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Entre los nahuas de la Sierra de Texcoco, devenir chamán es aprender a soñar, lo cual implica transformarse para habitar por momentos en el mundo de los espíritus de los Dueños del Agua, donde los alimentos son inmateriales y los peñascos sirven de hogar. Así lo vemos los humanos, pero quienes habitan allá lo perciben de otra manera. En esta investigación, el antropólogo nos muestra cómo en esta zona el chamanismo implica un juego de perspectivas y una fiesta de metamorfosis.
Existen diferentes modalidades de sueños y distintas maneras de soñar entre los nahuas de la Sierra de Texcoco. Hay sueños no significativos, que responden a la definición de nuestro diccionario: “acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes”. Los sueños significativos son aquellos en los que el soñante recibe mensajes premonitorios, se topa con seres-otros o accede a ámbitos cósmicos.
Para cualquier persona, los sueños significativos son inesperados, impredecibles, y se encuentran fuera de su control. En cambio, para ciertos chamanes, como los testeros (del sustantivo náhuatl tesihuitl, granizo, y el sufijo -ero), o graniceros -” quienes controlan el granizo” y “saben del tiempo-, este tipo de sueños conforman el núcleo de su proceso de iniciación y de su desempeño ceremonial (recibir previsiones meteorológicas, descubrir remedios para las curaciones, determinar el contenido de las ofrendas, etcétera).
Mientras los nahuas sueñan de noche, los graniceros lo hacen de una manera más versátil. La palabra náhuatl temiqui suele ser traducida al castellano como “soñar”, pero en el campo semántico del verbo implica a la vez un tipo de sueño nocturno y de sueño diurno. Tras la obtención del don chamánico, obtenido con la descarga de un rayo o el padecimiento de ciertas enfermedades iniciativas, los graniceros, además de los sueños nocturnos, reciben ensoñaciones durante el día. Según la concepción serranas, no hace falta estar dormido para soñar. En castellano, su lengua cotidiana, se habla de los sucesos nocturnos como sueños y de las experiencias diurnas como “privarse” o “quedarse privado”. En ambos, el despertar es significativo; tiene que ver con la dinámica de apertura-cierre del proceso. Se dice que, tras quedarse privado de día, “alguien se despertó”, o se equipara cierto ensimismamiento diurno de una persona con un sueño: “yo creo que se durmió”. Desde esta perspectiva, noche y día no resultan en exceso relevantes.
Durante el sueño, el espíritu -denominado animación- se desembaraza del cuerpo y viaja. Los sueños significativos suponen travesías espirituales a otros ámbitos del cosmos. Después de sus primeros viajes oníricos iniciáticos, los graniceros deben aprender a soñar, es decir, adquirir cierto control del proceso y ejercer su voluntad, pues soñar no consiste únicamente en viajar, sino que se equipara a una metamorfosis perceptiva. Aprender en este contexto implica tanto ejercer un dominio consistente sobre el espíritu como adquirir un conocimiento visual sobre lo que las cosas y los seres son en realidad. Soñar es aprender a ver con los ojos del espíritu.
El espíritu de un ser humano aflora en sueños como un ser con la fisonomía de sí mismo y deambula fuera de su cuerpo de manera imperceptible por el entorno circundante. El espíritu, animancon, constituye una entidad anímica formada por la concentración de una serie de entidades menores localizadas en las articulaciones donde late el pulso. El espíritu, en singular, es la suma de todos los espíritus-pulsos que palpitan a lo largo del organismo: en la cabeza, el cuello, el tronco y las extremidades, principalmente en los codos, las muñecas, las rodillas y los pies. Los espíritus menores actúan como puntos o enclaves anímicos que laten en las coyunturas, y su configuración unitaria y uniformada da lugar al espíritu animancon. Si los espíritus menores pueden desprenderse del organismo de forma aislada, también pueden hacerlo bajo la forma de espíritu unitario. Por lo general, los espíritus y el espíritu abandonan el organismo debido a un susto o cuando son apresados por una entidad agresiva. A mayor gravedad del susto, mayor será el número de espíritus que se perderán. En sueños, sin embargo, lo que se separa es el espíritu total.
