18 / 09 / 25
Revelación y ritual en el Popocatépetl
Julio Glockner

En las faldas del Popocatépetl, habitan los servidores del tiempo, esos campesinos que han sido elegidos por Dios, mediante un rayo, para escuchar al volcán, transformado en un gran anciano, durante sus sueños. Ellos son también los encargados de rendirle tributo y de manejar mágicamente el clima. ¿Cómo fueron algunos de estos servidores del tiempo iniciados en los misterios del Popocatépetl? ¿Con qué matices, escondidos para la mirada del vulcanólogo, se tiñe la cotidianidad compartida con el gigante?

El culto a cerros, volcanes y montañas ha sido una costumbre universal asociada con un primigenio afán humano por vincular la tierra con el cielo, por acercar el mundo de los hombres al de los dioses. Este vínculo no se ha circunscrito a un acto de fe o ejercicio de especulación tecnológica, sino que ha perseguido finalidades prácticas al celebrarse rituales que tienen como propósito lograr el bienestar de los pueblos mediante la obtención de lluvias que permitan abundantes cosechas. El Popocatépetl no es la excepción. En algunas comunidades campesinas que le rodean en los estados de Puebla, Morelos y México existen especialistas en el manejo mágico del clima: los llaman tiemperos, quiatlazques, pedidores de agua, ahuizotes, quiapequis, conjuradores, ahuaques, aureros o graniceros.
Con el golpe del rayo la tradición de éstos establece, de modo contundente, la relación sacra de los hombres con el cielo. Este suceso cargado de significación puede ocurrir en cualquier momento en la vida de una persona. Si el exigido sobrevive y “recuerda”, es decir, si recupera la conciencia que reconocemos como normal, deberá ser atendido por un especialista en curar “rayados”. En las comunidades aledañas al volcán, en los Estados de México y Morelos las congregaciones se organizan jerárquicamente, con un “mayor caporal” a la cabeza del grupo, a quien acompañan un “orador” y los “discípulos”. Quien realiza la curación de un rayado ha de ser, preferentemente, un mayor. La técnica curativa varía según la región y el tiempo de quien se trate.

En Morelos los graniceros realizan primero una rogativa en el altar de su casa, donde invocan a los santos y a los espíritus con quienes trabajan. Enseguida se dirigen al lugar donde cayó el rayo a recoger a la persona golpeada por él. Es conveniente que ésta permanezca en el sitio sin que nadie la toque, pues quien lo haga puede contagiarse del espíritu del rayo que en ese momento posee. Sólo los quiapequis mayores, que en su momento fueron golpeados por el rayo, tienen el poder suficiente para entrar en contacto con tal espíritu sin tener padecimientos posteriores. Enseguida se traslada a la persona a la casa del tiempero para que ante su altar se le someta a un baño con agua de lluvia, después de haberle quitado la ropa que cubre la parte afectada. El baño ha de realizarse con dos manojos de flores, uno en cada mano, a fin de extraerle “la nube” que se encuentra en el interior de su cuerpo. Algunos mayores ofrecen unos tragos de aguardiente al paciente, quien deberá tomarlos forzosamente, pues la bebida no es para él, sino para el espíritu que penetró en su cuerpo con el rayo. Durante este baño de purificación va saliendo poco a poco la nube que el rayado tiene dentro, hasta que el cuarto prácticamente se llena con ella. Entonces debe abrirse la puerta para expulsarla. Una manera de cerciorarse de si la persona efectivamente ha sido exigida para trabajar con el temporal es la lectura del huevo con el que se ha limpiado al paciente: si en la superficie se forma un círculo de pequeñas burbujas, es señal de que esta persona ha sido endonada.

Germán Gedovius Vista del Popocatépetl. s. f Óleo sobre tela 32 x 38 Colección de Roberto Islas.

