08 / 04 / 25
Fotógrafos viajeros camino abierto
José Antonio Rodríguez

No sólo los pintores europeos del siglo XIX nos dejan un testimonio único de nuestro país. Otros aventureros, los fotógrafos, también exploran con el daguerrotipo la posibilidad de hacer dinero y de documentar la cultura inédita que iban descubriendo día a día. Fridrischsschal, Filogonio Daviette, E.R.W. Hoit y sobre todo, Désirñe Charnay y Pál Rosti son algunos de los pioneros de este arte en México.

Hacia 1840 la travesía entre Europa y México se prolongaba hasta 60 días, según la ruta de navegación y los temporales. Esta circunstancia determinó que el daguerrotipo fuera presentado públicamente el 19 de agosto de 1839 en nuestro país, en la Academia de Ciencias y Bellas Artes de Francia. Hay indicios de que el invento llegó por primera vez a Veracruz el 3 de diciembre de ese mismo año y que con el tiempo sería bautizado con el nombre de fotografía.

La expansión del daguerrotipo en México está determinada por distintos síntomas. El comercio entre los puertos mexicanos y el Viejo Mundo es abundante, lo que facilita la rápida llegada de este novedoso aparato que ofrecía sorprendentes “pruebas de exactitud” al “estampar los objetos transmitidos a la cámara oscura”, según se decía en la crónica que daría cuentas del hecho, aparecida el 15 de enero de 1840 en El Cosmopolita. Por entonces el país ofrecía escasa seguridad en los caminos. Mathieu de Fossey, colono francés, lo consignaba en su libro Viaje a México: “Al no haberse resuelto de antemano a dejarse desvalijar, aquí es preciso, armarse, pues son tan célebres, los caminos, por los asaltos que dan los ladrones, que la mera vista de un hombre armado por estos tremendos sitios basta para dar un sobresalto”. Otro factor mucho más terrible eran las plagas y enfermedades que arrasaban con poblaciones enteras. Solamente Veracruz, la puerta de entrada, era considerada por el mismo De Fossey como “uno de los puntos más enfermizos del orbe para las personas no aclimatadas todavía”.
Ésas fueron las condiciones que enfrentaron los aventureros que llegaron a probar fortuna como daguerrotipistas itinerantes que provenían de Francia, Alemania, Inglaterra o Estados Unidos, para dar a conocer el invento de Nicéphore Niepce y Luis-Jacques Daguerre. En esos primeros años surgieron tres tipos de experimentadores del daguerrotipo: los comerciantes, que como improvisados retratistas recurren a este novísimo aparato como un medio para conocer el mundo y hacerse de dinero pese a los tiempo de zozobra que se viven, los artistas o científicos, que comienzan a utilizarlo como herramienta para obtener imágenes “fidedignas” que den testimonio de lejanos territorios; así como “los viajeros, que, parten en todas las direcciones para copiar la naturaleza y, algunos meses más tarde, el público puede admirar los monumentos de Italia en la colección del señor Lerebours las antigüedades de Egipto copiadas por el señor, Frédéric Goupil Fesquet”, según se decía en un antiguo tratado francés sobre el daguerrotipo.

Así pues, los viajeros originarios de Europa recurrían muy pronto al daguerrotipo, lo mismo para instalar estudios de retrato que para documentar las antiguas civilizaciones del sureste. El barón Emanuel von Fridrichsschal, primer secretario de la legación Austriaca en México, fue quien, hasta donde se sabe, instaló en Mérida, hacia 1841, el primer estudio de daguerrotipo que hubo en el país. Sería él mismo quien, antes que Jonh Lloyd Stephens y Frederik Catherwood, registrara por primera vez las ruinas de Yucatán a través del daguerrotipo: un trabajo que le valdría recibir en Europa los honores de la Académie Royale des Inscriptions el Belles Lettres, de París. En El Museo Yucateco, publicado en Mérida en 1841, se lee: “El barón Fridrichsschal, llegó a esta ciudad hace muy pocos días, trayendo consigo un daguerrotipo, con el cual ha logrado formar una hermosa colección de las vistas que ofrecen las más celebradas ruinas de Yucatán”. El barón asutriaco abría, de este modo, un camino que sería ampliamente recorrido por cientos de viajeros que arribarían a esas calurosas tierras.

