Si el jaguar ocupó un lugar importante en el arte de muchas ciudades mayas, en Cotzumalguapa sus representaciones alcanzaron singular sofisticación e inventiva. Híbridas y monumentales, imponentes pero jocosas, las esculturas de la acrópolis de El Baúl no sólo desafían los límites entre lo humano, lo divino, la fauna y la flora, también retan nuestro entendimiento de los atributos cosmogónicos del gran felino entre los mayas.
Las rocas de andesita afloran entre los cañaverales que cubren la otrora ciudad prehispánica de Cotzumalguapa en el suroeste de Guatemala. Llegaron hace miles de años arrastradas por lava de volcán de Fuego, cuyo cráter asciende casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar, a tan sólo 18 kilómetros al noreste de la acrópolis de El Baúl; hasta hoy produce fuertes erupciones. Pocos advierten que muchas de esas piedras fueron utilizadas como materiales para la edificación de los muros, las escalinatas y los pavimentos, en su mayoría construidos en una etapa de actividad intensa durante el Clásico Tardío (650 d.C-950 d.C). Las andesitas fueron un soporte privilegiado para la expresión escultórica y el desarrollo de un estilo artístico distintivo y un sistema de escritura propio.
Con regularidad, los trabajadores agrícolas encuentran piedras labradas en formas de animales, humanos y dioses. Afloran a la superficie por la erosión gradual de los suelos arados para cultivar la caña de azúcar, la cual recubre la mayor parte del sitio. Así se descubrió el monumento 81 de El Baúl, un felino cuyo cuerpo se adaptó a la forma oval de una gran roca. Los labradores escarbaron alrededor hasta descubrir todo; por fortuna, no lo removieron de su localización original. Dicha talla se suma a un conjunto notable de esculturas de felinos en el arte de Cotzumalguapa. Entre éstas se cuenta uno de los ejemplos más majestuosos del arte escultórico de Mesoamérica, el gran jaguar de El Baúl.
Sentado sobre sus patas traseras como un perro, el gran jaguar -conocido como monumento 14 de El Baúl- es una talla monumental en tres dimensiones. El dominio técnico del artista, la pureza del diseño y las proporciones formidables la hacen una obra maestra del arte prehispánico. La representación es realista, excepto por el tamaño de la cabeza, que toma más de un tercio del volumen de la talla. La piel carece de manchas, como las que aparecen en otros jaguares en el arte de Cotzumalguapa. La cola ocupa toda la espalda del animal y en frente destacan las garras afiladas. Las fauces abiertas son amenazantes, pero la pose se antoja juguetona y diferente. El resultado es una poderosa combinación de fiereza y simpatía.
La representación de animales en Cotzumalguapa son marcadamente realistas, con un grado relativamente bajo de estilización o elaboración de los detalles anatómicos. Sin embargo, hay algunas que combinan rasgos de dos o más especies. Entre las más notables está el jaguar iguana, un animal mitológico con cabeza de jaguar y cuerpo de iguana, que aparece en el monumento 69 de El Baúl, una roca de gran tamaño que se encuentra en una de las principales entradas a la acrópolis, junto a la calzada Gavarrete. La escultura, que se encontraba al pasar un puente sobre el cauce del río Santiago, tiene cabeza de jaguar y cresta de garras de iguana. El terrible animal abre la boca para engullir una fruta con rostro humano y hojas en el tallo. En el arte de Cotzumalguapa, las frutas con rostro guardan claras correspondencias con el sacrificio humano, que se equiparaba con una cosecha de frutas.
El animal del monumento 81 de El Baúl merece comentarios adicionales. La cabeza en alto relieve sobresale en la parte frontal, mientras que las patas y la cola están delineadas sin alterar la superficie de la roca. La adaptación de la figura a la forma oval del monolito le dio un aspecto regordete, casi jocoso. No hay razón para pensar que el resultado no fue intencional. Los escultores pudieron haber cortado la piedra y creado una forma más anatómica, pero prefirieron aprovecharla sin mayor modificación.
La cabeza es felina y tiene un collar anudado al frente con un gran moño adicional en la espalda. Más interesante es el hecho de que presenta cuatro pares de patas. Las del frente se sobreponen unas con otras, por lo que sólo tiene un par de garras -la derecha ahora destruida-. Los dos pares de patas traseras se distinguen claramente. Un par se extiende a los lados de la piedra, el otro se pliega junto a la base de la cola en una posición que recuerda las patas de un anfibio. Por la forma de las garras, que parecen corresponder a distintos animales, se puede tratar de un animal híbrido. Sin embargo, no hay rasgos adicionales para identificar cada componente con seguridad. Es posible que se tratara de una variante del jaguar iguana, pero sin la cresta o las membranas que se observan en otras representaciones.
Oswaldo Chinchilla Mazariegos. Es profesor asistente en la Universidad de Yale. Fue profesor en la Universidad de San Carlos y curador en el Museo Popol Vuh. Sus investigaciones se enfocan en el arte, la religión y la escritura mesoamericana. En 2011 recibió una beca de la Fundación John Simon Guggenheim para realizar su trabajo sobre la arqueología de Cotzumalguapa. Entre sus publicaciones se encuentra Cotzumalguapa, la ciudad arqueológica: El Baúl-Bilbao-El Castillo (2012).
Este texto fue publicado en nuestra revista-libro Jaguar no. 121. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.