Un viaje con los “Trabajadores temporaleños”

Una de las iniciaciones más sorprendentes fue la del quiapequi de Nepopualco, población ubicada en el estado de Morelos, en las faldas del Popocatépetl. A los 30 años, este hombre fue sorprendido por el rayo que él lo advirtiera. Don Lucio, nacido en 1915, cuenta que se encontraba en el campo, a donde había llevado a pastar a sus animales, cuando repentinamente se aproximó una tormenta tan intensa que el cielo parecía un mar de olas negras de donde descendía un agua que rebotaba en el suelo. Después, todo se cubrió de neblina y en esa blanca penumbra surgió, flotando a una distancia accesible de su cuerpo, una esfera de colores. Cuenta don Lucio que, cuando extendió las manos para tocarla, la esfera se esfumó y en ese momento todo fue una oscuridad absoluta. Después de varias horas despertó y se dio cuenta de que un árbol cercano a él había sido quemado por un rayo. Entonces comprendió lo que había sucedido. Su estupor se transformó en miedo cuando escuchó una voz que le decía “¿para qué huyes si éste es tu fin?”
“Corrí para ver mis vacas –le contó a Jacobo Grinberg– y al tocarme la cabeza la sentí húmeda y sin sombrero. Eso me sorprendió y volví a buscar mi sombrero. Vi que el pasto donde había estado estaba aplanado y, de pronto, me acordé de lo que había pasado. Me dio un miedo de muerte porque entendí que me había caído el rayo encima. Corrí hacia mi ganado y me encontré con un amigo. Le dije que quería guarecerme en mi casa por temor de que el rayo me volviera a encontrar. Mi amigo se rio de mí y me dijo que aun en la casa esto podía suceder. Entendí que tenía razón y me conformé. Al fin y al cabo en todos lados era lo mismo!

Cuando llegó a su casa, trastornado y “oliendo a quemado”, no comentó nada, ni siquiera a su mujer que tenía escasos dos meses de embarazo. Cuando días después volvió al mismo lugar donde le pegó el rayo, ubicado en un cerro cercano a su casa, y nuevamente se vio envuelto en aquella neblina poblada de voces y gente que acarrea las nubes, el agua y la luz: “me ponían de veras bien loco todo lo que hacían y decían” –dijo a Concepción Labarta en una entrevista.

A este lugar, llamado La Mayoría, ha vuelto todos los años desde entonces, después de poner ofrendas y adornar las cruces del altar de su casa con sus discípulos, un día antes de acudir a la cueva de Alcaleca, ubicada en las faldas de los volcanes, a pedir la lluvia el 5 de mayo.

Luego de varios encuentros con los Señores del Tiempo que habitan la niebla, don Lucio fue perdiendo el apetito y entró gradualmente en un estado de debilidad hasta desfallecer por completo. Entonces se presentó ante él una mujer alta y rubia cubierta con un rebozo: “me miró sin decir palabra, se quitó el manto y comenzó a enrrollar mi cuerpo en él, empezando por la cabeza y terminando por los pies. Y me dormí” Este “sueño” se prolongó por tres años, tiempo durante el cual don Lucio permaneció en un estado incierto, indeterminado: “ni muerto ni vivo”. Durante este lapso en el que el tiempo cronológico transcurrió sin que don Lucio lo advirtiera, se hallaba en un tiempo sincopado de carácter sagrado, y tuvo acceso a un mundo poblado de espíritus que trabajan con el temporal, “llevando las nubes y el agua”. Durante el tiempo que vivió con los “trabajadores temporaleños” viajó con ellos alrededor de la tierra, repartiendo agua por el mundo. Le enseñaron a controlar las tormentas, a desviar los granizos y a dirigir los rayos con una potente luz que emanaba de sus dedos. Según los relatos hechos de Labarta, a Geinberg y a mí, el primer año estuvo con los trabajadores de la tierra, conociendo las cosas de la tierra, es decir, aprendiendo a cuidar los cultivos de maíz, frijol y todo tipo de sementeras. El segundo año trabajó con “la gente del tiempo”, seres que viajaban en una nave y sacan de sus dedos el poder del relámpago… “Caminaba con los rebaños de un lado a otro. Allí, en un momento, camina uno de México a Estados Unidos. Vigilamos las nubes y los relámpagos y dábamos vueltas alrededor del mundo cuidando y cambiando el rumbo de las tormentas” Durante ese prolongado lapso, don Lucio aprendió también a reconocer las propiedades curativas de las hierbas medicinales y a emplearlas adecuadamente. Al tercer año, relata, “me quedé solo y conocí a los pastores de rebaño de todos los colores y al Gran Anciano” Don Lucio me describió al Gran Anciano como una solemne figura colocada en la cima de una montaña, rodeada “por doce millones de almas”. El Anciano tiene un aspecto venerable, con una barba que se prolonga hasta la mitad del pecho y una coronilla de cabello en la cabeza calva. Tiene también, a sus pies, un sombrero y un bastón colocados sobre el piso y, desde esa altura, preside todos los “rebaños” de almas que llegan hasta él.

