Carta inédita de Leonora Carrington a Jacqueline Lamba Breton, México, 5 de abril 1942, archivos André Breton, BRT C 419 – BRT C 432, Biblithèque Littéraire Jacques Doucet. Traducción del francés por la autora.

[2] Para explorar el tema de la cocina en la obra pictórica de Leonora Carrington de manera general, ver el artículo de Susan Aberth, “The Alchemical Kitchen: At Home with Leonora Carrington”, Nierika. Celebrando a Leonora Carrington, vol. 1, 2012.

[3] Leonora Carrington publicó La invención del mole en la Revista Mexicana de Literatura núm. 7, septiembre-octubre 1956. La versión que aparece en El séptimo caballo y otros cuentos. México, Siglo veintiuno editores, 1992, es una traducción al español de Francisco Torres Oliver de la versión en inglés The invention of mole, E.P. Dutton, New York, 1988.

[4] Ver Eduardo Merlo, “Chilmolli; el abuelo del mole”, Artes de México, El chile. Fruto ancestral,  núm.126, 2017, pp. 31-39.

[5] El chile huacle es endémico de Cuicatlan, Oaxaca. Ver tesis de maestría de Jair San Juan Martínez, Germinación, crecimiento y desarrollo de dos chiles nativos (Capsicum annuum L.) de Oaxaca bajo invernadero, Anca 2018.

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Karla Angélica Segura Pantoja es ganadora del tercer lugar en el Premio Universitario de Ensayo “Miguel León-Portilla” con este ensayo. Karla Angélica es doctora en literatura francesa de la Universidad de Cergy-Pontoise. Su tesis Le surréalisme déplacé : inventaire, établissement et étude des œuvres des surréalistes exilés au Mexique, realizada bajo la dirección de Catherine Mayaux y Gustavo Guerrero, explora y analiza el exilio de los surrealistas en México. Gracias a una beca del CONACyT ha beneficiado de diferentes estancias de investigación en Francia, Estados Unidos, Alemania e Inglaterra. Forma parte del comité de redacción de la revista les Cahiers Benjamin Péret. Ha contribuido a la puesta en línea de la biblioteca digital ALMé de la Bibliothèque Literaria Jacques Doucet (Paris). También ha colaborado con la Fundación Leonora Carrington para la constitución de sus archivos digitales y en el panel internacional del centenario de la artista en la Biblioteca de México en abril 2017. Recientemente ha contribuido a misiones de investigación en el Musée national Picasso Paris y en la Tate Modern de Londres.


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