María Teresa Uriarte

El gobernante habla con un sirviente; entre ellos hay una vasija con un líquido espumoso, posiblemente alguna bebida de cacao. Vaso policromo maya. Guatemala. 20.5 x 14.2 cms. Foto: D.R © Justin Kerr, K6418, www.mayavase.com, en número 103 de Artes de México, Chocolate I. Cultivo y cultura del México antiguo, México: 2011.

No sé a ustedes, pero a mí el chocolate negro, sólido, aromático, tal vez sazonado con un poco de chile a la usanza amerindia, me vuelve loca. ¿Será resultado de las endorfinas que su consumo ayuda a liberar en el cerebro? El término de este neurotransmisor proviene de la palabra griega endo que significaba “dentro” y del nombre del dios griego de los sueños, Morfeo. Una de las características de esta sustancia es que privilegia una sensación de bienestar en el cuerpo.

¡Ah! Ya decía yo que algo de pecaminoso debía de tener este placer que en sus inicios fue visto con tanta sospecha, particularmente por los curas, que, como era de esperarse, rápidamente le agarraron el gusto a lo prohibido y se dieron a sus placeres sin recato. Como en cualquier pecado, hay una penitencia. Antes los curas la designaban, ahora es la lonja, esa protuberancia desagradable que se forma en el abdomen, “llantitas”, les dicen afectuosamente y también se les conoce con otros licenciosos nombres, pero el hecho ahí está.

Ritual contemporáneo celebrado por la cosecha del cacao. Fiesta de San Isidro Enrama. Comalcalco, Tabasco. 2000. Foto: D.R. © George O. Jackson, en número 103 de Artes de México, Chocolate I. Cultivo y cultura del México antiguo, México: 2011.

El chocolate es, pues, una pecaminosa delicia cuya cuna son las selvas perennifolias tropicales y que, como dice Nisao Ogata en su artículo “Domesticación y origen del cacao en América”, incluido en la revista Artes de México. Cultivo y cultura del México antiguo: “no se sabe con certeza cómo hicieron los antiguos pobladores del continente americano para descubrir cómo elaborar el chocolate a partir de las semillas del cacao”, pero lo cierto es que este descubrimiento de un héroe anónimo ha transformado de muchas y placenteras formas la vida de los humanos.

Es muy comprensible que los mayas tuvieran cuencos preciosamente elaborados para conmemorar que sus reales dueños ingirieran esta deliciosa bebida. Antes que ellos, los olmecas habían descubierto, desde más de un milenio antes de Cristo, que ese prodigio podía consumirse. Residuos de teobromina (alimento de los dioses, como bautizaron los europeos a la sustancia activada del chocolate) se encontraron en vasijas arqueológicas de San Lorenzo, Veracruz. Fueron descubiertas por Ann Cyphers del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, como parte del proyecto que ella coordina desde hace años en este sitio arqueológico.

Tapadera de incensario maya con forma de fruto del cacao. Colección Nottebohm. D.R. © Eduardo Sacayón/Museo del Popol Vuh, Universidad Francisco Marroquín, Guatemala, en número 103 de Artes de México, Chocolate I. Cultivo y cultura del México antiguo, México: 2011.

Claro que, como a los mayas se les cuelga cualquier milagro mesoamericano antes que a los olmecas o a los salvajes mexicas, el autor Jean-Michel Hoppan decide que los mayas son los maestros del cacao, aunque curiosamente las primeras imágenes que aparecen en su texto son de mujeres nahuas que preparan la bebida, y la tercera imagen es una interesante vasija de Guatemala con iconografía teotihuacana que muestra plantas de cacao con estructuras que tienen talud y tablero y que, de acuerdo con las recientes lecturas de la posible escritura teotihuacana, Jesper Nielsen y Christophe Helmke le dan el valor fonético de “casa” o “templo”. O sea que puede ser un templo vinculado con el cacao.

