El sol es un pesebre
volvió a ser niño
es lo mismo el pesebre
que el infinito
Carlos Pellicer
Contra el laconismo de los Evangelios, que relatan el nacimiento de Jesús y la adoración de los Reyes es muy pocas líneas, y a pesar de la tardía solemnización de la navidad por parte de la Iglesia, que sólo hasta el siglo IV comenzó a conmemorarla de manera ritual, la Navidad es la más popular de las fiestas del cristianismo. Aunque, como es comprensible, ignoramos la fecha precisa del nacimiento de Jesús, la Iglesia eligió conmemorarlo el 25 de diciembre, en que muchos pueblos festejaban el solsticio de invierno, a partir del cual os días vuelven a alargarse, porque el cristianismo considera a Jesús precisamente como la luz del mundo.
Por supuesto, el acontecimiento se hizo presente en la imaginación de los artistas muy tempranamente, como lo prueban algunos frescos del siglo II en diversas capillas europeas, y luego muchos pintores cultos contribuyeron a difundir la celebración del natalicio de Jesús. Pero la tradición de reproducir el nacimiento como lo hacemos hoy tiene menos de ochocientos años. Quien por primera vez lo hizo, con la participación de personas y de animales, fue San Francisco de Asís, en 1223. Y acaso no sea descabellado encontrar el puente entre el arte culto y el arte popular en esa representación.
En México, la costumbre de hacer figuras para el nacimiento data de 1594, cuando las religiones del monasterio de la Encarnación comenzaron a modelar figuras en cera. En nuestros días, la variedad de representación del nacimiento de Jesús es enorme: del norte al sur y del este al oeste del país, en barro, madera, fibras naturales u hojalata, los diversos grupos culturales y étnicos celebran al Niño Dios. La gran gama de nacimientos mexicanos dice de manera contundente cómo se arraigó entre nosotros esa celebración, cuyo más ilustre cultor ha sido el poeta Carlos Pellicer, quien durante más de cincuenta años se esforzó por dar al nacimiento una calidad poética, aunando al despliegue plástico de las figuras y el escenario, música, iluminación y palabras. Pellicer calificaba esos ejercicios, con una modestia surgida de su profunda devoción, como lo más importante que pudo realizar a lo largo de su vida, algo “mil veces superior a mis libros de poemas y a los grandes museos arqueológicos que he tenido la fortuna de organizar”. Aunque no con la misma actividad religiosa, pero sí con un sentimiento estético similar, desde 1960, Celia Chávez ha montado el nacimiento con un cuidado y un esmero que recuerdan sus gustos por la jardinería.
Sin más intención que presentar cada año un nacimiento compuesto por artesanías de distintas regiones, o bien por elementos de un mismo orden, Celia ha formado con la mayor espontaneidad imaginable, una muy notable colección que muestra un auténtico aprecio a las artes populares mexicanas. Estas piezas pueden admirarse en la mayoría de las páginas de esta edición. Poner el nacimiento es un acto de alegría. Conociendo a Celia desde hace algunos años, comprendo perfectamente por qué lo ha reiterado tantas décadas.
Rafael Vargas. Poeta y ensayista. Estudió Comunicación en la FCPyS de la UNAM. Ha sido agregado cultural en la embajada de México en Perú; editor y coordinador en el FCE; jefe de publicaciones de la UAM y editor de Casa del Tiempo; coordinador de actividades culturales del Centro Cultural Mexicano de la SRE en San Antonio, Texas; director de actividades culturales y subdirector general de Difusión Cultural de la UAP; miembro de los consejos de redacción de Rehilete, Melodía y Nexos; miembro fundador del Taller de Poesía Sintética (TaPoSin), con quienes editó Sitios.
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