21 / 11 / 24
Jacinto Pérez, Cazador de imágenes de la Revolución Mexicana
Margarita de Orellana

A propósito del 20 de noviembre. La autora Margarita de Orellana, fundadora de la editorial Artes de México, nos cuenta la vida de Jacinto Pérez y Micaela, su historia se desarrolla en torno a la filmación de una película del general Pancho Villa.

A mí el cine me cambió la vida. Todo comenzó allá por 1913. En los campos de batalla de la Revolución, medio asustado buscando el pan de cada día, andábamos Micaela, una mulita re´chula, y yo, Jacinto Pérez, pa´ servir a usted y a quien me lo pida. Traíamos mucha hambre. Entre el barullo de las carretas, los caballos, los cañones, los soldados de mi general Pancho Villa, las adelitas y los chamacos que molestaban a la Micaela, andaban unos camarógrafos de cine que venían del norte, de los Estados Unidos, y que hablaban un español masticado. Eso sí, estaban bien vestidos y equipados.

-¿Cazadores de imágenes? Suena bien. ¿Les puedo ayudar?.

Y aceptaron gustosos. Nos pagaron por llevarles su cámara y sus tripiés, que eran sus instrumentos de caza. ¡Y sí que pesaban!. Pero valía la pena por los billetes verdes que nos fueron dando cada siete días. Gracias a ellos, Micaela y yo comimos muy bien durante varias semanas y hasta me compré un sombrero elegante y unas buenas botas.

Un día cargaba y descargaba a la Micaela, uno de esos camarógrafos me dijo:

-Jacinto, los películas que tomamos en la mañana son para venderse allá, del otro lado. Lleva estas latas al tren para que lleguen a la frontera. Asegúrate de que no se abran because se velan y ya no sirven. Verás que Pancho Villa, en las inmensas pantallas del norte, va a ser más famoso de lo que ya es aquí.

Cuando lo vean en el cine hasta lo van a admirar.

No entendía muy bien todas sus palabras. Pero lo que sí me daba gusto era imaginar a mi general cabalgando en una pantalla muy grande.

-¿Y cómo se enteraron ustedes de nuestra Revolución?

¿Quién los invitó a andar en la bola con mi general? -les pregunté porque parecía que les gustaba el relajo.

Me contaron que no es que fueran mitoteros, sino que cuando mi general Villa tomó Ciudad Juárez, a finales de 1913, se dio cuenta de que los reporteros extranjeros pagaban a los soldados por tomarles fotos. Entonces pensó que podía hacer un buen negocio y les dijo que si querían acompañarlos en toda su campaña, pues les iba a costar.

No es que mi general fuera interesado, pero tenía muchos gastos por la Revolución.

Varios camarógrafos telegrafiaron a sus compañías, pero sólo la Mutual Film Corporation de Nueva York aceptó, o lo que quería mi general, y le ofrecieron 25,000 dólares para que sólo trabajara con ellos.

Ilustraciones de Chubasco. 2008. Interiores. Jacinto Pérez, Cazador de imágenes de la Revolución Mexicana. Artes de México.

En Ojinaga, Chihuahua, se esperaba una batalla importante a principios de febrero de 1914. Allá llegamos Micaela y yo con nuestros nuevos patrones.

Luego supe que los periódicos de los Estados Unidos, bien exagerados, habían dicho que Villa había retrasado la batalla para que los camarógrafos pudieran atravesar la frontera y la filmaran toda. Pero no era cierto. Lo que en verdad sucedió es que a mi general le gustaba más atacar por las noches.

Como estaba difícil que pudieran filmarlos a esas horas por la oscuridad, peleamos también durante el día. Ahí era cuando realmente sudábamos la Micaela y yo, llevando la cámara de aquí para allá. Al final del día acabábamos rendidos y dormíamos como troncos. Claro que antes nos dábamos un gran banquete: yo con mis frijolitos y mi mula con unas deliciosas zanahorias.

