
En nuestra dosis poética, te compartimos un poema del dramaturgo Tennessee Williams.
El Cristo de Guadalajara
es la oscura antecámara
espera su mañana escarlata.
Sus dedos femeninos se crispan
sobre el crucifijo de plata
mientras caen cenizas de rosas
sobre sus sandalias.
Dulce, con olor a almizcle,
en su desnudez, y pálida
como la madreperla que resguardaba
un mundo inmaculado.
Su desnudez reposa en el crepúsculo,
pronta a ser asumida
en el momento de nacer.
Desde el campanario,
en aturdidos círculos,
vuelan las golondrinas.
De nada sirven, allí en la plaza,
los sortilegios de la gitana.
El recinto es alto, sombrío
lo llena el murmullo de la lluvia.
Los indios, en los rincones, se acuclillan
con platitos de cereales semejantes a lunas.
Las botellas de Lachryma Christi
yacen en estantes cubiertos de telarañas,
y los futuros santos se flagelan, gimen.
Alguien levanta la piedra
que oculta la entrada a la cisterna
y por la escalera aparece la madre de Dios,
menuda, paciente y gris.
Ajena a las palabras de consuelo,
se arrodilla para disponer, como antes,
las apolilladas vestiduras de Jesús
sobre el frío piso de piedra;
besa las delicadas puntadas
y las bendice tiernamente
derramando lágrimas como joyas
sobre el ruedo de seda.
El tiempo es un estruendo prolongado
de agua subterráneas,
y en lo alto del techo abovedado
las campanas empiezan a repicar.
El Cristo de Guadalajara
no puede velar ni dormir.
Ángeles, por encima de Él, lo acechan
para atrapar sus balbucientes palabras.
Él murmura amor y amor.
Los ángeles contestan muerte.
Y entre ellos, un estremecedor silencio:
la respiración de Santa María.
El Cristo de Guadalajara
se retuerce en su lienzo bañado en sudor.
Los clavos atraviesan
sus palmas y sus pies.
¡Oh, madre de Dios!, ten misericordia,
Él implora, y su Ella, Nuestra Señora,
pudiera hacerlo, daría su corona
para rescatar una gota de sangre.
Ahora tan sola como Él en su angustia,
la Madrecita, en un rincón
oscuro, va a dar a luz
la terrible Rosa del Mundo.
Traducción de Juan José Hernández y Eduardo Paz Leston.
Tennessee Williams. En 1948 ganó el Premio Pulitzer de teatro por Un tranvía llamado Deseo, y en 1955 por La gata sobre el tejado de zinc. Además de estas dos obras recibieron el premio de la Crítica Teatral de Nueva York: El zoo de cristal (1945) y La noche de la iguana (1961). Su obra de 1952 La rosa tatuada (dedicada a su pareja, Frank Merlo) recibió el Premio Tony a la mejor obra. Los críticos del género sostienen que Williams escribía en estilo gótico sureño. Es conocido mundialmente porque muchas de sus obras han sido filmadas.
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