Chalchiuhtlicue, hermana de Quetzalcóatl y compañera Tláloc. Se iba a convertir en la diosa sol, sin embargo, era un sol débil. Descubre esta leyenda a continuación.
Se cuenta que, en el principio de los tiempos, Chalchiuhtlicue, compañera de Tláloc y hermana de Quetzalcóatl, se convirtió en la diosa sol para dar calor y vida a los hombres de la tierra, los macehuales. Sin embargo, se trataba de un sol débil, cuya escasa luz y excesiva tranquilidad comenzaron a inquietar a los demás dioses del Omeyocan, deseosos de ser soles ellos también y de reinar entre los pueblos del Tlactípac. Así, estos dioses que tenían corazón y pensamiento de hombres comenzaron a perturbar la vida de la tierra, y con ánimo beligerante movieron las montañas y agitaron las aguas. Tezcatlipoca, el espejo humeante, desató las lluvias y dejó que las aguas torrentes arrasaran todo. Ilhuícatl, el cielo, fue crispado por las tempestades, y los lagos y ríos crecieron hasta inundarlo todo. La lucha entre Tezcatlipoca y Chalchiuhtlicue sepultó la tierra bajo las aguas. Un día Ilhuícatl, el cielo, cayó a la tierra y entonces los macehuales parecieron o se convirtieron en peces. De esta forma terminó el periodo solar de la diosa de falda de jade y la tierra permaneció silenciosa durante largos años.
Como los otros dioses vieron que el cielo había caído sobre la tierra y que el sol se había detenido, acordaron poner de nuevo a Ilhuícatl en su lugar. Y entonces se trató un plan: construir cuatro caminos en la tierra para que cuatro hombres, que serían creados con tal fin, penetraran en ellos y levantaran el cielo. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca decidieron descender de su morada estelar y convertirse en árboles. Quetzalcóatl quiso ser un sauce vestido de plumas color verde esmeralda, y tomó por nombre el de quetzalhuéxotl, el árbol hermoso como un ave verde esmeralda que descendiera y se hundiera en la tierra negra y se aferrara a las profundidades con sus poderosas raíces: el ahuejote xochimilca que crece a las orillas de las chinampas y que en el tiempo mítico se multiplicó en las tierras acuosas de la zona.
Tezcatlipoca optó por transformarse en árbol espejo, el árbol cuya imagen se refleja en el agua transparente de los acalotes y las lagunas: el tezcáhuitl o ahuejote que, bajo cierta ilusión óptica, parece hundirse en lo profundo y sostener el cielo reflejado en las aguas.
Finamente, con la contribución de Cotémoz, Itcóatl, Izmalli y Tenesuche, los cuatro hombres creados por los dioses, el cielo fue devuelto a su lugar. Y, junto con las estrellas, las citlallis, hermoso complemento en lo alto del cielo, se convirtió en el custodio del firmamento y juntos construyeron un camino que conduciría a la morada del señor de los dioses, Ometecuhtli: la Vía Láctea que llevaba al Omeyocan y que hoy se refleja en las aguas oscuras del acalote de Cuemanco.
El último paso fue devolver su sol a la tierra. Tezcatlipoca se convirtió en el astro solar y dio nueva vida al planeta.
Rodolfo Cordero López. Es investigador originario de Xochimilco. Es egresado de la Escuela Nacional de Maestros. Fue colaborador en el periódico El Día. Ha publicado Santiago Apóstol y el heroísmo en Xochimilco, 1991, y Mitos y leyendas de Xochimilco, 1992, y ha colaborado en la revista Rescate.
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