05 / 08 / 25
Los vitrales de Mathias Goeritz
Laura Ibarra

Entre los ejemplos más afortunados de integración de vitrales contemporáneos en construcciones antiguas están los elaborados por Mathias Goeritz para edificaciones religiosas. Estas páginas nos permitirán conocer las diferentes opiniones que estas piezas suscitaron en su momento y la postura de este artista en torno a su creatividad.

En 1942 Mathias Goeritz, 1915-1990, logró huir de Alemania para evitar ser llamado a la Wehrmacht en los difíciles años de la segunda guerra mundial. En 1949, después de una estancia en Marruecos y España, llegó a México invitado por el arquitecto Ignacio Díaz Morales, para integrarse como maestro en la recién fundada Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara. Una vez terminado su contrato por tres años. Mathias se mudó a la Ciudad de México. Ahí permaneció hasta su muerte, con una actividad en muchos de los diversos campos del arte, entre ellos, el diseño de vitrales.

Invitado por reconocidos arquitectos, Mathias participó en la construcción o renovación de varías iglesias. Hay que recordar que en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XIX el acelerado crecimiento demográfico hizo necesaria la construcción de nuevos templos y la reforma litúrgica exigió la renovación de las antiguas iglesias. Esta situación abrió a Goeritz, un profundo creyente, un campo de trabajo donde podía desarrollar su inquietud de poner el arte al servicio de la religiosidad. Como muchos de sus proyectos, el diseño de sus vitrales se deriva de su concepto de arte: éste debe orientarse a satisfacer las necesidades de un mundo espiritual y las obras deben expresar las inquietudes religiosas en forma anónima y con gran humildad, como se hace en una oración.

El primer vitral realizado por Mathias se encuentra en la capilla del convento de las capuchinas sacramentarias del Purísimo Corazón de María en Tlalpan, un espacio pensado para el recogimiento y la oración. Además de diseñar el altar -un muro rectangular cubierto de chapa de oro con una pequeña ventana en su centro que muestra una custodia- Mathias hizo una pequeña capilla al lado izquierdo de la iglesia, separada de la nave principal por un muro diagonal cuya punta señala al altar. En el fondo de este muro se levanta un vitral del piso al techo, con piezas de vidrio de tonos que van del amarillo claro hasta el naranja, que transforma la luz exterior en una haz de suave dorado. Gracias al muro diagonal, la luz se dirige directamente al altar, donde produce un efecto que acentúa el simbolismo de la celebración eucarística.

En 1954, el arquitecto Ricardo de Robina y el padre Ertze Garamendi invitaron a Mathias a colaborar en la restauración de la parroquia de San Lorenzo, un edificio virreinal del siglo XVI en el centro de la Ciudad de México. Para el muro localizado a espaldas del altar, Mathias diseñó un gran relieve de cemento que muestra la mano orificada de Cristo, el símbolo de la salvación, y que por la proximidad de los dedos con la bóveda curva parece tocar el cielo. Para el espacio sobre el coro de la iglesia diseñó un vitral que fue elaborado en la fábrica de vidrio de Carretones. Se trata de pequeñas piezas de color, ámbar incrustadas en una reja de hierro con un diseño abstracto. Este vitral todavía subsiste y dota al espacio de una luz suave que se filtra cuando el sol vespertino ilumina el vidrio. En 1958, Mathias realizó los siete vitrales de la cúpula de influencia morisca. El vitral central muestra la cruz sobre una superficie de color rojo brillante que recuerda la Crucifixión. Los demás vitrales hacen referencia a los símbolos de la vida misericordiosa y al martirio de San Lorenzo, el diácono romano y patrono de la iglesia, que por orden del emperador Valeriano fue martirizado sobre una parrilla. En las ventanas de la linternilla, se desarrolla un único tema: el de la corona de espinas.

Cruxifixión y descendimiento de la cruz. Francia, finales del siglo XIX. Elaborada por Félix Gaudin. Capilla del panteón Francés de la piedra. Asociación Franco mexicana Suiza y Belga de Beneficiencia, I.A.P.

En 1960, el arquitecto Robina, quien dirigió los trabajos de restauración de la catedral de México, volvió a comisionar a Mathías el diseño de los vitrales. Aquí el desafío fue mayor: el espacio era muy amplio y el inventario virreinal de la iglesia muy valioso, especialmente el retablo de los Reyes. Con el fin de devolver a la catedral la luz mística que los constructores del siglo XVI lograron, Mathias utilizó un vidrio de reciclaje proveniente de botellas de cerveza, que fueron fundidas y tratadas mediante un proceso especial. Mathias explica en una carta:

“No hice un proyecto, un dibujo o un diseño para las ventanas, el orden de las piezas se dio por sí solo con la colocación de las formas irregulares de las piezas de vidrio que produje en la antigua fábrica de video, mejor dicho que se hicieron a partir de mis indicaciones, pues pude disponer de los hornos y del trabajo de los artesanos. Con este material, en su mayor parte color ámbar, intento modelar la luz en el interior de los enormes espacios, de modo que los muros grises de piedra adquieran una luminosidad dorada”.

