
De los caballos de palo a las muñecas, de los yoyos a los trompos chilladores, los juguetes tradicionales mexicanos responden a las distintas edades de los niños y a los diferentes horizontes del juego. Aquí la antropóloga sitúa estas piezas en ambos engranajes y nos invita a redescubrir el placer no sólo de mirarlas, sino también el de integrarlas a nuestra experiencia cotidiana.
El sentido lúdico y el de juego son considerados una constante universal de los procesos culturales entre los grupos humanos. A partir de sus características -aseguran investigadores como Roger Caillois- surgen cinco grandes categorías: juegos de competencia y habilidad física, de azar, de simulacro o imitación, de vértigo y de estrategia. Al jugar, se puede utilizar el cuerpo, aunque la mayoría requiere un medio, como un artefacto, un juego, las cartas o los tableros. Generalmente somos partícipes, a veces público. Así, el juego cumple diferentes funciones, sirve de distracción y entretenimiento, también puede ser didáctico y prepararnos para futuras encomiendas. Transcurre, eso sí, en un plano de la vida cotidiana y los deberes.
En el espacio y la temporalidad que creamos para jugar, una regla no escrita es que nos trae alegría y diversión, quizá por el juguete tradicional. Es fundamental para el crecimiento aprender jugando y desarrollar las habilidades motrices finas y gruesas, así como la coordinación ojo-mano. Los juguetes populares aportan estos beneficios. Quizá los jugueteros tradicionales son psicopedadogos y autodidactas. Cada juguete está diseñado de acuerdo con la edad de los usuarios y sus creaciones cubren diversas necesidades. La gran mayoría de ellos lleva a socializar; es decir, a interactuar con otros niños de edades similares e incluso con los parientes.
Las fibras vegetales son materias primas de gran nobleza. En las regiones semidesérticas como la Mixteca, poblana, oaxaqueña y guerrerense, así como en el Valle del Mezquital, en Hidalgo, se encuentra la palma y en muchas regiones con ríos existe el carrizo. Para motivar el desarrollo psicomotriz, el primer juguete de los bebés es una sonaja tejida con cualquiera de estos materiales, que suele estar rellena con piedritas de río; los pequeños las mueven con vigor para escuchar los sonidos que produce y gritar de emoción; algunas de estas piezas tienen cabeza en forma de gallina con todo y plumas teñidas en la cresta, otras son globulares con un mango. Cuando les comienzan a salir los dientes, se les daban unos guajecitos de laca mexicana realizados en Olinalá y Temalacatzingo, Guerrero, recubiertos con materiales naturales no tóxicos como la dolomía, el aceite de chía y los pigmentos naturales. Y éstos iban colgados de sus muñecas para que los niños tallaran sus encías.
“¡Arre, arre, caballito!”, gritábamos entre los dos y tres años, al subirnos a un precioso caballo, aunque fuera de palo de maderas o de carrizo, con cabeza de madera, trapo o cartón, de color amarillo chillante y trotar por toda la casa sorteando todo tipo de peligro en el camino, pese a que sufríamos una que otra caída. Preciosos han sido los de cartón de Celaya, Guanajuato, incluyendo los caballos completos colocados sobre una base de madera con ruedas. En el Valle de Mezquital, se elaboran con el agave de la lechuguilla hermosos y estilizados caballitos con o sin jinete, trenzando y enrollando la fibra alrededor de un alambre. Una vez terminado este proceso se colocaba una mini escobilla en la cabeza y otra en la cola, y así se incentivaba a los infantes a recorrer senderos y cerros imaginativos.
Los juegos de feria en miniatura como los cohetes que se persiguen, o las mariposas que baten sus alas de hojalata o de madera cuando es empujada con un palo, hechos en Guanajuato o en el Barrio Guadalupe de San Cristóbal de las Casa, Chiapas maravillan a cualquiera por el ingenio de su mecanismo. Por supuesto, jalar de un hilo a un osito que bate un tambor, hecho en Quiroga, Michoacán con madera de pino y pintura puede enloquecer a los adultos, pero como niños nos encantaba.
“Chiras pelas”. ¿Quién no recuerda la algarabía al darle la estocada final a las canicas de barro y de vidrio a lo largo de una larga y sinuosa carretera que coronaba las horas aunque se jugaba de rodillas, con retos de destreza para pegar al contrincante y de competencia para llegar primero a la meta? Yo era la única mujer entre dos hermanos y, además en la cuadra eran puros niños los de mi edad, unos ocho años. Ni hablar, le entraba parejo y jugaba en los caminos que hacíamos por las jardineras de tierra junto a la banqueta. Ahora sólo queda una plancha de cementos, y ni pensar en jugar tan cerca de la calle.
En Guadalajara, los fabricantes de canicas más grandes del mundo las han transformado en piedritas iridiscentes para adornar quinqués y botellas de vidrio. Recrear batallas épicas con ejércitos de soldaditos de plomo, la elegancia de las caballería, el arrojo de la infantería a la carga o pecho tierra, el cometa, el tamborilero, el que porta la bandera, los cañoneros son juegos de simulacro que muchos cuestionamos en la actualidad, en un mundo que no encuentra paz, y que ha sido reemplazado por videojuegos.