Las películas de la polvorienta batalla en Ojinaga llegaron pronto a la frontera. En Nueva York se morían por mostrarles a los distribuidores y a los que las compraban para las salas de cine.

Después nos enteramos de que, en una de estas primeras funciones, un mexicano ya viejo que se encontraba en la sala empezó a dar de gritos:

- ¡No, no puede ser, mi hijo está luchando con Pancho Villa!, ¿por qué nadie me lo dijo?

Era el papá de Gustavo y de Francisco I. Madero, a quienes ya habían matado en la Revolución. Y Emilio, su otro hijo, es el que salía peleando con mi general. La familia se la había ocultado al viejo para que no se acongojara. Pero el cine los había delatado.

Por aquel entonces, la Mutual veía que mi general siempre andaba re´mugroso, y buscaba que se viera más guapo, como un auténtico general de película. Así que le propusieron coserle un elegante uniforme militar.

A Villa le encantó la idea y luego quería andar siempre bien vestidito, pero los de la Mutual se pusieron rudos y le dijeron que sólo podía usar el uniforme durante las filmaciones, porque era propiedad de la productora. Hubieran visto a mi general. Llevaba el uniforme con mucho estilo y con una sonrisa que lo delataba: ya le estaba gustando eso de ser un artista de cine. Micaela y yo lo admirábamos desde lejos.

Ilustraciones de Chubasco. 2008. Interiores. Jacinto Pérez, Cazador de imágenes de la Revolución Mexicana. Artes de México. p. 26.

Entre las ocho o nueve camarógrafos que habían mandado. Uno de los más simpáticos era Charles Rosher, que luego se convirtió en un famoso fotógrafo de Hollywood. En una ocasión, él tuvo que estar casi tres días dando vueltas a la manivela de una cámara para “filmar” los funerales de un amigo de mi general, porque éste se había empecinado en que filmara todo el suceso. Aunque ya no tenía película, Rosher seguía dando vueltas a la manivela. Temía que si paraba, mi general lo mandara fusilar. Y ya lo creo que sí, yo había visto que luego tenía reacciones rete violentas con la gente. Por eso Micaela y yo siempre hacíamos lo que nos decía.

En Ojinaga conocí a otro camarógrafo: Sherman Martin. Y me enseñó un telegrama que mandó a sus jefes y que se publicó en una revista.

La verdad es que este Martin exageraba para hacerse el interesante. A los camarógrafos les gusta ser los héroes, pero lo hacían más bien era ser muy famosos. Yo había estado en Chihuahua y no recuerdo algo parecido. A este Martin seguro se le habían pasado las cucharadas.

Aunque los de la Mutual parecían contentos con la idea del uniforme de mi general, en Ojinaga decidieron que habría más billetes si hacían una película sobre su vida con actores de a deveras. Así, clarito lo veríamos dirigir a sus soldados en las falsas batallas disfrazado con su elegante uniforme.

Esta película la actuó Raoul Walsh, que después sería famoso en Hollywood. Él hacía el papel de Villa cuando era joven. Eso estuvo fácil para los camarógrafos; lo difícil fue cazar la imagen de mi general cabalgando.

-No era fácil atrapar a Villa. Tratamos de filmar su cabalgata hacia la cámara, pero su caballo pasaba frente a nosotros a 145 kilómetros por hora. Le suplicábamos “despacio señor por favor despacio”.

Mi general les hubiera hecho caso, pero el caballo no hablaba inglés. Bueno, tampoco Micaela; por eso yo le tenía que dar las órdenes.

Naturalmente en esta película querían incluir las ejecuciones. La primera idea fue filmarlas de verdad. Los camarógrafos lograron que éstas se cambiaran de las cinco a las siete de la mañana para tomarlas con buena luz. Colocaban las cámaras frente al muro y así las tomaban. Raoul Walsh contaba que “inmediatamente los hombres se avalanzaban con piedras sobre los cadáveres, les abrían la boca y les sacaban los dientes de oro. Otros iban por los zapatos”. Ya ve usted que hay gente que no respeta ni a los muertos. Ninguno de los ejecutados se dejó poner la venda en los ojos. Eran bien valientes. Algunos solo maldecían antes de caer. Pero todos estos esfuerzos no sirvieron para tanto: al final se filmaron muchas cosas en los estudios de los Estados Unidos.

