Guillermo del Toro es unos de los cineastas más importantes de México. Y en esta ocasión, hace una revisión sobre el cine mexicanos de los años cincuenta, con películas de terror famosas y películas de luchadores que más le gustaban. Además, menciona sus escenas favoritas y el porqué son las mejor logradas.
Para la mayoría de la gente de mi generación el primer contacto con el cine mexicano fueron las películas de luchadores, y uno de mis momentos favoritos es la fracción de segundo en que El Santo le clava un hacha a un murciélago gigante en Santo contra el hacha diabólica. También me encanta el momento en que el tuerto de Ustedes los ricos se estrella contra el suelo después de ser arrojado por Pedro Infante desde la azotea de un edificio de 20 y pico pisos. Y hay otro momento, ¡pésimo!, en Muñecos infernales de Benito Alazraki, en que una muerta se levanta de la tumba y empieza a sonar una campana. Pero aclaro que estos son momentos que me gustan visceralmente.
Ya pensando en un cine de calidad, me gusta mucho Matiné, de Jaime Humberto Hermosillo, en el momento en que Farnesio de Bernal, el hampón de este thriller con personajes infantiles, confiesa que hubiera preferido ser bailarín y empezó a bailar tap. Para mí, eso le agrega una dimensión enorme a todo. También es notable la escena en que Héctor Bonilla carga el cadáver de Manuel Ojeda después del asalto frustrado a la Basílica de Guadalupe. Ahí se logra un patetismo hermoso, muy difícil de alcanzar en el cine mexicano, que en general carece de contrastes: cuando alguien hace una comedia es eso y punto, cuando alguien filma una película de terror, ahí queda. Y en este sentido Ernesto Gómez Cruz cantando después de herir a El Tarzán Lira en Cadena perpetua, de Ripstein, es una de las escenas más grandes del cine mexicano y mundial. Una profunda belleza se logra también en Polvo vencedor del sol, cortometraje de Juan de la Riva. Dos momentos me gustan de esa película: el primero, cuando un grupo de hombres orina contra el amanecer, después de caminar bajo los efectos del alcohol a lo largo de la carretera; el segundo, cuando al final el héroe se aleja en medio de una polvareda que levanta un avioneta que lo cubre todo, incluyendo el sol. Desde luego todas las películas de Cazals son un gran momento del cine nacional, pero el problema es que me impresionan tan profundamente que no me gustan. Y no puedo dejar de mencionar Los olvidados: cuando El Jaibo se está muriendo hay una disolvencia a la escena de un perro que camina por una calle mojada por la lluvia, y entonces se escucha la voz en off de El Jaibo. Es un momento prodigioso que surge del contraste. O cuando levantan de su carrito a un tullido sin piernas y avientan el carrito.
Cuando a un tullido se le puede tratar como sujeto de un asalto sin conmiseración o compasión, que finalmente para lo que sirve es para discriminar, estamos ante un momento absolutamente amoral del cine mexicano y por eso me encanta.
Buñuel nos ha dado muchos grandes momentos y quiero mencionar dos más. La frase final del primo en Viridiana; jugando a las cartas con ella le dice: “Siempre me dije que mi prima acabaría jugando al tute conmigo”. Esta alusión indirecta al incesto es un tipo de clímas que no se da en el cine mexicano porque carece de personaje. El desenlace, que debe venir de una acumulación de situaciones, tiene en este caso una sutileza y una carga dramática igualmente fuertes.
Finalmente, para cerrar esta pregunta, no puedo olvidar uno de los momentos más hermosos del cine mexicano, que además plantea un ejemplo a seguir en cuanto a lo largo de imágenes: la persecución final en la película El suavecito de Fernando Méndez, la escena en que acorralan al personaje del mismo nombre es la estación de autobuses. Me gusta porque recoge la tradición de iluminación, de luz, de claroscuro del cine negro mundial para adaptarla perfectamente al cine negro en México. Méndez es uno de los directores que más oficio tiene nuestro país, con un gran ojo y con una gran sensibilidad, aunque quizá sería exagerado calificarlo de autor.
Siento que formular una estética con el expreso propósito de hacerlo es una pose. Para que haya una estética tiene que haber por parte del que la postula un concepto visual muy clara del país. Los elementos del cine mexicano que deberían tomarse para reformular una visión deben ser los mismos de siempre: una buena historia, unos personajes magníficos que se presenten a un público con el que se tiene contacto. Esto último se ha perdido en el cine nacional. México tiene mil facetas y mil visiones que retratar, por lo que sí surgieron como posible camino ver primero el cine anterior mexicano. Una pose estúpida de la mayoría de los jóvenes cineastas es decir que no vemos cine mexicano.
Pero hablo en forma personal, no puedo adoptar la pose de Mesías de toda una generación. Los géneros que a mí me fascinan visceralmente son el de terror y el de los luchadores, que es una subgénero de terror, de hecho el superhéroe más cercano a México que ha habido es El Santo. Así, yo retomaría el cine de luchadores, el de horror mexicano y el de la comedia menor, con muchos elementos de melodrama, que se hacía en los cincuenta. Creo que el cine de género es valioso porque tiene reglas muy concretas, que respetas o rompes, pero que sirven para acercarte a un gran público.
Guillermo del Toro. Cineasta y maquillista. Ha dirigido Doña Lupe, 1985 y Geometría, 1987, entre otros filmes. Ha sido jefe de efectos de maquillaje en Goitia, un dios para sí mismo, 1989, y en Cabeza de Vaca, 1990.
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