05 / 06 / 25
La arqueología mesoamericana en la obra de Nebel
Leonardo López Luján

Durante el Romanticismo, existió una tendencia a mirar al pasado no sólo por curiosidad o por la necesidad de un saber más amplio. Aquellos hombres no buscaban en los vestigios arqueológicos sociedades primitivas, sino civilizaciones en su Edad de Oro. Como podemos ver en estas páginas, Carl Nebel no se sustrajo a esta fascinación, y se acercó a las antigüedades menos americanas con la perspectiva de quien busca en ellas los rostros de la cultura verdadera.

El 6 de diciembre de 1825, en la sede de la Société de Géographie de Paris, David Baillie Warden causaba una gran expectación entre la asamblea al leer su reporte sobre la Description of the Ruins of an Ancient City: Discovered Near Palenque…, informe que el capitán Antonio del Río había rendido al rey de España en 1787, y que, tras décadas en el olvido, había sido impreso por primera ocasión en Londres en 1822. Las emotivas palabras de Warden acerca de una ciudad de ocho leguas de extensión, con un arte avanzado y que había sido engullida por la jungla tuvieron tal impacto entre los miembros de la sociedad que, al unísono, decidieron publicar en francés el reporte de Del Río y, unos meses después, convocar a un concurso para elaborar una descripción “más completa y más exacta” sobre la enigmática capital maya.

En el célebre Bulletin -órgano de difusión de la sociedad, que más tarde se convertiría en la principal fuente de inspiración de Jules Verne- prometieron otorgar una medalla de oro, con valor de 2,400 francos, a quien lograra internarse en la selva y llevará a cabo visitas pintorescas de los monumentos palancanas con planos y cortes, así como con detalles de las esculturas más insignes. Se debía realizar excavaciones en los subterráneos y los acueductos; indagar sobre sus constructores, especialmente sus costumbres y su lengua; elaborar mapas de las demarcaciones donde estaban las ruinas, haciendo observaciones geográficas y económicas, y recopilar datos sobre Votán, “comparable a Buda y Odín”. Por si fuera poco, también debían emprenderse reconocimientos en Yucatán y Guatemala, particularmente en los alrededores de Mérida y Maní, además en El Petén, Utatlán y Copán, pues había noticia de que los vestigios arqueológicos de aquellas regiones tenían vínculos con los de Palenque. Para no quedar fuera del concurso, los resultados tendrían que ser entregados en la sede de la sociedad antes del 1 de enero de 1830.

Semejantes metas debieron haber sonado inalcanzables para la mayoría de los lectores del Bulletin, máxime si prestaron fe a uno de los primeros concursantes, quien afirmaba que los exploradores de la “Palmira americana” harían frente a tempestades, vientos del norte, serpientes, culebras grandes murciélagos, tigres, leones, lacandones antropófagos y, todavía peor, a los temibles mexicanos, “poco civilizados, celosos y desconfiados”. Ante tan aterradoras perspectivas, la respuesta a esta novelesca convocatoria fue tan pobre como insatisfactoria, razón por la cual el cierre del concurso tuvo que prorrogarse dos años.

Con la ampliación del plazo y una mayor difusión de las bases de la competencia, el escenario cambió radicalmente: entonces fueron muchos los que se declararon dispuestos a emprender la aventura, entre ellos François Corroy, director del hospital militar de Villahermosa Baradére, el polifacético Jean-Frédéric Waldeck, el malogrado Ludwig Choris, el pintor Johann Mortiz Rugendas y Juan Galindo, oficial superior de la República de América Central. A la lista de interesados pronto se sumaría el nombre de un talentoso alemán de apenas 25 años de edad: Carl Nebel. Por conducto de Adrien Cochelet, cónsul general de Francia en México, este joven, con estudios en arquitectura y al parecer también de ingeniería, se propuso ante la Siciéte de Géographie para llevar a cabo el viaje a Palenque, pero, quizá debido a una solicitud de apoyo económico, el ofrecimiento recibió una respuesta negativa -si bien bastante amable- a mediados de 1830. Aún así, Nebel persistió en sus aspiraciones, tal y como lo demuestra una segunda carta que Cochelet envío a la sociedad a finales de ese mismo año, en la cual se anunciaba que el alemán pagaría el viaje de su propio peculado e intentaría llegar hasta Guatemala. Junto a dicha carta se encontraba el ambicioso programa de actividades de Nebel, el cual incluía la redacción de un breviario de la historia antigua de México acompañado de dibujos de códices y esculturas originales, un estudio de la mitología prehispánica, otro de la Piedra del Sol -entonces llamada Calendario de los mexicanos-, así como descripciones y dibujos de Teotihuacan, Cholula, Xochicalco, Papatla, Mitla y el propio Palenque.