Después de la larga estancia en Ojinaga, las tropas de mi general se fueron en tren hacia el sur. Tuvieron que librar batallas muy importantes en su camino. Y como mi general ya estaba muy entrado en eso del cine, pidió que hubiera un furgón especial para los camarógrafos y los periodistas. ¡Qué suertudos! Micaela y yo no teníamos tanta suerte, así que viajamos largos trechos a pie. Y a veces nos daban chance de subir a algún carro de ferrocarril donde había caballos. La Micaela se ponía re´ contenta.

Este famoso furgón llevaba un letrero muy grande en inglés. Me contaron que decía: “Las películas de la Mutual hacen que el tiempo vuele”. Y a lo mejor eso era cierto para los que veían las películas. Pero los camarógrafos no pensaban lo mismo, mucho menos durante la batalla de Torreón. Parecía que el tiempo se había detenido porque estuvieron bajo fuego varios días que les parecieron larguísimos.

La Micaela y yo nos escondíamos debajo de los mezquites secos tratando de pasar desapercibidos y de dormir un poco. Pero el miedo nos tenía muy despiertos. Las balas caían como lluvia. Los camarógrafos estaban escondidos en su furgón y hasta debajo de él. Filmábamos cuando las cosas se calmaban.

Ilustraciones de Chubasco. 2008. Interiores. Jacinto Pérez, Cazador de imágenes de la Revolución Mexicana. Artes de México. p.8.

Un día se trepó sobre la Micaela John Reed, uno de los periodistas extranjeros más conocidos en esa época. Durante el viaje nos contó que pasaron hambre, sed y cosas peores durante las batallas. ¡Como si no lo supiéramos!. Pero no todo era tan malo. También se acordó de que algunos soldados compartieron con él y sus colegas extranjeros sus tortillas y sus frijoles. Como agradecimiento Reed decidió regalarles su reloj de pulsera. Como eran varios decidieron que cada uno lo llevara puesto durante dos horas desde ese momento hasta el fin de sus vidas.

Me pregunto quién tendrá ese reloj ahorita.

Mientras los camarógrafos vivían esta pesadilla, se exageraban los mensajes que enviaban a los periódicos de los Estados Unidos por medio de telegramas:

“La situación en Torreón es indescriptible, hay muchos muertos sin enterrar. Estuvimos cuatro días bajo metralla”. “Cuando nos vieron colocar la cámara sobre una casa de adobe se la pasaron disparándole con máusers y cañones creyendo que era una ametralladora”, “Tuve que filmar de todo: hombres cavando sus propias tumbas, ejecuciones, escaramuzas. Me encontraba en las trincheras oyendo el sonido de las balas que cruzaban el aire por encima de mi cabeza. “No tiene de qué preocuparse, me decían, mientras pueda oírlas”. Había un hombre con un agujero de granada en la pierna. Le ponían un trapo en el hoyo y lo restregaban hacia adelante y hacia atrás para limpiar la herida”.

Si hubiéramos sido americanos, seguro que al leer estos telegramas hasta Micaela se hubiera metido al cine para ver las películas. ¡Eso sí era buena publicidad!.

Margarita de Orellana. Nació en la Ciudad de México, 1950. Es historiadora, editora, escritora y gestora cultural. Obtuvo el Homenaje al Mérito Editorial de la Feria Internacional del Libro, 2023. Fue coeditora y fundadora de la revista feminista Herejías, publicada en Francia. Es codirectora de la revista Artes de México y autora de varios libros donde analiza la cultura mexicana, especialmente el cine histórico y documental de la Revolución mexicana.

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