
Para Santiago Mutis Durán
Hace tanto la música ha callado.
Sólo el tiempo
en las paredes, en las leves columnas,
en las inscripciones de los versos de Ibn Zamak
que celebran la hermosura del lugar
sólo el tiempo
cumple su tarea
con leve,
sordo roce
sin pausa ni destino.
Al fondo,
ajenos a toda mudanza,
el Albaicín
y las pardas colinas de olivares.
Carmen lanza migas de pan
en el estanque
y los peces acuden en un tropel
de escamas desteñidas por los años.
Inclinada sobre el agua,
sonríe al desorden que ha creado
y su sonrisa,
con la tenue tristeza que la empaña,
suscita la improbable maravilla:
en un presente de exacta plenitud
vuelven los días de Yusuf,
el Nasrí,
en el ámbito intacto de la Alhambra.
Entre un tropel y otro de turistas
la calma ceremoniosa vuele al Mexuar.
El sol se demora en el piso y un tibio silencio
se expande por el ámbito donde embajadores, visires, funcionarios,
solicitantes, soplan y guerreros
fueron oídos antaño por el Comendador de los Creyentes.
Por una de las ventanas que dan al jardín
entra un gorrión que a saltos se desplaza
con la tranquila seguridad de quien se sabe
dueño sin émulo de los lugares.
Vuelve hacia nosotros la cabeza
y sus ojos –dos rayos de azabache–
nos miran con altanero descuido.
En su agitado paseo por la sala
hay una energía apenas contenida,
un demonio de quien está más allá
de los torpes intrusos que nada saben
de la teoría de reverencias, órdenes, oraciones,
tortuosos amores y ejecuciones sumarias,
que rige en estos parajes en donde la ajena incuria,
propia de la triste familia de los hombres,
ha impuesto hoy su oscuro designio, su voluntad de olvido.
Vuela el gorrión entre el laborioso artesonado
y afirma, en la minuciosa certeza de sus desplazamientos,
su condición de soberano detentador
de los más ocultos y vastos poderes.
Celador sin sosiego de un pasado abolido
nos deja de súbito relegados al mísero presente
de invasores sin rostro, sin norte, sin consigna.
Irrumpe el rebaño de turistas. Se ha roto el encanto.
El gorrión escapa hacia el jardín.
Y he aquí, por obra de un velado sortilegio
los severos, autoritarios gestos del inquieto centinela
me han traído de pronto la pálida suma
de encuentros, muertes, olvidos y derogaciones,
el suplicio de máscaras y mezquinas alegrías
que son la vida y agria ceniza segadora.
Pero también han llegado,
en la dorada plenitud de ese instante.
las fieles señales de, a mi favor,
rescatan cada día el ávido tributo de la tumba:
mi padre que juega billar en el café “Lion D´Or” de Bruselas,
las calles recién lavadas camino del colegio en la mañana,
el olor del mar en el verano de Ostende,
el amigo que murió en mis brazos cuando asistíamos al circo,
la adolescente que me miró distraída mientras
colgaba a secar la ropa al fondo de un patio de naranjos,
las últimas páginas de “Victory” de Joseph Conrad,
las tardes en la hacienda de Coello en su cálida tiniebla repentina,
el aura de placer y júbilo que despide la palabra Marianao,
la voz de Ernesto enumerando la sucesión de soberanos sálicos,
la contenida, firme, insomne voz de Gabriel en una sala de Estocolmo,
Nicolás señalando las virtudes de la prosa de Taine,
la sonrisa de Carmen ayer en el estanque del Partal;
éstas y algunas otras dádivas que los años
nos van reservando con terca parsimonia
desfilaron convocadas por la sola maravilla
del gorrión de mirada insolente y gestos de monarca,
dueño y señor en el Mexuar de la Alhambra.
Álvaro Mutis. Es poeta y narrador. Entre sus libros figuran el conjunto de novelas publicado bajo el título de Empresas y tribulaciones de Magroll el Gaviero y la obra poética reunida en Summa de Margroll el Gaviero. Ha recibido importantes premios entre los que destacan el Príncipe de Asturias de las Letras y el Reina Sofía de Poesía.
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