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La peregrinación magna del 12 de diciembre
María Rodríguez Shadow

Cada 12 de diciembre, millones de peregrinos se dirigen hacia la Basílica para establecer una alianza con la Virgen de Guadalupe; sin embargo, todos los días del año confluyen en este espacio numerosos visitantes, que, además de buscar la benevolencia de la Guadalupana, hacen de este un recinto un rico encuentro de expresiones culturales diversas.

Común a casi todas las religiones, la peregrinación es una práctica muy antigua. Puede definirse como el viaje que hace un creyente, a pie, desde un punto cualquiera, por lo general, el sitio del que es originario, hacia un lugar que una comunidad considera sagrada, con el propósito de expiar y redimirse. Este viaje, que puede tomar horas, o días, implica un reto físico, y en ocasiones también privaciones y sufrimiento. En ese sentido, bien se le puede considerar como un rito de paso, una prueba que mide la fortaleza de la fe. Pero es asimismo una jornada de aprendizaje y meditación, en el curso de la cual se conocen o se repasan los hechos prodigiosos que el ser que se ha manifestado en el sitio al que el peregrino se dirige: curar a enfermos graves, salvar a quienes se han visto en peligro, reunir a familiares u otras personas queridas. Muchas veces las motivaciones pueden ser pragmáticas, lograr un ascenso a una buena cosecha, recuperar la salud, mejorar su situación económica, dar gracias por favores recibidos, cumplir promesas hechas, etcétera, pero igualmente es parte de su intención impregna su persona, o un objeto, de poder sobrenatural que se atribuye al santuario.

Las peregrinaciones suelen realizarse en grupo. Hay unos que tan solo caminan; otros que avanzan de rodillas; algunos que recorren grandes distancias mediante relevos o en bicicleta. Todos tienden a mantener una identidad: de un pueblo, de una colonia, de una agrupación, deportiva, o de otra índole.

Por lo general, la organización de una peregrinación corre a cargo de un grupo muy estructurado, trátese de congregaciones religiosas, gremios laborales, o cofradías de algún otro tipo, aunque en ocasiones también puede deberse a la iniciativa de una persona carismática. Al viajar juntos y compartir gastos y alimentos, los integrantes de la peregrinación crean y fomentan lazos sociales de compañerismo y solidaridad, establecen alianzas tangibles y parentescos simbólicos, por ejemplo, los peregrinos veteranos apadrinan a los novatos, y construyen una identidad colectiva.

Cuando un grupo emprende una marcha con el fin de visitar un sitio o un ícono reverenciado, se aparta de la vida cotidiana para entrar a un espacio cargado de luminosidad y recibir un adoctrinamiento que lo prepare para llegar al centro imbuido de poder simbólico porque en él ocurrió una hierofanía.

Una hierofanía suele tener múltiples significados, y -como lo señala Mircea Eliade- es experimentada y explicada diferencialmente, tanto por la elite religiosas, sacerdotes y ministros eclesiásticos, como por el resto de la colectividad, rezanderos, mayordomos y devotos. De allí que la peregrinación -incluyendo la serie de actividades rituales que se llevan a cabo tanto por el pueblo como en el trayecto al santuario- tenga un carácter contradictorio. Si bien el espacio que genera el compartir una creencia propicia la integración de los participantes y la anulación de las distinciones sociales, cada uno de ellos interpreta las imágenes y los símbolos de acuerdo a sus propias necesidades e historia personal. Los devotos de una imagen quizá deban su fervor a las prácticas familiares y a las enseñanzas de la madre, que les habló de los favores y el amparo que ha recibido del ícono considerado milagroso. Así, para muchos adolescentes y adultos, repetir la peregrinación hacia la Villa de Guadalupe constituye una forma de continuar las creencias piadosas de una madre que ya no está con ellos, y de ese modo le rinden un homenaje tanto a su progenitora terrenal como a su madre celestial.

La Virgen de Guadalupe de México. Patricio Morlete Ruiz. Lámina de cobre. 123 x 101.5 cm. Interiores. Guadalupe Tonantzin. Artes de México.

Trayectos sacros

Como la devoción a la Virgen de Guadalupe ha sido reconocida oficialmente por Roma y el episcopado mexicano, las peregrinaciones a su santuario siempre han sido, en términos generales, organizadas y sistematizadas por el clero -o al menos han contado con su anuencia. Pero en muchas ocasiones las romerías son creadas y dirigidas por laicos y, en tales casos, la peregrinación y las actividades que se desprenden de ellas- con su consecuente reinterpretación de los dogmas religiosos -deben considerarse como expresiones culturales e ideológicas de los grupos sociales que las producen. Las peregrinaciones provienen no solo de muy diversos puntos de la geografía nacional, sino también de otros países que comparten la reverencia a esta imagen piadosa, como Estados Unidos de Norteamérica. ciudades como Chicago, Los Ángeles y Nueva York constituyen eslabones de una gran cadena devocional a la que resulta apropiado llamar global, pues existen santuarios dedicados a la Virgen de Guadalupe en casi todo los países de América Latina, no obstante que cada uno de ellos cuenta con una advocación local de la Virgen María, e imágenes suyas se veneran en templos tan importantes como la catedral de San Patricio, en Nueva York, la catedral de Notre Dame en París, y la basílica de San Pedro, en el Vaticano. Así, no es sorprendente que esta sagrada figura femenina haya tomado diversos títulos que aluden a la expresión de la adoración popular: la reina de México, Emperatriz de las Américas.

Aquí veremos un ejemplo de peregrinación: la de los jóvenes de Ajalpan, Puebla, que se realiza en bicicleta.

Un día antes de iniciar su viaje, los jóvenes de Ajalpan celebran una procesión guiada por un dirigente secular, cantan y rezan, escuchan misa y reciben la bendición del párroco, luego acuden a un desayuno en la casa del mayordomo, comen tamales con atole, y escuchan la música de la banda local. Al día siguiente, 10 de diciembre, a las cinco de la mañana, parten a la peregrinación. Participan 18 personas, todos varones jóvenes con sus bicicletas engalanadas. El pueblo se reúne para despedirlos, entre gritos de júbilo y lágrimas de alegría. Organizados en cuadrillas, recorren 45 kilómetros y almuerzan en Tlacotepec. Son escoltados por camiones de ladillas que llevan agua, alimentos, cobijas y un botiquín para emergencias. En esos vehículos, viajan las mujeres que preparan los alimentos de los romeros. Ellas se adelantan para llegar primero a Amozoc, donde los esperan con las viandas listas. Los peregrinos comen y continúan hasta llegar a San Martín Texmelucan donde pernoctan y cenan. Al amanecer ya han desayunado y están listos para continuar su viaje sin interrupción hasta la Ciudad de México.

María J. Rodríguez-Shadow. Es maestra normalista, arqueóloga por la ENAH, con una especialidad en Estudios de la Mujer por la UAM Xochimilco y doctora en Antropología por la UNAM, ha dedicado la mayor parte de su vida al análisis de la condición femenina en diferentes culturas de diversos periodos históricos, escogiendo preferentemente a las mujeres que habitaron Mesoamérica antes de que los hispanos hicieran acto de presencia en el continente, lo cual no quiere decir que las mujeres de otras civilizaciones no hayan sido de su interés, sino que, por tener las pesquisas y las exploraciones más cerca, México es el centro de sus preocupaciones científicas.

Este texto fue publicado en la revista-libro, Guadalupe Tonantzin, no. 125. La encuentras disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.