
El maguey, testigo silencioso de las transformaciones de nuestro país, guarda una sabiduría que va desde cómo se cultiva, los usos que tienen sus partes, y la manera y el lugar en que se consume.
Raso (Maguey le llaman) vegetable
de esta parte del Cancro lleva el suelo,
planta a su dueño tan usufructuable
cual concedió a otra tierra ningún cielo;
los del tiempo asaltos indomable,
dúra al sol, dúra al agua, dúra al hielo;
su corazón lo diga alado a pencas
de aguas arcas más que las Flamencas.
Su tronco neto el pleno abarque impide
de brazos dos, en bicodal altura;
su herido corazón, licor despide
que al de Hibla no le invidia la dulzura;
asado, electo pasto al gusto mide:
agradecida planta, fiel criatura,
pues al que a ningún costo la cultiva
no sabe –aunque la tuesten– ser esquiva.
Tres potables le brinda: uno, es el Vino
que –cuando la alquitara le resuelve–
sabe correr por aguardiente fino;
su castigada hoja, en hebras vuelve
hilo, si no de asiento, de camino;
de afán y frío en el hogar absuelve:
y al fin, sobre otros mil usos, al dueño
sirve de vino, agua, dulce y leño…
..Deba en mi estilo y en mi pluma deba
a la Vigínea madre aquesta fama
el para-todo de la España Nueva:
sepa la Antigua, de raíz, la trama
del Lienzo estéril donde tanta lleva
florida copia de Jesé la Rama,
que de corteza a flor, milagrosa tupe
en su imagen del nuevo Guadalupe…
Francisco Castro. (1618-1687) Sacerdote y poeta español. Ingresó en la Compañía de Jesús en Nueva España. Su poema más sobresaliente se titula “La octava maravilla” del que forma parte este fragmento.
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