En la Ciudad de México también estuvieron estos viajeros que ofrecían sus servicios a un público de élite que podía pagar un precio de cinco a doce pesos por retrato, cuando los sueldos de distintos trabajadores, peones, sirvientes, obreros de la industria textil, fluctuaban entre 11 y 52 pesos anuales. A la capital llegan hacia 1842, el francés Filogonio Daviette, los nombres se citan aquí tal como aparecieron en la prensa de la época. R. W. Hoit, quien ya había estado en Cuba, y Francisco Doistua; en 1845 llega el fotógrafo Halsey proveniente de Estados Unidos. Las ciudades del interior también conocen el nuevo oficio de fotógrafo. Eduardo Wilder llega a la Ciudad de Durango en marzo de 1843 y permanece un mes en esa ciudad; ahí mismo el relojero inglés José de Bell incursionó como daguerrotipista a principios de 1849, seguramente por el atractivo que ofrecía este nuevo recurso de registro de imágenes. El químico francés Théodore Tiffereau, entre 1846 y 1848, recorre el centro del país y es el único conocido en México cuya técnica de revelado e impresión aparecerá en la primera publicación mexicana sobre la técnica, el Manual de fotografía y elementos de química aplicados a la fotografía, de José María Cortecero, publicado en París por la librería de Rosa y Bouret en 1862. El inglés Richard Car, proveniente de Estados Unidos, a donde había llegado en 1837, viene a México en mayo de 1846, y se moviliza primero por Veracruz y Oaxaca y, para finales de enero de 1847, viaja a Campeche en donde promete “sacar retratos con la mayor exactitud, tanto con colores como sin ellos, ofrece que los retratos saldrán perfectamente iguales al original y a la entera satisfacción de cada individuo”, según indicaba un anuncio del diario campechano El amigo del pueblo.

Un anuncio típico de un fotógrafo o daguerrotipista itinerante que viajaba por distintas ciudades y pueblos es el publicado por César von Duben en Pueblo, en noviembre de 1849: “El que suscribe tiene el honor de anunciar a este ilustrados que da abierto su establecimiento de daguerrotipo en la calle de La Carnicería núm 14, casa de la modista francesa, en el que sacará los retratos que se dignen pedirle las personas que lo honren con su asistencia. Habiendo manifestado una dedicación esmerada en este arte, está seguro de que los retratos logrados en su establecimiento no solamente son mejores que los que se conocen en la República hasta hoy, según se justifica con las maestras que se exhiben a la expectación pública, sino tan claros o bien acabados como la mejor miniatura hecha a mano. El método de que se sirve el artista es el electromagnético, últimamente descubierto en Europa, el cual da realce y hermosura a los retratos. Las personas que gusten retratarse deben aprovechar esta ocasión pues sólo se detendrá muy poco días en la ciudad, y advierte a las señoras que el local donde tiene establecida la máquina es bastante decente y preparado de modo que su delicadeza no se ofenda al concurrir a honrar al artista”.

Duben, probablemente de origen alemán, dejó testimonio de su paso por Querétaro en agosto de 1850, al ofrecer, además, la “instrucción de este arte” por la altísima cantidad de 150 pesos. César von Duben personaliza el discurso de los fotógrafos viajeros de estos años: una instalación adecuada para la pose aseguraba su excelencia y una experiencia propia en el oficio. Además, equiparaba su trabajo al de mejor pintor miniaturista, se autodenominaba artista y, desde luego, anunciaba su breve estancia en los lugares que visitaba. De esta manera, las ciudades del interior conocerían las posibilidades del daguerrotipo, una pequeña laminilla de plata pulimentada, en donde se reflejaba una imagen muy cerca de los objetos que capitana.
Si el daguerrotipo ofrecía una sola imagen positiva muy pronto esto sería superado. A mediados de 1852 Marcos Balletes, quien provenía de Francia, anunció en la Ciudad de México que podía realizar fotografías en lámina o papel. Esto último era posible gracias a la reciente invención de las placas húmedas de colodión, que eran negativos sobre soporte de vidrio; un proceso que permitía obtener varias copias impresas en papel. Esta técnica no tardó en llegar, los parisinos Latapí y Martel ofrecían en el Distrito Federal retratos “con la mayor perfección posible” sobre metal, vidrio y papel. Este nuevo recurso de copias múltiples posibilitó de manera rotunda una mayor difusión de las imágenes. Por ello no será raro un hecho como el que a continuación se relata:

