Tradiciones locales, inventos centrales (fragmento)

Victoria Novelo

Desde el siglo pasado existe en el poblado michoacano de Ocumicho una producción alfarera forjada sobre todo por mujeres, que ha sido calificada como fantástica, grotesca, surrealista y hasta dantesca, debido a su temática: figuras de diablos y seres sobrenaturales modeladas en barro que resultan extravagantes y atractivas en el mercado internacional del arte.

Artesana de Ocumicho, 1987. Instituto Nacional de los Pueblos indígenas (INPI). Fotografía: ©Lorenzo Armendáriz.

Varios estudios señalan que el surgimiento de la alfarería en Ocumicho es posterior a la Revolución mexicana, cuando el pueblo no pudo continuar con el oficio del trabajo en cuero por falta de ganado y los altos precios de las pieles. De esta manera, algunos pobladores visitaron Guadalajara en donde compraron moldes, posiblemente de la alfarería de Tlaquepaque, y empezaron a producir juguetería de barro. Los moldes se multiplicaron y surgieron otros temas inspirados en fiestas y danzas locales, que se sumaron a los sencillos animalitos pintados, conejos, gallinas, cerdos y toros. Estas figuras circulaban en un mercado regional donde “se vendían o se trocaban en las fiestas de los santos patrones de los pueblos cercanos”. Esta artesanía se ha documentado en libros de arte popular editados en las décadas de 1970 y 1980.

A partir de la producción de los “Diablos de Ocumicho” en 1960, los modelos y las técnicas de trabajo tuvieron un cambio drástico. El invento de la nueva tradición se le atribuye a Marcelino Vicente, artista analfabeta que murió muy joven y cuya historia aparece en los libros, informes, artículos turísticos y catálogos de exposiciones sobre Ocumicho.

Diablos de los acervos del Museo Nacional de Culturas Populares y del Acervo de Arte Indígena INPI.

Se ha cuestionado el origen del diablo que modeló por primera vez Marcelino, si es purépecha o español. Cecile Gouy-Gilbert afirma, luego de observar las primeras piezas de diablos en el Museo de Pátzcuaro, que los personajes están esculpidos “según el criterio de representación del diablo cristiano”. Si las primeras alfareras fueron a Guadalajara a comprar moldes, habría que considerar la tradición de nacimientos de barro en este lugar; borregos, pastores, mulas, bueyes, la Sagrada Familia, gallinas con huevos, cuevas con diablos rojos arriba y ermitaños adentro figuran en estos escenarios. Los dibujos del diablo son también comunes en los libros de enseñanza religiosa. Es decir, los diablos mexicanos, y por tanto los de Ocumicho, así existan demonios en otras creencias religiosas, son cristianos de nacimiento.

Así, entre 1962 y 1964, la fama de Ocumicho como productor de diablos comenzó con las obras de Marcelino que se exhibieron en exposiciones y ferias a partir de la creación de organismos de fomento a la producción michoacana y nacional. Los diablos empezaron a acompañarse por animales fantásticos o monstruosos como serpientes, lagartos, dragones o seres de dos cabezas, decorados con rayas de colores chillantes y lustrosos que a los turistas gustaban o bien, rechazaban. Recuerdo un famoso modelo de esa época: una escultura pequeña de un diablo negro con líneas rojas y blancas en el cuerpo, parado de cabeza y de cuyo trasero asomaba la cabeza amarilla de una serpiente. También los había en posiciones eróticas, en situaciones cómicas, haciendo deporte y realizando oficios.

Paulina Nicolás Vargas, artesana de Ocumicho. Fotografía: ©Florence Leyret Jeune.

La imaginación creadora transita y se alimenta de innumerables fuentes. El estilo local se mantiene en cuanto al modelado, la decoración, las proporciones, el adorno y la composición. Las mujeres alfareras (se calculan en un centenar de una población cercana a los 3200 habitantes) continuaron el camino abierto por Marcelino. Las que tenían talento siguieron innovando y adquirieron experiencia en el mercado. Sin embargo, los estudios señalan la importancia de la injerencia de agentes externos en la estética de sus esculturas.

