“Es el otro quien me cuenta mi historia”

Melinna Guerrero

Hace tiempo que el anhelo por el cuarto oscuro es una nostalgia frecuente entre muchos fotógrafos. Hace tiempo que en sus recuerdos aparece este sitio amurallado de oscuridad. En él sucedía un proceso intermedio entre presionar el obturador y la imagen final. Hace algunos años, la fotografía no podría ser concebida como un producto inmediato. Y ahora, pensar en ello, se opone a los ritmos de producción y consumo actuales, a la velocidad con la que suceden, a diario, innumerables fotografías.

Pero puedo imaginar que el cuarto de revelado nos daba, especialmente al fotógrafo, una viaje de venturas y desventuras, un trayecto en el que el fin era consumar la imagen y no ser consumida, como bien ha dicho Alfonso Alfaro con respecto a la riqueza producida a partir del siglo XX: “consumada (inmolada en ofrenda sacrificial, como en la fiesta y el rito de las sociedades tradicionales), consumida (se habla de bienes de consumo)”.

El cuarto oscuro supondría aquel lapso en el cual la tierra nutre a la semilla, durante el cual ocurre el milagro de la germinación. También, un cuarto oscuro nos remitiría a la delicadeza de muchas manos de mexicanos que, por largo años, han acariciado el barro, la fibras naturales, creciendo el ingenio del arte popular para el que es necesario la paciencia, la calma y una celeridad opuesta a la de nuestros tiempos.

Sin embargo, la fotografía digital disparó un movimiento democratizador de la imagen, como antaño la imprenta hizo de los libros, seres cercanos a todos. Y es verdad que, junto a las fotografías que con facilidad podemos tener, un problema de las multitudes ocurre: cientos de imágenes nos hablan como si de muchísimas palabras sobre una hoja blanca se tratara. El fotógrafo profesional sería, entonces, aquel que lee, ordena, ubica y salva aquellas imágenes que han nacido para la consumación de nuestro tiempo y, por su sensibilidad, estética y gracia, ocurrirán en el tiempo como inscripciones perennes de lo que fuimos.

Es observando la obra de Elideth Fernández que estos párrafos anteriores se me revelan. Hace días que su exposición “Revocar el silencio. La violencia, cualquiera que sea la víctima, es violencia” desanudaron diversas intuiciones que ya habían nacido en mí al leer su libro homónimo. Elideth, activista, fotógrafa y amiga, nos mostró imágenes que revocan el silencio de los animales, que por años hemos pensado y asumido que existen para nuestro servicio y consumo.

Revocar el silencio, Elideth Fernández, 2018.

 

En sus obra he visto que el problema de las multitudes es complejísimo, ya que su labor como fotógrafa nace más allá de la cámara. Elideth documenta los espacios en los que ocurre la violencia; investiga, viaja, construye redes de activistas e intelectuales que desmoronen aquella “supremacía patológica que se instaura en la relación entre los humanos y la naturaleza” (Francesca Gargallo). Elideth fotografía sin descanso.

Al ver sus imágenes, las emociones, dolores, padecimientos de esos “otros” seres toman dolorosa textura y agonizante profundidad. Miramos el cautiverio en jaulas o en bolsas de plástico donde hacemos vivir por largas estadías a innumerables peces, y nos dolemos ante la mirada cansada y desorbitada  de caballos, toros, cabras porque entendemos que la otredad no es una cerca desde la cual mirar, sino que es un camino poroso. Irene Vallejo lo dice mejor: “Es el otro quien me cuenta mi historia, el que me dice quién soy yo”.

En las imágenes de Elideth nuestra otredad nos ofrece espejos con titulares alarmantes: para que nuestro forma de vida sea una realidad, hemos aceptado la violencia que consume a los otros; nos alimentamos de su sufrimiento y sumisión. Suponemos que somos los únicos que podemos razonar el dolor y, por lo tanto, de verdad sufrirlo.

Aplaudo el trabajo el trabajo de Elideth en sus cuestionamientos sobre nuestras eticidades, sobre nuestras deliberadas formas de nutrirnos a partir crueles contextos en los que viven muchos animales. Porque si bien la muerte es parte inherente a la vida, negar emociones, sentimientos, inteligencia a la naturaleza, que desvirtúan nuestra relación con ella, debe de ser un cuestionamiento continúo.

“La ecología es el humanismo de nuestro tiempo”, lo cual no implicaría, otra vez, ponernos en el centro del Universo como los únicos posibles salvadores de la Tierra, sino como quienes se encuentran y se asumen como parte de ella, sin sesgos jerarquizadores, sin motivaciones de superioridad y como quien reconoce que la inteligencia está en las diminutas hormigas y también en Shakespeare.

Elideth descuelga el dolor, por años emparentado sólo a los humanos, para mostrarnos que en esto tampoco somos únicos. Y que nuestra empatía no alcanza a resarcir el daño. Faltan iniciativas, leyes, nuevos modelos comerciales. Ella lo sabe bien. Por eso su trabajo como fotógrafa es incansable: lo lleva hasta la Mañanera del presidente; gestiona espacios como Los Pinos o las Rejas de Chapultepec; acude a congresos nacionales e internacionales para que más espectadores sean parte de esta concientización.

 

Revocar el silencio, Elideth Fernández, 2018.

Ante esto, creo que Elideth se ha construido un cuarto oscuro propio. Parte de su proceso fotográfico ocurre en aquella oscuridad simbólica, aquella que ocurre subterráneamente para el ojo del espectador: las horas que Elideth viajó hasta los lugares donde tenía que tomar esas fotografías; las horas de soledad en las que mira las tantas y tantas imágenes producidas; el tiempo y el espacio en que ella le da valor, por encima de muchas otras, a cierto número de fotografías, porque responden, quizá, más fielmente a lo que ha visto, leído, sentido.

El cuarto oscuro de los fotógrafos como Elideth sobrevive en el ejercicio altamente reflexivo de su trabajo, porque en cada imagen, al fondo de ella, podemos reconocer la paciencia, el esfuerzo, la mesura que fueron, de igual forma, instrumentos necesarios de quien se adentró alguna vez al cuarto de revelado. En la sensibilidad de la artista, de Elideth, la consumación ocurre y confiamos en que la semilla germina.

 

 

Revocar el silencio


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