03 / 06 / 25
Fiestas de tastoanes
Guillermo de la Peña

En algunos pueblos del municipio de Zapopan se celebra la fiesta de los tastoanes, que escenifica una batalla de moros y cristianos, con el apóstol Santiago como protagonista. En este ensayo, el autor analiza los momentos de esta danza y algunos de los simbolismos entretejidos en ella.

Cada año, varios poblados aledaños a Guadalajara, y particularmente del municipio de Zapopan -Jocotán, San Juan de Ocotán, Ixcatán Nextipac y Santa Ana Tepetitlan-, son escenarios de una secuencia ritual de gran originalidad y colorido: el festival de los tastoanes, que convoca multitudes. El festival forma parte del culto regional al apóstol Santiago; por ello, se celebra los días previos al 25 de julio, fecha en que culmina la ceremonia y que, además, está consagrada al santo en el calendario católico. Sin embargo, en Jocotán la celebración ocurre los días 5, 6 y 7 de septiembre, justo antes de la festividad de la Natividad de la Virgen María.

Según la interpretación del historiador y etnólogo Alberto Santoscoy, esta fiesta comenzó a celebrarse probablemente en el siglo XVI, como una conmemoración de la milagrosa intervención del apóstol en varias batallas de la Guerra de Mixtón. Al respecto, los cronistas coloniales -Antonio Tello, Pablo de Beaumont, Alonso de la Mata y Escobar y Matías de la Mota Padilla- cuentan que, gracias a la ayuda del celestial guerrero, los españoles vencieron la rebelión de los indios caxcanes, entonces la etnia más numerosa en la zona norte de la actual Guadalajara.

En 1540, sus dirigentes y sacerdotes habían iniciado una guerra sangrienta y encarnizada, de exterminio contra los invasores españoles. El propio Antonio de Mendoza, primer virrey novohispano, encabezó el ejército que acudió a sofocar el gran levantamiento. Al igual que en la Reconquista peninsular, en estas batallas, las tropas españolas invocaron a Santiago y creyeron verlo aparecer milagrosamente. En el personaje aterrador de Santiago, jinete en su caballo blanco, los cronistas encontraron el símbolo del aniquilamiento del mundo indígena y de la consolidación de la conquista, tenida por natural y salvífica, pues para los hombres de aquella época la expansión del poderío español y cristianización eran considerados inevitables.

Para fortalecer esta visión, los misioneros organizaron representaciones teatrales y elaboradas danzas, entre las cuales destacan por su popularidad las secuencias llamadas “de moros y cristianos”, o bien “morismas”, trasplantadas del mundo ibérico. En ellas, los protagonistas escenificaban batallas inspiradas en la Reconquista, pero, en tierra americana, los moros derrotados y luego conversos integraban una metáfora del mundo indígena, sojuzgado y evangelizado. De hecho, el nombre “tastoán” es un derivado, quizá burlesca, de la palabra náhuatl tlatoani, que significa literalmente “el que habla”, y que se aplicaba a los gobernantes de los señoríos prehispánicos en muchos lugares del México central y occidental.

Posiblemente la fiesta de los tastoanes fue en sus inicios una representación de moros y cristianos, adaptada a las tradiciones y leyendas locales; pero con el paso del tiempo se modificó hasta convertirse en una acumulación abigarrada de elementos del drama de la pasión, de las pastorelas, comedias navideñas, muy gustadas en Jalisco, y de las propias morismas. Los elementos añadidos, a fuerza de mezclarse, adquirieron nuevos significados, subvertían las narraciones originales. En su forma actual, como lo ha mostrado la antropóloga Olga Nájera-Rámirez en su detallado estudio de Jocotán, la población indígena se ha adueñado del festival, gracias a lo cual ha surgido un marco alternativo de interpretación que permite la inversión del símbolo central, es decir, del apóstol Santiago.

¿Un rito diabólico?

Hace poco más de un siglo, esta evolución ocasionó un curioso incidente entre las intelectuales porfiristas de Guadalajara. En 1892, la ciudad había proclamado y festejado su orgullosa raigambre hispánica: no sólo se cumplieron entonces cuatro siglos de la llegada de Colón, sino, además, 350 años de la fundación de Guadalajara, cien del óbito del ilustre obispo fray Antonio Alcalde -gran benefactor, presentado como símbolo de la bondad del régimen colonial-, y cien de la fundación de la Real y Pontificia Universidad Tapatía. En medio del fervor, las autoridades decidieron prohibir la fiesta de los tastoanes en Mezquitán -el más céntrico de los barrios indígenas, respecto de Guadalajara-, pues estorbaba a la imagen criolla de la Ciudad. El único que defendió, sin éxito, la fiesta por ser una manifestación ética, fue el ya citado Alberto Santoscoy, lo cual le mereció una lluvia de críticas en la prensa. Pero de aquí que en 1895 un destacada antropólogo germano-estadounidense, Frederick Starr, se presentó en Guadalajara para ver y registrar el espectáculo.

Gracias a la visita de este investigador Santoscoy consiguió que la prohibición fuese revocada. De nuevo, los periódicos se incendiaron con protestas. Victoriano Salado Álvarez, por ejemplo, sostuvo que, de acuerdo con el virrey Antonio de Mendoza, la Guerra de Mixtón había sido instigada por brujos indios que buscaban establecer el reino de Tlaloc, palabra que comparte la raíz náhuatl de tlatoani, es decir, del diablo; por tanto, glorificar el folclor indígena era de nuevo procurar el reinado de las tinieblas. Y terminaba uno de sus artículos más contundentes diciendo: “A nosotros nos revientan los tostones; es más, nos parece que es un espectáculo digno de salvajes”.