¿Quién logra que baile más tiempo el trompo? ¿Quién puede hacer más columpios con el yoyo? ¿Cuántas volteretas al hilo se alcanzan con el balero? Las franjas policromadas de madera de pino se funden con el movimiento vertiginoso de estos bellos juguetes de madera torneada, realizados en diversas comunidades como Teocaltiche, Jalisco; Santa María Rayón, Estado de México o Quiroga, Michoacán.
Un día las empresas refresqueras los empezaron a repartir. Ya no eran de madera, ni artesanales, sino de plástico. Y luego les pusieron pilas y luces y sonido. Con el tiempo, al trompo se le agregó un lanzador y se convirtió en una perinola gigante, que difícilmente fallará al tirarla. Con estas adecuaciones ya no se requiere de destreza de saber cómo enrollar el hilo, se pierde el movimiento preciso de la muñeca para tirarlo. Curiosamente veo estos juguetes en las tiendas de los aeropuertos y en los centros vacacionales de playa. Se han convertido en un souvenir, un recuerdo “de México”, junto con el sombrero de charro y el sarape multicolor. ¿Será que el niño de otras latitudes sí podrá lanzar y hacer pericias con el trompo o terminará en una repisa?
Cuando estas piezas son elaboradas en comunidades indígenas de Oaxaca y Chiapas, la madera cede su paso a la humilde jícara, con un orificio que hacía que silbaran al girar. Para estos juguetes encantadores se han acuñado el nombre de trompo chillador.
El mundo del juego de las niñas cambió menos en su esencia, pues éste sigue siendo en gran medida el del simulacro y la imitación, un encuentro con su ya-no-tan-predecible-destino-hogareño. Así, ellas llenan las horas con muñecas, tema para otro número, y juegos de la “casita” y la “comidita”. En el campo artesanal existe una amplísima gama de expresiones que miniaturizan los espacios de la casa. Trastes de barro, madera y plomo para cocinar y para comer han sido producidos en Jalisco, Michoacán, Oaxaca, como los “arrocitos” de barro de Guanajuato que tiene unos cuantos milímetros. Las canastitas de ixtle y zapupe de Santa María del Río, San Luis Potosí son hechas con un gran virtuosismo, que puede constatarse en su tamaño pequeño y finura de material. De madera encontramos juegos de muñecas completa, realizada hoy día en Quiroga y Pamatácuaro, Michoacán, en Celaya, Guanajuato los artesanos crean cocinas de hojalata pintada en modelos de refrigeradores y trinchadores de las décadas de 1950 y 1960, un viaje al pasado.
Como una suerte de preparación para asistir a las ferias -o en su recuerdo- a subirse a los juegos de vértigo como la rueda de la fortuna o el carrusel, entre otros, los artesanos recrean estos artefactos a escala en diversos materiales. Pueden ser de alambre, madera y laca, y se suelen mover en manivelas. De estos últimos sobresalen las ruedas de la fortuna de Temalacatzingo, Guerrero, realizadas con madera; les cuelgan guajes con pequeños bustos de personas que se balanza mientras giran y giran, o los carruseles con caballitos, tigres, gallos y hasta leones tallados en madera de copal, decorados en alegres colores.
Hacer volar un papalote o cometa, sentir el jalón del aire en la cuerda y tomar los pasos precisos para que se mantengan en alto… ¡claro!, antes el horizonte no estaba tan lleno de postes y alambres y edificios. Todavía los vemos en campos al descubierto. Realizados con alma de carrizo o palitos, forrados de papel china, su fragilidad promueve que, al romperse, simplemente haya que hacer otro. Sí, uno mismo lo puede hacer. Y se vuelan en febrero y marzo, durante los vientos de primavera.
La matraca, hecha de dos tablas delgadas de madera, hueso o plata sobrepuesta con una manzana dentada del mismo material y manivela, crea un sonido ensordecedor al darle vueltas. Nació como un juguete ritual para el Viernes Santo y el Sábado de Gloria, para sustituir a las campanas, prohibidas en esos días. Posteriormente, se secularizó y fue retomada para celebrar la Independencia de México. A las de madera generalmente se les pega una tarjetita impresa con algún personaje de la lotería.
Otro objeto que ha pasado del universo ritual al secular es el silbato de barro. Conocido en Cataluña y las Islas Baleares como siurell, se utilizaba para algunas de las cuadrillas de curación del mal de aire, pues se recogía la enfermedad a través del silbato. En Tateposco, Jalisco algunos silbatos tienen cuerpo de ave y rostros humanoides, una reminiscencia prehispánica de una tona o un nahual. Quizá en el pasado el silbato podía ser utilizado no sólo por el curandero, sino también por aquellos que manejaban las fuerzas del mal.
Marta Turok. Encontró en la antropología y las artes y culturas populares su pasión. En el trabajo con y para los artesanos han buscado contribuir en la revaloración de los saberes tradicionales y con ello han abierto brecha con el modelo del Desarrollo Artesanal Integral, plasmado en los libros: Cómo acercarse a la artesanía, El caracol púrpura: una tradición milenaria en Oaxaca, Lacas mexicanas, Cerámica de Mata Ortiz o El Sarape de Saltillo.
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