El jueves 8 de abril de 1858 se da a conocer en el Diario de avisos la aparición del Álbum fotográfico mexicano, un libro realizado por Desire Charnay y editado por Julio Michaud e hijo. Compuesto por 24 fotografías en papel, como fue anunciado, el álbum buscaba “entregar a los aficionados, los extranjeros y los artistas una colección de los monumentos más curiosos de México, y también de las importantes ruinas que rodean la ciudad”, mismo que había sido el “encargo por S.M. el emperador de los franceses de juntar para el Museo del Louvre”.

El álbum de Charnay, uno de los primeros libros de fotografía mexicanos, aparece cuando el autor cumplía un año de vivir en el país, a donde llegó por iniciativa y recursos propios. En abril de 1858 Charnay, de apenas 30 años de edad, únicamente había fotografiado algunos edificios de la Ciudad de México y las cercanas ruinas de Tlalmanalco, las cuales ofrece como contenido de su álbum. Pero entre septiembre de ese año y octubre de 1860 emprende un largo viaje por Puebla, Oaxaca, en donde fotografia Mitlan y Monte Albán, Veracruz, Tabasco y Mérida; brevemente retorna a Estados Unidos en donde había permanecido durante algunos meses antes de su arribo a México para regresar después a Mérida, Chiapas y a la Ciudad de México. Un extenso recorrido que le servía para publicar Ciudades y rutinas americanas, en 1863, una de sus mejores obras como viajeros; un testimonio que entrelaza la visión del expedicionario, del observador maravillado y del aventurero con ambiciones científicas que utiliza la fotografía como un recurso para dar a conocer en Europa la antigua civilización maya. Un hecho que entonces era poco común, excepto por los daguerrotipos de Friedrichsthal que, al parecer, ya se conocían en el Viejo Mundo.

En sentido estricto, Charnay compartiría con otros dos personajes clave el ser el autor de dos de los primeros cuatro libros realizados en México, o como resultado de una estancia aquí, que contenían fotografías sobre el país. Sólo 14 días después de que aparece su Álbum fotográfico mexicano se da a conocer otro Álbum fotográfico “conteniendo 24 vistas de la Ciudad de México y sus alrededores”, editado por el fotógrafo Halsey, posiblemente para competir comercialmente con el trabajo de Charnay. Pero también simultáneamente, entre 1857 y 1858, otro viajero europeo ha recorrido Veracruz, Orizaba, la Ciudad de México y sus alrededores. Cuando contaba apenas con 26 años de edad, en agosto se embarcaron desde Francia a Estados Unidos, en donde comenzaría su viaje por América.

Ricardo Garibay. Interiores. El viajero europeo del siglo XIX. Artes de México.

José Antonio Rodríguez. Realizó estudios en Ciencias de la Comunicación, conservación de fotografía y cine. Actualmente trabaja como historiador, curador y crítico de fotografía especializado en México. Fue fundador del Archivo Histórico y Fotográfico de Tabasco, 1986; entre sus publicaciones se encuentran: La fotografía en Tabasco, 1986; La manera en que fuimos. Fotografía y sociedad en Querétaro 1840-1930, 1989: Martín Ortíz, fotógrafo. El último de los románticos, 1992; es coautor de Guillermo Kahlo. Vida y obra.

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