13 / 02 / 25
Un huipil para la muerte
Esmeralda Ríos

Un día, la Muerte se sintió sola y pensó que tal vez, si tenía un bonito huipil, podría hacer amigos. Lloraba su pena cuando se encontró con una niña tzotzil que le tejió un huipil. Y le trajo una lección aún más importante: en este mundo no hay manera de estar solos.

A la muerte le entristecía no ser popular entre los habitantes de este mundo. Por todos lados los seres humanos y los animales corrían a su paso y ella tenía que dar grandes zancadas para alcanzarlos; no comprendían que sólo quería envolverlos en su abrazo. “Después de todo”, pensaba, “su tiempo en este sitio se agotó. ¡Qué va a hacer si su vida es tan cortita!”.

Le daba tantas vueltas a este asunto, que llegó a la conclusión de que si todos huían, debía de ser por su aspecto. Y es que la Muerte se mostraba así, con los huesos al aire, mientras que los animales iban presumiendo sus pies suaves o sus plumas de colores, y los hombres y las mujeres vestían atuendos bordados muy hermosos.” ¡Eso es lo que debo hacer!”, se dijo entusiasmada.

“¡Buscaré un hermoso vestido que destaque el color de mi osamenta, y así nadie se resistirá a mi!”.

Con prisa alegre, la Muerte empezó a revolver sus cachivaches y se probó una concha, un calcetín, una escoba vieja, una jaula oxidada, una olla rota, una flor, -de éstas tenía miles, no sabía por qué, pero la gente siempre le regalaba flores-. Pero nada le sentaba bien. ¡Tendría que pensar en algo más después de las labores del día!.

A ver… ¿A quién le toca hoy?

Con un suspiro resignada tomó su atrapa-mariposas y subió a la tierra. Finalmente recogió a su última ánima de la jornada entre alocadas corredoras. Estaba tan triste que no tenía ganas de volver a su cueva.

¡Seguiré sola por siempre!", gimoteó abatida la Flaca.

En esos momentos, pasaba por ahí una pequeña niña tzotzil que, al verla tan triste, se detuvo a consolarla como sólo los niños saben hacerlo:

-¿Por qué lloras, Huesuda? -dijo, tendiéndole un pañuelo. Pero ella, llorosa como estaba, ni reparó en el gesto.

-Es que todos me huyen, y ya me cansé de estar sola -terminó esta frase con una sonora limpieza de sus fosas nasales.

Pero a mí me gusta estar sola, por eso le cuento historias a los árboles, a los conejos, y a los bichos también. En mi casa no puedo hacerlo, pues ahí debo trabajar todo el día en el telar y se necesita mucha concentración, dice mi mamá… ¿A ti te gustan los cuentos?

La Muerte inclinó la cabeza y miró por primera vez a la chiquilla. No puedo evitar asombrarse por su hermoso atuendo con flores formadas con hilos de colores, así que ignoró la pregunta de la niña, y le dijo:

-¿Tú podrías hacerme un vestido tan lindo como el tuyo para verme hermosa? Oye, ¿por qué tú no me tienes miedo?

Hasta ese momento la Muerte cayó en cuenta de que la niña no huía de ella y que hasta parecía tenerle cariño.

-¿Y por qué habría de tenerlo? Hace unos meses viniste por mi abuelo. Él me enseñó a contar cuentos y a escuchar a los espíritus del mundo. Me dijo que cuando nos llevas contigo, nos reunimos con nuestros náhuatl, ese animalito al que estamos ligados y que es parte de nosotros. El mío es un conejo. Y me contó que él había vivido con alegría esperando el momento en que lo llevarás junto a su murciélago.

Yo te vi cuando viniste por él, andabas pelona, como ahorita, pero no llorabas, y él tenía la sonrisa más dulce que jamás le vi. Por eso me caes bien -la niña terminó con decisión, y en sus ojos resplandecía el brillo de la Luna-. Entonces repitió su pregunta:

-¿Si te caigo bien porqué no entonces tejes para mí un huipil como el que llevas puesto?

-¡Sí que lo haré! Y no sólo eso: ¡será el más bonito que he tejido hasta ahora!

De un salto se puso de pie y echó a correr hacia una roca alta que sobresale del cerro. La Muerte siguió a la niña hasta aquel punto. Ahí, la pequeña levantó los brazos, y entonó a la Luna un misterioso canto.

En el acto, un halo se desprendió de las estrellas y descendió hasta la niña ¡Era un telar celeste!

La Muerte, maravillada, contempló las formas que poco a poco se fueron revelando en aquel mágico telar: la historia de la Luna y el Sol, la creación del día y la noche, la amistad entre la vida y la muerte. Cuando terminó, la niña le mostró a la Muerte el huipil que había bordado para ella.

-Como verás -dijo- en este mundo nadie está solo, así como yo tengo a mi náhuatl, tú tienes a tu contraparte: la vida. ¡Así que siempre estarás acompañada!.

Quizá los hombres y los animales te temen, pero eso no te tiene que poner triste; lo que pasa es que le temen a la vida porque es su naturaleza. Ellos adoran a la Luna y al Sol y su tiempo corre entre el día y la noche. Sólo unos pocos entienden que todas estas cosas son parte del mismo tejido.

La Muerte, emocionada, se probó el huipil ¡Nunca se había sentido tan guapa!

-Con este hermoso vestido acunaré a los vivos para que su camino al otro lado sea más bello. Y cada vez que piense en mi soledad, me sentaré en este monte a ver el mundo, a verlos a todos jugar a la vida.

Es por esto que cuando alguien muere, lo primero que ve es una luz muy intensa, que se desprende del huipil de la Muerte, y después, los ojos alcanzan a contemplar el manto celeste bordado con miles de estrellas. Y la niña, que es hija de Ix Chel, la Luna, continúa tejiendo el manto que cubre al mundo.

Un huipil para la muerte. 2015. Esmeralda Ríos. Ilustración. Interiores. Libro Un huipil para la muerte. Artes de México.

Esmeralda Ríos. Nació en la Ciudad de México pero siempre le ha dado por habitar mundos fantásticos. Estudió Diseño y Comunicación Visual en la ENAP, UNAM con especialidad en Ilustración. Cursó el Diplomado en Creación Literaria en la Escuela de SOGEM, además de talleres de pintura, ilustración y animación cinematográfica, algunos en España e Italia.

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