
Los murales creados por el grupo de los Fridos constituyen un importante capítulo del muralismo nacional, no sólo por ser testimonio histórico de un método de enseñanza innovador, sino porque la poco ortodoxa pedagogía de Frida.
Curiosamente, aunque Frida Kahlo nunca se dedicó a la pintura mural, como maestra consideraba importante que sus alumnos aprendieran dicha técnica. Sostenía que “un pintor se realiza ante un muro” y que el país necesitaba la pintura mural. Por estos motivos, por el interés de sus alumnos, y también porque la pintura mural era parte del programa oficial del curso que impartía en La escuela de pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, Kahlo enseñó a muralistas sin serlo ella misma.
En 1943, cuando La Esmeralda comenzaba a consolidarse bajo la dirección del pintor Antonio Ruiz, Frida fue incorporada al cuerpo docente para impartir la materia de pintura. Cuando su salud ya no le permitía asistir al recinto, convocó a sus alumnos a tomar clases en su casa en Coyoacán. El número de sus estudiantes se redujo considerablemente hasta conformar un pequeño grupo de jóvenes artistas muy unidos entre sí: Guillermo Monroy, Arturo Estrada, Fanny Rabel y Arturo Bustos, quien se incorporó un poco más tarde que los primeros tres. Por su cercanía con la maestra, comenzaron a ser conocidos por sus compañeros de generación con el apodo de “los fridos”.
Según el testimonio de los artistas, los métodos de enseñanza de Frida eran muy libres e informales, pues a diferencia de los maestros académicos, ella no intervenía durante el proceso creativo de las obras sino hasta el final, que era cuando comentaba los aciertos y los errores con agudeza y de modo estimulante. El hecho de ser mujer, sus vistosos atuendos de tehuana y, principalmente, su sinceridad absoluta, alejaron a algunos y atrajeron a otros que, de forma casi inmediata, quedaron prendados de extraordinaria personalidad. Comenta Fanny Rabel, en consonancia con las tensiones y contradicciones que animaban a las mujeres en aquel entonces, que:
Un antiguo vicio de las mujeres es no tener confianza en nuestras semejantes. Por eso, no me gustó la idea de tener una maestra cuando al principio me lo informaron. Hasta entonces, sólo tuve profesores y compañeros hombres. El género masculino manejaba casi todo en México, y había muy pocas muchachas en la escuela, (...) Sin embargo, quedé fascinada cuando conocí a Frida, pues tenía el don de cautivar a la gente. Era única. Disponía de enormes reservas de alegría, humor y pasión por la vida (...) Se convirtió en una hermana mayor, una madre que cuida a sus muchachitos.
Cuando los alumnos de Frida comenzaron a reunirse en su casa, pintaban principalmente retratos, autorretratos, estudios de figuras humanas y naturaleza muerta, con la novedad, según señaló Estrada, de que en lugar de los tradicionales yesos académicos, la maestra “traía los modelos de frutas e indígenas que ella también pintaba en su estudio en Coyoacán”. Con el tiempo comenzaron a realizar paisajes, para lo cual salían al jardín de la casa y a los alrededores, al Museo Nacional de Antropología -entonces en la calle de Moneda- Tenayuca, a Teotihuacán, a colaborar con Rivera en el Anahuacalli -que estaba en construcción-, e incluso a visitar a Francisco Goitia en Xochimilco. Según decía Kahlo, había que ir al encuentro “de la vida de cerca para poder pintar” y más allá de cuestiones técnicas y formales, los Fridos parecen haber aprendido de su maestra esta importantísima enseñanza, Rabel señala que:
La gran lección que nos dio Frida fue cómo mirar artísticamente; abrió nuestros ojos ante el mundo y México. No ejerció influencia en nosotros a través de sus pinturas, sino a través de su manera de vivir, de considerar el mundo, a la gente y al arte. Nos hacía sentir y comprender una especie de belleza que existe en México y que no hubiéramos notado por cuenta propia. No nos comunicó esta sensibilidad con palabras.
Alrededor de 1948, los Fridos junto con otros artistas jóvenes de izquierda, constituyeron el grupo de Artistas Jóvenes Revolucionarios y redactaron su manifiesto. Realizaron exposiciones ambulantes con pinturas de temas sociales que exhibieron los días de plaza en kioscos, mercados y plazas públicas, para salir al encuentro de la gente y establecer un diálogo que propiciara la toma de conciencia política.