Fue el Gran Anciano quien le hizo conocer todas las regiones del “universo del cielo”, antes de hacerlo descender nuevamente a su cuerpo y permitirle así conocer a su pequeño hijo que para entonces tenía más de dos años de edad.
“El universo del cielo –le explicó a Labarta y a Grinberg– tres guardianes me enseñaron el contenido de tres cajas: una llena de agua hirviendo y cristalina. Unas gotas me salpicaron y una me cayó en la frente. Comprendí que era el líquido del bien. La otra caja era de agua color ceniza y en movimiento, también me salpicó. De la última caja se me dijo que era terrible y que si yo no quería, no me la enseñarían. Me negué y la tapa fue abierta. Un remolino terrible la lanzó al aire y pude ver el interior. Vivían dentro animales horribles. Víboras espantosas se cruzaban con ranas y sus bocas venenosas salían de la superficie de un líquido muy oscuro y trataban de morderme. Era agua negra y ponzoñosa que ocupaba mundos enteros”.

Después de ver todo esto, don Lucio volvió a encontrar al Pastor Mayor, y el Anciano le dijo:

“Unos llegan hasta el Primer Pastor y me vislumbran a lo lejos, pero se dan media vuelta porque no quieren esforzarse en llegar hasta mí. Las cajas te enseñaron todo lo que debías saber. Ahora regresa porque todos los rebaños que viste acudirán a ti en busca de ayuda. Entre esos rebaños se encuentran los Servidores del Tiempo que han trabajado con él a lo largo de su vida. Yo me sentí morir. Después de tres años de estar en la gloria me hacían regresar al infierno de la Tierra. A pesar de mi disgusto acepté mi misión, pero le pedí al Pastor que su presencia me acompañara en mi trabajo. No sólo eso –me contestó– también tendrás la ayuda del mundo espiritual. Regresé, pues, a ese mundo, y una tarde le dije a mi mujer que me ensillara una burrita. Así lo hizo y me monté en ella y me fui al campo. Encontré un prado junto a un árbol y allí me acosté. Me levanté después de unas horas y regrese a mi casa. Mi mujer me recibió y poco a poco me fui curando yo solo con ayuda del campo…Ahora sé que nadie muere, los Señores del Tiempo cabalgan en la nube y para ellos no hay cansancio, ni amor sexual. Son ligeros, antimosos y alegres, y de un trueno se llevan varias almas con ellos al sitio donde todo es posible. Por la noche no sueño, trabajo. Ellos me ayudan a llegar a distancias increíbles y me dicen qué he de hacer”.

Hugo Brehme .Popocatépetl en erupción desde Tlamacas. Tomado del libro México Pintoresco México. 1923. Biblioteca Nacional UNAM.

Julio Glockner. Es antropólogo egresado de la ENAH. Ha publicado, entre otros títulos, Los volcanes sagrados. Mito y rituales en el Popocatépetl e Iztaccíhuatl, 1996 y Así en el cielo como en la tierra. Pedidores de lluvia del volcán, 2000.

Te invitamos a que consultes nuestra revista-libro Los dos volcanes. no. 73. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.