08 / 05 / 25
Tradición y fantasía del barro
Luis Mario Schneider

Entre el ensayo y el reportaje, este artículo es una introducción al mundo imaginativo que representa la artesanía de Metepec. Hecho de barro amarillo y de barro arenoso obtenidos en los pueblos cercanos, este excepcional arte abarco una gama muy amplia de diseños y ornamentaciones inspirados en motivos seculares y religiosos. Aquí se describen también algunos secretos del oficio que han revelado los propios artesanos.

Los pueblos primitivos han utilizado el barro cocido para elaborar los utensilios más apremiados, tanto para el uso cotidiano como para el aspecto ritual. Los matlatzincas de Metepec no son una excepción en este sentido. Entroncar vestigios del pasado matlatzinca con la actual fama de la alfarería metepecense sirve para relacionarla con aquellas remotas huellas que refuerzan una historicidad.

Los arqueólogos José García Payón y Ramón Piña Chan fueron los primeros que detallaron la cerámica de los matlatzincas en forma científica, y sus estudios son fuente obligada para quien desee adentrarse en el tema. En la actualidad María del Carmen Carbajal Correa ha aportado datos sorprendentes, resultado de sus excavaciones en la parte sur del Cerro de los Magueyes, en donde descubrió un entierro funerario de la cultura matlatzinca. La cerámica prehispánica hallada en Metepec acusa una elaboración con influencia de otras culturas, que García Payón pudo comprobar gracias a “el perfecto acabado y policromado y satinado, que, coloca este tipo de cerámica al lado de las más bellas piezas del arte azteca y cholulteca”.

El influjo de la cultura española, debido a la conquista guerrera, la evangelización y la Colonia, impuso a la cerámica prehispánica a nuevas formas de elaboración tanto técnicas como estructurales. No sólo aportó utensilios, sino que la proveyó de una mayor riqueza ornamental. De esa manera, en sus diseños lograron convivir armónicamente elementos del mundo indígena con aquellos traídos de España, así como otros inspirados en la zoología y la flora novohispana. Magnífica conjunción, sincronía que con los años ha elevado a México a una opulencia artesanal particular, a la vez que reconocida universalmente como arte.

No siempre la creatividad se plasmó con una artificiosa producción. La inventiva adormilada ha dejado muestra de la cerámica colonial que Manuel Toussaint describió como “magníficos jarros y cazuelas, de barro colorado, con excelente vidriado y gran variedad de formas. La de Metepec es negra, brillante, con ornamentación clara, o de un bello esmalte verde oscuro”. Dicha producción se prolongó durante todo el siglo XIX y principios de éste. Es imposible determinar con exactitud cuándo comienza el despliegue alfarero de Metepec, que lo clasifica como uno de los cuatro o cinco pueblos del país más destacados por su producción. Arriesgando fechas podría suponerse que en la década de los cincuenta se inicia la transformación de un pueblo netamente “cazuelero” en una comunidad de polifacética y artística creatividad.

En su imprescindible estudio Metepec. Miseria y grandeza del barro. Antonio Huitrón ha indagado con exactitud el desarrollo de esta alfarería hasta los años sesenta. En él se confirma que dicho pueblo trabajador del barro extrae la materia prima de los poblados aledaños como Ocotitlán, San Felipe Tlamilolpan y Tlacotepec; se sabe también que el antiguo transporte del burro o la carreta se reemplazó con medios motorizados. De esas minas se obtienen dos tipos de tierra: “el barro colorado que es duro y fino y el barro amarillo que es arenoso”. Asimismo, Huitrón detalla el sistema de mezclas, los equipos y utensilios: piedra de moler, cernidor, piedra o loza, el torno, los moldes, la maceta, el raspador, el bruñidor el cortador, el sello o grabadores, las coronitas, los pinceles, el horno, los combustibles y las anilinas. La técnica o la manufactura también son descritas: la preparación, el molino, el amasado, el moldeado, el secado, el decorado, el horneado, el engretado y el enfriamiento.