Tenochtitlan y el Museo Nacional

Para entonces, Nebel era ya un declarado amante de la arqueología mesoamericana. Durante sus dos primeros años de estancia en México, el pasado prehispánico había incidido vigorosamente en su espíritu creativo, y lo había motivado a plasmar en papel cuanto vestigios de la antigüedad se atravesaba frente a sus ojos. A la postre, esta afición daría como fruto superlativo su Voyage pittiresque et archéologique dans la partie la plus intéressante du Mexique, álbum litográfico que fue publicado por primera vez en París en 1836 y en el que Nebel consagró a la arqueología 20 láminas de un total de 50. Este bellísimo conjunto de imágenes nos revela su especial predilección por la arquitectura y la escultura en piedra, aunque no soslayó algunos objetos menores elaborados con cerámica y madera. De manera correlativa, los breves textos que acompañan las láminas -que tan sólo pretendían “la diversión y el recreo” del lector- nos reflejan las preocupaciones propias de un arquitecto que enfoca su mira en los materiales y en los sistemas constructivos, y que se interroga sobre las dimensiones exactas, la forma, las proporciones y las funciones de los monumentos. Recurrente en ellos es la admiración de su autor por la perfección de los restos arqueológicos locales, en franco contraste con un siempre despreciativo. Alejandro de Humboldt, quien consideraba a la plástica prehispánica como desprovista de todo valor estético por ser obra de pueblos bárbaros Nebel, por el contrario, los atribuía a civilizaciones en toda la extensión de la palabra, y los comparaba, por ejemplo, con las vías pavimentadas, el Coliseo y otro monumentos de la Roma antigua, que tanto había admirado durante una estancia previa en la península itálica.

Podemos suponer que Nebel tuvo su primer contacto significativo con el pasado mesoamericano en la Plaza de Armas de la capital, lugar donde habían sido exhumadas la Piedra del Sol y la Coatlicue en el no muy lejano año de 1790. Como es bien sabido, tras su descubrimiento fortuito y hasta 1885, el primero de estos monolitos estuvo expuesto públicamente al pie de la torre oeste de la catedral. Imaginemos, por tanto, al artista frente al “Zodiaco” de 24 toneladas, tratando de captar su compleja iconografía. Su preocupación por el más mínimo detalle tuvo como resultado último la lámina de su Voyage pittoresque et archéologique…

Atraído por el coleccionismo

Tan pronto llegó a México, Nebel entró en contacto con un círculo de aficionados a las antigüedades, integrado por el suizo Lukas Vischer, el austriaco Frédéric Waldeck y los germanos Maximiliano Franck, Car Uhde y Johann Moritz Rugendas. Estos extranjeros habían seguido el ejemplo de diletantes locales como Luciano Castañeda, el conde de Peñasco y la marquesa de Selva Nevada, amasando sus propias colecciones. Acostumbraban venderse piezas arqueológicas entre sí y hacerse préstamos temporales para dibujarlas. Aunque Nebel era mucho menor que la mayoría, debió integrarse rápidamente al grupo, pues compartía con ellos el alemán como lengua materna y aptitudes artísticas.

Existen testimonios fehacientes de que Nebel entabló con Waldeck una intensa relación de colaboración, a la vez que de competencia, relación que se prolongaría más allá de la estancia de ambos en nuestro país. Dentro de una serie de intercambios de objetos, sabemos que Nebel solicitó prestados a Waldeck su coyote y su “Tonatiuh", o Apolo. A cambio le llevó al asutriaco una burda falsificación de cerámica inspirada en la Piedra del Sol, al parecer con el ánimo de gastarle una mala broma. De igual manera, Nebel pinteño esculturas pertenecientes al gabinete de Vischer; un bloque en serpentina que representaba “las armas de Tezcuco” y la excepcional efigie texcocana de Xipe Tótec, que hoy se encuentra en el Museum der Kulturen de Basilea. De ésta, Nebel señaló, con ojo perspicaz, que representaba a un sacerdote vestido con una piel humana durante la veintena de Tlacaxipehualiztli.

Templo de las Serpientes emplumadas de Xochicalco: sus ruinas, y su reconstrucción hipotética.

Leonardo López Luján. Es un arqueólogo mexicano, actualmente uno de los principales investigadores de las sociedades prehispánicas del Centro de México y de la historia de la arqueología de ese país.

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