04 / 03 / 25
Leonora Carrington
Dina Comisarenco Mirkin

Uno de los proyectos culturales más notables y significativos de la década de 1960, fue la creación del Museo Nacional de Antropología e Historia. Diseñado por el arquitecto Pedro Ramírez Vásquez, para alojar la colección más grande de arte prehispánico del mundo, y es reconocido por su extraordinario valor histórico, simbólico y estético. Dentro de este espacio, encontramos El mundo mágico de los mayas, obra de la pintora Leonora Carrington.

Nació en Lancashire, Inglaterra en 1917. Fue una verdadera artista “artista renacentista”, ya que logró expresarse con virtuosidad en muchos ámbitos: pintura, dibujo, grabado, escultura, tapiz, escenografía y vestuario teatral. También escribió interesantes obras literarias. En su amplio legado, se incluyen dos murales realizados durante la década de 1960. El mundo mágico de los mayas, 1963. Que ha sido objeto de estudios que reconocen su valor. Uno de ellos fue publicado en 1964 por el Museo Nacional de Antropología; en él se reproducen los bocetos preparatorios, acompañados por esclarecedores textos de Andrés Medina y Laurette Séjourné. El otro de Luis Rius Caso, fue incluido en 2003 en el número de la revista Artes de México, dedicado a la poética surrealista. En ambos textos, se reconoce que esta obra funde imágenes provenientes de fuentes históricas -como el Popol Vuh y los códices prehispánicos- con otras contemporáneas derivadas de la observación directa de las culturas mayas, aferradas a la vida espiritual y a la magia desde tiempos ancestrales. Carrington llevó a cabo estas observaciones en sus viajes a los Altos de Chiapas -donde estuvo en contacto con tzotziles y tzeltales-; también la acercó a las culturas indígenas su diálogo permanente con la arqueóloga Laurette Séjourné y la antropóloga Gertrude Duby. Todos estos conocimientos y experiencias sirvieron para estimular la riquísima imaginación de la artista, quien plasmó la cosmovisión de un pueblo a través del cristal de su visión poética y logró así darle un sentido universal. Séjourné dice de la obra:

“Se desprende que el núcleo irreductible de ese mundo humillado está hecho de espíritu puro, y que esas criaturas amedrentadas como pájaros son portadoras de un mensaje que nos concierne particularmente. En efecto, por devastado que esté después de cuatro siglos de sitio, el mensaje que continúan defendiendo es todavía susceptible de ser útil, por poco que nos preocupemos de él. Porque lo que parece querer transmitir es, nada menos, que la fórmula capaz de curar de ese mal pernicioso que consiste en vivir separado del ser”.

La arqueóloga también señala el contraste entre las escalas utilizadas en el mural, con las que evidencia lo minúsculo de la humanidad que se desarrolla entre “profundidades sombrías y amplios cielos fulgurantes”. Así, expresa una metáfora extraordinaria de la situación de los mayas modernos y de la condición humana. Andrés Medina observó que: “la cosmovisión de los tzeltales y tzotziles tiene un profundo sentido telúrico y apocalíptico”, que fue magistralmente captado por Carrington en su mural.

La artista expresó la convivencia de los distintos mundos, que son concebidos por los pueblos mayas. En el primer plano se encuentra el inframundo, al que se accede a través de cuevas, que es el lugar donde viven los dioses agrícolas y los antepasados protectores junto a la ceiba, “árbol que sostiene el cielo sobre la tierra y con sus raíces penetran en el inframundo”. En el centro plasmó el espacio de las mujeres y los hombres, que realizan sus actividades cotidianas -la agricultura, la ejecución de música, la crianza de los niños, el consumo de licor, y sus festividades, rituales y procesiones frente a las iglesias y las chozas de los curanderos-. En el plano superior, con esa luz extraordinaria que Rius Caso define como “entre aureal y crepuscular, propia de ese momento en que ambos tiempos se confunden”, se representa el mundo celeste, tocado por cerros donde habitan los guardianes, los astros y los dioses. De izquierda a derecha del mural, encontramos la luna azul, a Ixchel o “mujer arcoíris”, a Chac, dios de la lluvia, el sol anaranjado, la estrella Venus que irradia luz, la serpiente y el quetzal, que conforman el nombre del dios creador Kukulkán o Guzumatz-, y en el extremo derecho, un pájaro multicolor que, en sus bocetos, Carrington identifica como un guardián protector, totil meíl, ancestro en forma de colibrí.

Representó numerosos animales que entrecruzan los planos, algunos reales y otros híbridos y fantásticos. También incluyó fenómenos meteorológicos que, según las creencias de la religión, son los dobles o almas de la gente. Una de las criaturas, híbridas entre lechuza y murciélago, es presentada en el Popol Vuj como un ser de la oscuridad que se relaciona con la muerte y el inframundo, Xibalbá, pues el zotzi-ha o “la casa de los murciélagos” es el cuarto lugar de castigo del lugar bajo tierra. Estos animales también podrían aludir a Zinacantán, uno de los poblados que visitó Carrington, cuyo nombre significa en náhuatl “lugar de los murciélagos”.

El mundo mágico de los mayas, 1964. Óleo sobre bastidor de madera, 2 x 4.30. MNA.

Dina Comisarenco Mirkin. Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1960. Es historiadora del arte, curadora, docente, y editora en el campo del arte y del diseño. Especialista en muralismo mexicano.

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