Tres verbos que aprendí con Orlando González Esteva

Melinna Guerrero Romo

Descubrí la vocación de antologadora como quien compra gavetas y clasifica en ellas ­––por tamaño, tema, orden­­­–– la apariencia de las cosas, las ideas, las experiencias y un largo etcétera. Hace poco inauguré una gaveta nueva: la de los verbos que aprendí con Orlando González Esteva. Tal vez fueron verbos con los que no estaba familiarizada o tal vez sí, pero jamás tan cercanos como lo están los verbos amar, correr, sonreír o aquel que nos hace escribir.

D.R.© Ramón Alejandro. 

Entonces llegué a Cuerpos en bandeja, de la colección Libros de la espiral de Artes de México. Y en esta edición que nos sumerge en el universo erótico de Cuba y las frutas, apareció el verbo frutecer. De pronto, (las revelaciones en ciertos hechos, frases, lugares, y en un pequeñísimo verbo) los árboles, las plantas frutecen, no crecen. También tú fruteces, él frutece. Y hay algo de dulce, de papaya, de mango, de guayaba en este verbo. Frutecí en estos diez años. Decir “frutecí sin ti”. Preguntar, “¿quieres frutecer conmigo?”.

D.R.© Ramón Alejandro. 

 

En La edad de papel, de la misma colección, Orlando nos dice que “Entre los materiales creados por el hombre milagrea el papel”. Y entonces nada sabíamos del papel, porque dentro de sus propiedades habíamos olvidado que éste “milagree”. Creeríamos que un papel cualquiera se rompe, nos sirve para escribir, pero que éste milagreara… lo supimos hasta que Orlando nos lo reveló. Milagreamos ante el hecho. Las obras completas de Alfonso Reyes milagrean en la biblioteca, como quien dice viven. Milagrearán los papeles de la oficina como quien adivina volar. Milagrearon los papeles del archivo como quien diría existieron. Milagrearás al leer el poema escrito de Neruda como quien avecina llorar.

Líneas más adelante, también Esteva nos advierte que el papel “no amarillea porque mengüe sino porque aspira a integrarse a la luz”. Y allí el color se vuelve verbo. El papel amarillea como podría también verdecer, enrojecer, azular o purpurar. Y podríamos entonces también purpurar la vida, azularnos ante los otros. Decir que el otoño amarillea; que esto ya amarilleó de por sí; que jamás amarillaremos como ahora; que amarilleaste diferente hoy.

D.R.© Abelardo Morell.

Así, los verbos que se integran en esta gaveta están continuamente preguntándonos por qué, de tan raros o tan bellos o alejados de lo cotidiano, no los integramos diariamente al día a día. Ante un “¿cómo estás?”, habría que responder “fruteciendo” o “milagree tanto ayer” o quizá “amarilleando, como siempre”.

Lo cierto es que cada uno de los libros de González Esteva es un tesoro literario y lingüístico. Orlando escribe, pero también canta. Cada imagen que parece ligerísima está cargada de graves y precisas metáforas. No es gratuito que entonces en La edad de papel Orlando califique de “promiscuos” a ciertos tipos de papel o que escriba una “Oda al papel higiénico”. Sus libros son lugares a los que acudo cada cierto tiempo, por más verbos, por algunos otros que se esconden, por un adjetivo extravagante, por alguna oración o historia que nos pregunta y asombra.

Junto a la gaveta de estos verbos está una similar: la de los verbos que vinieron a partir de estas lecturas, y en ella está florecer, hilvanar, augurar. Pienso, al final de todo, que también son un regalo de Esteva, como si en secreto, mientras he leído sus libros, él los dijera en voz baja.

D.R.© Abelardo Morell.

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Melinna Guerrero Romo es la actual jefa de redacción de Artes de México.

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Para conocer más sobre la particular manera de Orlando González Esteva de describir el mundo:

Orlando González Esteva, Ramón Alejandro (il.), Cuerpos en bandeja. Frutas y erótismo en Cuba, 1998.

Orlando González Esteva, Abelardo Morell (fot.), La edad de papel, 2016.

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