Para los nahuas, además de los espíritus y el espíritu unitario, el organismo alberga en su interior un alma-corazón o yolotl, que define la fortaleza y la resistencia anímica del individuo y establece diferencias entre las personas. Las de alma-corazón fuerte podrán ser ritualistas o chamanes. Quienes posean un alma-corazón débil serán de poco carácter y propensos a las enfermedades. Mientras el alma reside en el corazón como centro rector en el pecho de la persona, los espíritus constituyen sus prolongaciones; son irradiaciones del alma en el cuerpo, terminaciones capilares del alma.
Los seres que confieren su don al granicero mediante el golpe de rayo o la enfermedad son, para los hombres, espíritus. Los ahuaques, Dueños del Agua, encargados de cuidar y de controlar el caudal de los manantiales y riachuelos serranos, de enviar la lluvia, los rayos y el granizo, son descritos como espíritus, pero también son humanos.
Los nahuas no parecen plantear con ello una paradoja. Para ellos, los ahuaques son seres antropomorfos y etéreos, a veces se dice que son “aire de adentro del agua”. No obstante, el granicero sabe que son seres humanos desencarnados, al igual que él cuando los visita en sus sueños, y que desde esta perspectiva constituyen cuerpo. Los espíritus que constituyen a los ahuaques proceden de cierto tipo de difuntos: de los niños muertos sin bautismo, de los individuos fulminados por un rayo, de aquellos que mueren por ciertas afecciones acuáticas, que los nahuas llaman “enfermedades de lluvia”, de los graniceros fallecidos y de la descendencia que dichos espíritus humanos procrearon dentro de los parajes subacuáticos.
Al ser los ahuaques personas, tlacatl, se distingue por sexo y edad, manufiestan una fisonomia antropomorfa y una personalidad individual: conservan el nombre y apellido propios, se comunican en el mismo lenguaje que los habitantes de la sierra, establecen entre sí relaciones sociales y se aliemtan de los mismos productos que los seres humanos: cereales, frutas que crecen en las milpas, carne de res cocida y espumoso pulque. Además, la duración de su vida corresponde a la longevidad humana. Quizá lo más indicado en el caso de los ahuaques sería hablar de cierta clase de seres humanos que integrarían el género mayor de la humanidad (al igual que las categorías étnicas como los mestizos, con los que ocasiones se les compara).
Tras el golpe del rayo y las enfermedades iniciáticas, el granicero comienza a soñar. Esos sueños son en cierto modo forzados, pues son impuestos al futuro granicero por los espíritus-ahuaques, quienes apremian al espíritu-cuerpo del ritualista a que visita el mundo-otro en el que habitan, situado en las nubes o dentro de los parajes acuáticos de los riachuelos serranos. Una vez allí, alimentan al granicero-neófito. Este acto implica, por un lado, que el espíritu-cuerpo del ritualista comience a consumir un tipo de sustento privativo de los ahuaques: “habas, arvejones y calabacitas verdes, frutas y hortalizas”, que son aromas y fragancias, pero que desde la perspectiva de los ahuaques son auténticos vegetales, frescos y jugosos. Los nahuas profanos no son capaces de alimentarse en su sueño ni de consumir sustancias ofrecidas por seres procedentes del mundos-otros, porque implicaría contraer una enfermedad o quedar confinado a ese lugar. Pero para el futuro granicero, esta alimentación controlada no representa un riesgo, pues forma parte de un proceso de construcción de su espíritu-cuerpo como ahuaque.
David Lorente Fernández. Maestro en Antropología Social por la Universidad Iberoamericana y doctor en Etnología por la UNAM. Es investigador titular de la Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH. Pertenece al Groupe d´Etudes Mesoamericanas de L´École Pratique des Hautes Études, en París.
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