Valentine Tibère, en el artículo “El chocolate del alba”, rescata del Popol Vuh imágenes que nos remiten a Izapa y a la “noche de los tiempos”. Este artículo, teñido de rasgos oníricos, nos habla de las aventuras mágicas de los gemelos preciosos de esta epopeya mesoamericana.

También nos muestra la estrecha hermandad del maíz y del cacao que vemos en diferentes obras plásticas mayas. A partir del Clásico Tardío, el maíz y el cacao son representados en la cerámica de las elites. No creo que una planta tan preciada —¡tanto como para darle valor de moneda!— pudiera considerarse inferior en importancia al maíz, sólo que éste sí estaba al alcance de la comida diaria de nobles y plebeyos, hasta que se convirtió en la carne de los hombres. Raza de maíz somos, cuerpo heredado de la mazorca y anatomía perfecta que se funde con la tierra.

Es interesante analizar la imagen de la vasija del Museo Popol Vuh de Guatemala que se nos presenta (debajo de este párrafo). En ella vemos la planta de cacao, pero la cabeza, que está casi en su base, no es sólo la del héroe del relato maya, sino que se trata de su personificación como dios del maíz. Esta simbiosis se da tanto entre la tradición maya, como bien lo dice la autora, como en Cacaxtla, que ahora sabemos tiene sus raíces iconográficas en la cuenca del Usumacinta.

Detalle de un vaso maya que muestra la cabeza de Hun Hunahpú colgando de un cacaotero. Museo Popol Vuh, Universidad Francisco Marroquín, Guatemala. 18 x 18.5 cms ø. Foto: D.R © Justin Kerr, K5615, www.mayavase.com, en número 103 de Artes de México, Chocolate I. Cultivo y cultura del México antiguo, México: 2011.

Admiro la libertad con la cual la autora se mueve entre las fuentes históricas y literarias, lo mismo que entre iconografía y escritura, pues ella interpreta la grafía del pez como k’ay que al referirse al rey Pakal significa “terminar su vida terrestre”, en tanto que páginas más adelante, Jean–Michel Hoppan lo lee como parte de la palabra cacao, que es la lectura que le dio David Stuart hace algunos años.

Philippe Nondedeo nos presenta una bella vasija que, para él, posiblemente sirvió para ingerir chocolate en las fiestas importantes de los mayas. Es notable que una vez más la representación que aparece es la del dios del maíz al momento de hundirse en las fauces del Monstruo de la Tierra, es decir, al momento de su muerte. Posteriormente nos aclara que entre el cacao y la muerte existía una estrecha relación, por su renacimiento —como también se creía en la muerte y el renacimiento de la planta de maíz.

Nikita Harwich se ocupa del “Comercio del cacao desde los mexicas a la Nueva España” y nos cuenta cómo, desde la dominación mexica del Soconusco hasta la llegada de los españoles, se incrementó el cultivo del cacao para que sirviese como moneda, antes de conocer o disfrutar de sus delicias. Pronto éstas llevarían el grano de cacao al mundo y, por ejemplo Venezuela —nos dice el autor— se convirtió en el primer productor de grano para Nueva España, y nos muestra cómo con el tiempo el contrabando de cacao apoyó la economía de Guayaquil o de Panamá que hacían llegar subrepticiamente sus cosechas a través de Acapulco. Abundan las anécdotas ilustrativas dedicadas al chocolate de este lucrativo e ilegal negocio, que al final permitía que cada vez más personas pudieran disfrutar de la bebida en todo el mundo.

Artes de México. Cultivo y cultura del México antiguo, nos ofrece un placer doble, ya que no sólo nos recrea la vista a través de sus páginas, esta vez traducidas al inglés y al francés para el deleite que un público más amplio, sino que también nos provoca imaginar los deleites que han acompañado al chocolate a lo largo de su historia estrechamente ligada a la de México.


María Teresa Uriarte es historiadora mesoamericanista de la UNAM. Es miembro nivel II del Sistema Nacional de Investigadores, se ha desempañado como coordinadora en humanidades y artes del Consejo Académico y directora del Instituto de Estudios Estéticos.

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