Antonio Huitrón aclara que en Metepec la producción de la artesanía alfarera está circunscrita al ámbito familiar, ocupación que “es adquirida por herencia”. El oficio es practicado generalmente por hombres, aunque no se excluye a las mujeres, y se hereda casi siempre por la vía paterna. La gran demanda alfarera ha conducido a un sistema de mercadotecnia originaria en el mecanismo de elaboración familiar, precisamente con la aparición de un comercio en el que el propietario agrupa artesanos a sueldo en un taller. Estos intermediarios rompen esa profunda tradición de trato personal entre el artesano y el comprador. Dichos datos fueron confirmados a través de pláticas con varios artesanos del lugar, quienes se explayaron sobre los trucos que la experiencia otorga y que, en su caso, no carecen de originalidad. Mencionaron, por ejemplo, cómo facilitan el molido de la tierra extendida ésta en la vía pública, frente a sus talleres, para que las llantas de los vehículos la apisonen en su constante trajinar.

La amplísima gama de colorantes sintéticos actuales les ha ayudado también en su labor. Pero todo ello no ha modificado lo que bien describe el poeta Carlos Pellicer: “Las piedras más duras se ablandan entre sus dedos. El barro se trabaja conversando porque las palabras salen de las manos, la cerámica, la juguetería asombra a propios y extraños”. Curiosamente, en este inmenso campo de diseños y ornamentaciones, cada familia tiene su propia especialidad. Hay artesanos que se dedican a un tipo determinado de lozas, otros solo manufacturan macetas y los más realizan “juguetería”, nombre dado por la población a toda suerte de esculturas, tanto rituales como decorativos y artísticas.

Dentro de estos particulares menesteres, la loza es producida abundantemente y con fines comerciales, adueñándose de la venta de los mercados populares. Entre la artesanía de diseño clásico abundan las ollas en toda su diversidad: tlacualares, pulqueras, platos y fuentes de diferentes tamaños, tazas y jarros, el imprescindible y muy antiguo chocolatero, botellones, charolas e incluso, en la actualidad, lujosas paveras. De la adecuada diferenciación de tareas da cuenta la labor de Lázaro León Hernández, cuyo particular quehacer se centra en la fabricación de jarros pulqueros. De acuerdo, con la práctica paterna, este artesano, de 72 años, empezó a trabajar desde los ocho, largo periodo en el que ha pulido su oficio y le ha dado un acento muy personal. Sus cántaros pulqueros se alegran con las múltiples apariencias que les otorga. Así, la panzuda olla culmina con un vertedero con cabecitas de diversos animales: caballos, toros, elefantes y conejos, aunque también presentan encantadoras efigies de charro y charritas a los que no les falta el distintivo sombrero. En el cuerpo del jarro van como útil complemento, dependiendo del tamaño del recipiente, de dos a cinco jarritos comunes e igual número de asas para escanciar el neutle. La capacidad de los jarros puede ir desde medio hasta 18 litros.

El vidriado colorido, que poco varía, acoge el amarillo, el negro y el verde, más una sutil decoración que no aparta el interés de la representación principal, realizada con pájaros, flores y hojas, y en la que se deja lugar preponderante a la dedicatoria. Lázaro León un amplio repertorio: “Recuerdo de Metepec para mi dueña” o “Recuerdo de Metepec a mi compadre”, por ejemplo; y si el cliente lo pide se añaden algunos versos: “Recuerdo de Metepec/ su cerrito al frente/ su pulquito y/ su chicharrón caliente”. O bien aquel otro muy descriptivo: “Agua de las verdes matas/ tú me tumbas/ tú me matas/ tú me haces andar a gatas”.

En 1993 el estilo, la perfección y la excelencia de este creador fueron premiadas con la Prese Metepec, en la modalidad de arte popular. Universo de cazuelas, en Metepec las hay todos tipos y tamaños, incluso las más monumentales, como en el taller del joven Celso Camacho Quiroz, quien heredó de sus abuelos un estilo de fabricación que exige una gran “tortilla” de barro y, posteriormente, la técnica del meticuloso tejido en serpentina hasta los remates de las asas, que se elaboran dobles o cuádruples, adornándose con el acabado chino. Cazuelas vidriadas que llegan a pasar el metro y medio de altura y que, al decir del propio alfarero, no sólo podrían ser como recipiente molero, sino también como tinas de baño.

Interiores. Revista-libro Metepec y su arte en barro.

Luis Mario Schneider. Escritor y miembro del Sistema Nacional de Investigaciones. También ha publicado los libros El estridentismo o una literatura de la estrategia; México y el surrealismo y Ruptura y continuidad de la literatura mexicana. Su novela La resurrección de Clotilde Goñi obtuvo el premio Xavier Villaurrutia. Actualmente labora en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM. Es autor del artículo "La muerte angelical", publicado en el número dedicado al arte ritual de la muerte niña en Artes de México.

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