El resultado fueron 134 vidrios de color ámbar para la nave principal, cuatro morados en la cúpula y cuatro rojos en la entrada. Como estructura interior se introdujeron marcos de herrería ensamblados a manera de mosaico, diseñados también por Goeritz. El resultado fue una iluminación en el espacio interior que resaltaba el dorado de los altares y una atmósfera que propiciaba el recogimiento de los creyentes y su encuentro con la divinidad. Desafortunadamente de esta enorme obra hoy sólo queda completo un pequeño vitral sobre la puerta lateral poniente; el resto se ha perdido. Gran parte de la herrería diseñada por Goeritz todavía permanece en su lugar, pero los vidrios originales han sido sustituidos por cristales translúcidos o por piezas que provienen de otras partes.

Los vitrales modernos de Mathias fueron objeto de un apasionado debate público, y en muchos casos de un abierto rechazo: “No se debe experimentar con monumentos antiguos”, publicaba Excélsior en 1963. Y el renombrado arquitecto Agustín Piña Dreinhofer lo culpó de construir “ventanas a go-gó” y de destruir la atmósfera de la catedral: “Vidrios de color, que en lo particular me parecen magníficos para un cabaret, pero que en la catedral representan una verdadera catástrofe” sería un error muy grave permitir, en un momento tan respetable como es la catedral de México, obras que desvirtuan y demeritan dicho monumento”.

Algunos miembros de la Comisión de Monumentos criticaron que las restauraciones incluyeran elementos creativos, pues debían respetar la autenticidad histórica: “Debemos convencernos, de una vez por todas, de que la restauración no es creación, sino sujeción a condiciones ya establecidas, y en los casos en que esto no se lleva a cabo debidamente, se realiza un fraude al público, y un crimen a la nación”.

A pesar de la acalorada polémica. Mathias habría de recibir varias invitaciones más a colaborar en la renovación de iglesias virreinales. En 1961 el conocido obispo Sergio Méndez Arceo, quien en esos años de forma muy activa impulsaba una iglesia vinculada a las luchas sociales, lo invitó a colaborar en la restauración de la catedral de Cuernavaca, una antigua iglesia franciscana, de forma similar a la catedral de México, en la que Mathias sustituyó la superficie de las ventanas por vidrios teñidos. Aquí se esforzó por que los colores armonizaran con los de las grandes pinturas que cubren los muros de la iglesia y que muestran el martirio de los misioneros mexicanos en Japón en 1597. Mathias pretendió crear un ambiente luminoso que facilitara la mediación y la experiencia religiosa, pero su trabajo levantó nuevamente una fuerte ola de protestas. En sus defensa, Méndez Arceo señaló que la arquitectura religiosa debía estar comprometida con las necesidades de los creyentes y no producir piezas de museo.

Además de las obras mencionadas, Mathias colaboró en la renovación de la iglesia dominica de Azcapotzalco, 1961-1962 y la de Santiago Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas. En esta última, la iglesia de un antiguo convento franciscano. Mathias y el arquitecto Robina decidieron realizar una renovación purista que correspondiera al ideal ascético de esta orden religiosa. En la cúpula colocaron cuatro vitrales de un color rojo intenso y en las naves laterales once azules. Un Viacrucis con motivos geométricos completaba el concepto. A diferencia de sus vitrales anteriores, Mathias utilizó principalmente vidrio de color azul para inundar el espacio con una luz mística que evoca la dimensión sobrenatural.

Mathias estudió con detenimiento la estructura de las construcciones virreinales, en especial los efectos de la cruz en los recintos. También dedicó sus reflexiones al simbolismo del color en la religiosidad mexicana. Su interés era conseguir un ambiente luminoso que contribuyera a acentuar la fuerza mística de los símbolos, y asegurar así las experiencias meditativas. Los ángulos de refracción resultantes de los marcos plomados fueron aplicados para aumentar la iluminación, lo que dio como resultado una atmósfera vibrante, casi mágica. De ahí que las opiniones sobre sus vitrales siempre estuvieran divididas. Mientras algunos los consideraban parte del ambiente de la iglesia viva a otros les les parecía atmósferas teatrales.

Tríptico del Centro Escolar Revolución. Colonia Doctores, 1934. Diseñados por Fermín Revueltas. Elaborados por Casa Montaña.

Laura Ibarra. Es socióloga e historiadora por la Universidad de Freiburg, Alemania. Ha impartido clases en la Universidad de Freiburg, en la Universidad del Valle de Atemajac y en el Instituto de Filosofía de México. Actualmente es directora del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Guadalajara, donde también imparte cátedra. Entre sus libros se encuentran Paseo por el callejón de la historia y Sociología del romanticismo mexicano. Compiló el libro Cultura y sociedad durante el Segundo Imperio.

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