El proceso ritual

Aunque existen variaciones en la dramaturgia de las diferentes localidades, en todas las celebración, que involucra entre 20 y 50 actores, y que dura no menos de tres y hasta siete días, consta de cuatro etapas o momentos fundamentales: los tastoanes se presentan y toman posesión del espacio habitado; los tastoanes discuten con Santiago sobre la posesión del espacio circundante; los tastoanes combaten contra Santiago, lo vencen y lo matan; Santiago resucita y los tostones le rinden pleitesía, pero, al mismo tiempo, la figura de Santiago cobra un nuevo significado: de ser considerado una fuerza estructura se convierte en una fuerza curativa.

La presentación de los tastoanes en el primer momento implica su identificación como seres lúcidos -sus evoluciones se conocen con el nombre de “jugadas”-; pero también como salvajes, paganos y adversarios de la religión cristiana. Ocultan sus rostros tras máscaras de madera que ostentan rasgos animalescos, van tocados con una montera o peluca confeccionada de colas de res y crines de caballo que les cuelgan hasta la cintura, y llevan chaquetones oscuros y pantalones de colores brillantes. Acompañados de música de teponaxtle y chirimía, tambor de flauta, ambos de origen prehispánico, desde la salida del sol recorren la plaza y las calles céntricas del barrio o pueblo. Profieren alaridos y golpean a los transeúntes con sus espadas de palo. Danzan, saltan acrobáticamente y corretean a los niños, quienes les tiran piedras. En algunos lugares, tiene derecho a entrar a las cantinas y tiendas de abarrotes a beber y comer gratis. Suelen estar provistos de botellas de tequila y mezcla de las que hacen buen uso.

Sus nombres son Herodes, Lucifer, Satanás, Averrugo, Chambelú, Cuhusí, Coscoquita, etcétera, es decir, nombres demoníacos “arábigos” o de personajes que aparecen en los Evangelios como enemigos de Jesús. Hay un tastoán mayor, que ejerce el mando, y una cierta jerarquía de edad y antigüedad en la participación ritual.

El caos que se ha instalado en las calles se conjura con la aparición de Santiago -segundo momento-, quien monta en un caballo preferentemente blanco, blande un machete de acero y una espada y vista a la antigua usanza hispana: sombrero “jarano”, de ser posible, de cuero y anchas alas, adornado con plumas blancas, botas y capa española. Los acompañan, a pie, sus tres servidores, el Moro, el Santiago y el Perro rastrero, así identificados en algunos pueblos como Jocotán, que pueden ser simplemente llamados “sargentos” o “moros”, como en Nextipac e Ixcatán. Éstos visten uniformes tipo militar, o atuendos que remendar el de Santiago. Ante él, quién en algunas versiones, declara ser “Rey de la Nueva España y de la Nueva Galicia”, los tostones se repliegan; pero luego marchan todos, en una procesión encabezada por Santiago, a la plaza o al atrio de la iglesia, donde se ha erigido una plataforma de madera, que recibe el nombre de El Castillo.

Este espacio puede ser un simple tablero, una gradería, o un artificio más complicado con murallas y almenas. Ahí tendrán lugar las negociaciones por la tierra, durante las cuales los tostones bajan de este sitio para medir el suelo con cordeles, prefieren largos e ininteligibles discursos, salpicados de vocablos en náhuatl, y señalan con grandes gesticulaciones hacia los cuatro vientos. Presiden el actores reyes coronados que representan el poder terrenal y que evocan la multietnicidad de los Santos Reyes de las pastorelas: uno es blanco, con andróginas trenzas rubias, y los otros llevan pelo negro y tez morena. Sin embargo, los tres portan capas europeas. No se muestran como aliados de Santiago y, al final, se vuelven contra él. Incluso en algunas versiones el apóstol es explícitamente condenado a muerte por ellos. Otro personaje ambiguo es el Cirinero, con máscaras blancas e indumentaria que recuerda a la de un payaso, que al principio es una especie de ayudante de Santiago, pero que luego, en las discusiones, que culminan con una suerte de juicio al santo, se alían con los tastoanes. Cuando el apóstol se retira, al parecer cansado de tanta algarabía, él se encarga de persuadirlo para que regrese a escuchar tres largos parlamentos de los tostones de mayor jerarquía. Una vez que éstos han terminado, se inicia el ataque y la persecución al santo, que concluye con una caída del caballo. Tal vez este personaje está inspirado por Simón de Cirene o el Cirineo, quien en el Evangelio y las representaciones populares de la pasión en la semana santa ayuda a Cristo a cargar la cruz en la que va a ser crucificado.

Tastoán Ixcatán. Interiores. Revista-libro Zapopan. Artes de México.

Guillermo de la Peña. Es antropólogo, doctorado en la Universidad de Manchester. Es profesor e investigador del CIESAS y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y del Sistema Nacional de Creadores. Recibió el premio Jalisco y la beca Guggenheim. Es autor de Herederos de promesas:Agricultura, política y ritual en los altos de Morelos y Cambio social en la región de Guadalajara.

Te invitamos a que consultes nuestra revista-libro Zapopan. no. 60. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.