Las formas de los diablos y sus acompañantes han sido considerados monstruosos, terroríficos e incluso se han comparado con los diablos que adornan las gárgolas de las catedrales medievales. Esta perspectiva converge con la definición que los diccionarios dan a cualquier ser que presente características negativas y ajenas al orden regular de la naturaleza: ¿cómo optaron las alfareras de Ocumicho por esta actitud estética en sus obras? Algunas respuestas pueden encontrarse en la tradición cerámica y en el gusto personal de la artesana.

Representación de la Última cena. Colección particular.

Gouy-Gilbert determina tres etapas en la evolución de la cerámica de Ocumicho. En la primera, entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX, se produjo una cerámica de molde, tradicional, de carácter festivo y religioso que se vendía localmente. En la segunda, a partir de la obra de Marcelino y la primera intervención del Fonart, la cerámica se centró en la producción de diablos y animales legendarios que seguían los modelos de Marcelino que la agencia gubernamental calificó como “arte popular” y en las que descubrió evocaciones mitológicas indígenas. En la tercera etapa, a partir de 1974, el Fonart impulsó decididamente la producción alfarera “al sugerirles [a las alfareras] que tomaran sus fiestas o La Biblia como referencia” para renovar los modelos. Las alfareras comenzaron a introducir nuevos grupos escultóricos como la Última Cena, Semana Santa o fiestas del pueblo donde los diablos aparecen como acompañantes o transgresores. Las escenas deportivas y eróticas con diablos y humanos son “sugerencias” de coleccionistas y comerciantes, generalmente estadounidenses; las figuras humanas de este tipo tienen la piel pintada de color de rosa como símbolo de su naturaleza. Las sugerencias también incidieron en el uso de los colores y su cambio a tintes naturales. Este tipo de “innovaciones” enmarcó una época de intervenciones por los organismos promotores de artesanías en los oficios alfareros y textiles; tanto o más extendida que el uso ad nauseam de los alcatraces de Diego Rivera en cualquier objeto de artesanía que fue promovido por los comerciantes.

María Luisa Basilio, Cortés y Moctezuma, 1992. Museo de Arte Popular.

Otro tipo de “sugerencia” provino de las oficinas de museos en México. El caso más conocido es la iniciativa de Mercedes Iturbe, quien hizo dos propuestas a un grupo de alfareras de Ocumicho. La primera en 1989: la producción de figuras con el tema de la Revolución francesa, cuyo resultado fue una exposición que viajó por Europa. La segunda, la exposición Arrebato del Encuentro, inaugurada en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México en 1993 con el tema de la Conquista. En ambos casos se les proporcionaron imágenes a las artesanas de los temas seleccionados y se les pidió recrearlas en barro. Los proyectos pretendían, según Iturbe, “aislar las figuras de su contexto puramente artesanal, situándolas en la categoría de arte contemporáneo, sin desvirtuar su propio carácter” y de esta forma estimular la creatividad de las artesanas. Las alfareras cumplieron con la solicitud y elaboraron, con las destrezas de su oficio y con su habitual estilo de modelar y pintar, personajes muy ajenos a los acostumbrados y dieron tridimensionalidad a los dibujos recibidos. De igual manera, se recrearon murales de Orozco, dibujos de Huitzilopochtli y grabados de Cortés con Moctezuma. Las reacciones de la intelectualidad, que disfrutó las exhibiciones y escribió reseñas y catálogos, pusieron de manifiesto las relaciones asimétricas de las nuevas artistas con sus nuevos marchantes, quienes además idearon un contexto mítico para ubicar la fuente de inspiración de las alfareras de Ocumicho.

 

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*Este texto, en su versión completa, aparece en la revista Artes de México. Ocumicho. Vocación fantástica. 


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