Poema dedicado al origen ancestral y cultural de la pirámide de Teotihuacan.
La palabra pirámide, tocada por el cielo,
levanta nuestros brazos y eleva nuestros ojos.
Hay en su corpulencia vertiente de taludes:
la operación del día derramando la luz.
El hombre la truncó para asentar el templo
y el misterio confiara su poder a la vida.
La cumbre crea el símbolo que el hombre mira a solas:
la noche está en el cielo y habla sólo de altura.
Pero empuñando al Sol en las manos del día,
la tierra nace a pie y en planta horizontal
halla la idea del vértice con que culmina el Sol.
Hay noches como días, lánguidamente hechos:
la pirámide baja y da sol a la Luna.
Es tan jaguar el Sol, que pasa silencioso.
Las horas son las manchas de su piel. Y en el hombre
un tragaluz se abre para poder hablar.
¡Qué población de estrellas en este vive
desde que el Héroe antiguo se transformó en estrella!
¡Con qué aguja el nopal teje la luz del día
desde que la serpiente llegó del mar lejano!
¡Cuánto maíz en boca de septiembre y octubre
dio vida a las palabras que sembraron bondad!
Feliz astronomía la del Sol y la Tierra
que hizo al hombre nacer entre rocas y llamas.
Conos de sombra explican su angustia, pero el fuego
ha de abolir un día sus eclipses mortales.
El hombre dejó aquí los volúmenes claros:
conjugó el horizonte con la montaña: dio
líneas horizontales cortando los taludes;
dio nido a la penumbra, movimiento al calor.
Su material de ideas, sólidamente puras,
conglomeran espíritu: la Tierra, el Sol, la Vida.
Hay una geometría cuyo ritmo congrega
lo florido del día con el fruto nocturno.
El hombre amó la paz en este enorme juego
de volúmenes.
Tengo, desde niño, en los ojos,
la luz destos trabajos que hoy miro con la misma
sorpresa. La mañana de pechos vegetales
se alimenta a sí misma con el fulgor antiguo
que dio vida a estas cosas que hablan para ellas solas.
Pero es obra del hombre y nos incumbe a todos.
Dioses oscuros dieron en una sola idea:
dar luz a cielo y tierra. Y convocaron sombras
y eligieron a dos que, arrojándose al fuego,
después de penitencia,
tornaron de la hoguera cual dos soles divinos.
Pero una de las sombras dio a estrellar un conejo
sobre la faz de uno,
y ese sol, disminuido, fue la Luna.
Con la creación del día, la noche encendió estrellas.
Pero la más brillante, llave de los crepúsculos,
fue el corazón de un hombre, convertido en estrella.
Prudente y refinado, para darse completo,
fue el héroe. De su cuna se habla en los huracanes del
Golfo y en las brisas del Valle. Mariposas
y flores quiso que fueran la ofrenda pura.
Si por flor fue terrestre, por el agua es de cielo
y de lluvia sus ojos se llenaron y dieron.
Tierra y agua calmaron hambre y sed. El maíz
fue la pluma adherida a la culebra del agua
que a veces serpentea sobre los campos. Agua
que da luz subterránea, caída de los cielos.
Vuelvo a la desnudez de las ideas puras
y divinas. El hombre descifra elemental
la Lengua a la intemperie de los cuatro elementos.
Y ya es una escultura, en pintura o palabras
que comunican el alma de las cosas supremas.
Máquina y aparato dice igual a lo antiguo.
Teotihuacan es honra del hombre y de su tiempo.
Antes que Europa fuera flor de cultura, México
flores de maravilla dio a la cultura. No:
trajeron su cultura, no la cultura, aquellos
que por áurea ambición destruyeron lo antiguo
aquí, que florecía maravillosamente.
Sin rencor ni amargura cuelgo en este poema
las palabras que dije.
También los elementos
serán un día causa de paz y no de guerra.
Quien ha puesto pasión por la tierra y el agua,
para dar agua y tierra a quien más necesita;
fuego en su corazón por el pobre y el débil;
quien con orgullo ve la gloria aquí presente
de hombres de genio anónimos cuya gloria aquí está
y ordena detener la ruina material
de obras que ha dos mil años eran cumbre del mundo;
quien cubrió de caminos y escuelas nuestro espacio
territorial y humano, salió al mundo a decirle:
México existe, vive; quien siente que es hermano
de su hermano y le tiende la mano cuando todos
le dejan solo, reciba en las manos de México
la flor y el canto llenos del México de siempre.
Lomas de Chapultepec, septiembre de 1964.
Carlos Pellicer. Nació el 16 de enero, de 1897, y muere el 16 de febrero de 1977. Fue un escritor, poeta, museógrafo, y político mexicano, quien fuera senador por Tabasco desde el 1 de septiembre de 1976 hasta el día de su muerte.
Texto publicado en el libro Un pasado visible: Antología de poemas sobre vestigios del México antiguo. Lo encuentras disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.