La pintora, con el apoyo de su esposo, Diego Rivera, comenzó a actuar como patrocinador de algunos proyectos públicos de sus estudiantes. Esta tarea continuó por varios años, incluso cuando ya había abandonado la docencia. En total, dirigió cuatro proyectos murales en la Ciudad de México: en 1943, en la pulquería La Rosita; en 1945, en los Lavaderos de Coyoacán; en 1949, en el Hotel Posada del Sol, y en 1952, nuevamente en la Rosita. Aunque no participó como artista, influyó en la elección de los sitios en las temáticas y, hasta cierto punto, también en el estilo. A pesar de esta influencia, siempre respetó la individualidad de cada miembro del grupo.
El primer proyecto dirigido por Kahlo, la decoración mural de la pulquería La Rosita en Coyoacán, los bocetos que se seleccionaron fueron los de Erasmo Vázquez Landecci, Guillermo Monroy y Arturo Estrada y el resto de los alumnos participan como asistentes. La inauguración consistió en una concurrida y alegre verbena con reconocidos personajes de la época como Diego Rivera, Antonio Ruíz, Concha Michel, Benjamín Péret, Salvador Novo, Dolores Olmedo, Juan O´Gorman, entre otros. Según los testimonios de los asistentes, hubo entonces un ambiente muy alegre; se comió barbacoa y se bebió pulque; se tiraron cohetes; hubo globos, confeti y mariachis, y la gente bailó y cantó canciones populares y corridos revolucionarios, acompañados por la guitarra de Concha Michel. Algunas de estas canciones fueron compuestas para la ocasión por los alumnos. La de Guillermos Monroy, en un fragmento, dice:
¡Pintar la Rosita
costó mucho esfuerzo!
La gente ya había olvidado
el arte de la pulquería.
Doña Frida de Rivera
nuestra maestra querida
nos dijo: venga muchachos
yo les mostraré la vida.
Pintaremos pulquerías
y las fachadas de las escuelas;
el arte empieza a morir
cuando se queda en la Academia
El corrido que escribió Estada, por su parte, habla del éxito de los murales y reconocía la importancia de la pintura para los recintos populares:
Antes se veían muy mal
eso no lo podíamos negar;
cuando empezamos a pintar,
una pulquería se llegó a crear.
En la década de 1920, cuando Rivera fungió como editor de arte de la revista Mexican Folkway, dedicada a rescatar y difundir las tradiciones del país, la pintura en ella era una creación genuina del pueblo, gracias a la cual había arraigado la tradición del fresco en el país. El artículo fue ilustrado por el destacado fotógrafo norteamericano Edward Weston, quien, fascinado por la tradición popular de pintura mural en pulquería y por los originales nombres con que estos negocios cuentan, tomó exquisitas fotografías de sus locales. Por su parte, Juan O´Gorman había pintado, en 1926 y 1927, las paredes de cinco pulquerías. La elección de Frida expresa su intención de reintegrar el arte con el público urbano, y de separarse de la academia para hacer de la creación artística algo vivo y social.
En su labor de recuperación de la tradicional pintura en estos recintos, arte que el gobierno había prohibido con el afán de desalentar la entrada a ellos, los Fridos eligieron temas de raigambre costumbrista, ligados, como señala Tibol, a la producción de las Escuelas de Aire Libre: una idílica comida campestre, una madre con su hijo, los distintos sistemas de transporte -representados por un burro, un autobús y un avión-, y en honor al nombre de la pulquería, un niño que le regala una rosa a su madre. Dichas imágenes, según Raquel Tibol, remiten al método de enseñanza de Alfonso Best Maugard y, por supuesto, al tema del pulque.
Es fácil reconocer el interés del grupo por apartarse de las convenciones artísticas de la pintura académica, y de reinsertarse, con tono despreocupado y un afán festivo, en el primitivismo y en la espontánea picardía propios de las decoraciones murales populares. Se trataba de divertirse, de colaborar entre varios y de transmitir a la gente del lugar la alegría de la expresión mural de su colonia. Frida y su grupo de jóvenes se vincularon estrechamente con las propuestas originales del muralismo relacionadas con la socialización del arte y la desaparición del individualismo burgués.
Dina Comisarenco Mirkin. Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1960. Es historiadora del arte, curadora, docente, y editora en el campo del arte y del diseño. Especialista en muralismo mexicano.
Te invitamos a que consultes nuestro libro. Eclipse de siete lunas. Mujeres muralistas en México. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.