Como un poema de largo aliento, Carlos Pellicer creó el Parque Museo La Venta, donde el paisaje natural de Villahermosa abraza su pasado prehispánico. El escritor imaginó un museo como un poema para ser habitado, un sitio donde el río del tiempo fluye con suavidad.
Del 16 de enero al 16 de febrero, en Tabasco se celebra obligatoriamente a Carlos Pellicer Cámara. Ambas fechas (una marca su nacimiento, la otra su muerte) son fundamentales para la capital del estado. En la más humilde escuela tabasqueña, en las instituciones culturales, llevan y traen, suben y bajan, el nombre, la vida y la obra del poeta. Autor de Hora de junio. Pellicer nació a finales del siglo XIX en una ciudad crecida a orillas de un río: la antigua San Juan Bautista, donde todavía hoy, quien no haya nacido a orillas de un río nace a orillas de una laguna. Además de haber sido uno de los grandes escritores del siglo XX, Pellicer fue también creador de otra obra monumental y sensible: los museos. Su prolífico trabajo museístico se compone de diez museos en todo el país.
En 1951 inició esta profesión con el antiguo Museo Antropológico de Tabasco, que desapareció al final de los setenta. Éste fue el primer “ensayo” de una de su gran obra: el Parque Museo La Venta, inaugurado en 1958 en la capital tabasqueña, el cual exhibe las monumentales esculturas olmecas en un ambiente natural y al aire libre.
En 1980, se inauguró el Museo Regional de Antropología con más de seis mil piezas originales de las culturas mesoamericanas. Entre uno y otro, se sumaron a su lista de obras, el Museo de Sitio de la Zona Arqueológica de Palenque, Chiapas, el Museo Frida Kahlo en Coyoacán y el Museo Anahuacalli, integrado por las colecciones prehispánicas de Diego Rivera. Se sabe que para su formación museística, en 1923, gracias a una beca, Pellicer viajó a Europa para estudiar los museos. En París, además, fue discípulo del antropólogo Paul Rivet.
Crear un museo tenía el enigma que conlleva escribir un poema. Lo que mejor ilustra estas colindancias creativas son las descripciones del Parque Museo La Venta, al que llamó “poema de seis hectáreas con versos milenarios y encuadernados en misterio”. En este parque-museo, a orillas de la laguna de las Ilustraciones, Pellicer reconstruyó un paisaje selvático en seis hectáreas de terreno y dispuso las piezas colosales que rescató y trasladó desde La Venta, Huimanguillo a Villahermosa. Sólo un poeta que se declara hijo del trópico, impregnado del americanismo telúrico, podía concebir semejante proyecto que se adelantó a las corrientes museísticas modernas.
Con once salas, el nuevo museo se inauguró el 9 de noviembre de 1952. Por un lado, daba a Plaza de Armas, y por otro, hacia el río Grijalva. El acervo artístico-arqueológico, para mantener su enigmático esplendor, debía mantenerse en contacto con otros elementos ancestrales como el agua, los árboles, la tierra: idea importante en su obra museística. A las piezas de este primer museo, Pellicer le agregó su propia colección y otras que obtuvo de diversas instituciones y museos. Convenció a sus amigos, Diego Riveray Alfonso Caso, de que le donaran sus colecciones; lo mismo hizo con tabasqueños prominentes y humildes para que cedieran las obras que resguardaban en su casa.
Su etapa más productiva en la creación de museos fue en la década de los cincuenta; en menos de ocho años, Pellicer coordina y levanta cuatro museos. En ese periodo crea el Parque Museo de La Venta. Y si bien el museo se inauguró en 1958, Pellicer lo había pensado desde 1951, cuando en compañía del gobernador Santamaría realizó una visita al centro político religioso más importante de la cultura Olmeca.
El motivo del traslado de las piezas colosales de La Venta, Huimanguillo, a Villahermosa, no es desconocido. El poeta Ramón Bolívar lo resume: “Fue consecuencia de la devastadora petrolización del territorio tabasqueño. La zona estaba expuesta y enfrentaba una inminente destrucción, acosada por los nuevos asentamientos urbanos y la presencia de PEMEX que construiría una refinería y una pista de aterrizaje”. Las instalaciones de la refinería y la apertura de una pista de aterrizaje muy cerca del centro Olmeca, que fue habitado entre los años 1200 y 400 a.C., no solo modificaron el ambiente natural, sino que arrasaron con muchos de los vestigios construidos por esa cultura.
En 1956 inicia los trabajos del Parque Museo de La Venta: con prontitud, entrega planos, proyectos y hace las gestiones para el traslado de los monolitos a la “fea Villahermosa”. Este nuevo proyecto lo vigoriza, como se puede observar en la carta que escribió a su admirado Alfonso Reyes sobre el parque-poema:
“Cuando yo regrese a la capital iré a verte y te platicaré de las cosas en las que ando metido; aquí ando moviendo y trasladando milenios de 38 toneladas. ¡Oyeras cómo crujen! Y cuando se acomodan sobre la plataforma del “Mack”, el que sigue crujiendo soy yo. Figúrate que cuando moví la Gran Piedra Triunfal -esa de 38 toneladas- pasé la noche sentado pensando que la formidable escultura venía por la carretera a razón de veinte kilómetros por hora y desde una lejanía de más de 150 kilómetros. Ya he trasladado quince monumentos. Me faltan aún cinco esculturas -una de ellas de cerca de cincuenta toneladas: ociosidad del volumen- más un sepulcro megalítico y un gran sarcófago, atascado de siglos. He tenido que ponerme a régimen para envejecer lo suficiente y estar a tono con estas piedras maravillosas que por ser desconocidas, cuando yo dé por terminada la mise en scène pública, puesta en escena, asombrará a los mundos”.
Frente a la página en blanco o frente a un terreno baldío, Pellicer creaba y recreaba. Los dos flancos de su disposición poética, que en realidad son uno, están regidos por los conceptos de emoción estética y religiosidad. Aunque como creador de museos era un poeta guiado por la voluntad monumental del enigma, lo que le permitía “sacrificar en parte la verdad de la belleza, y la ortografía topográfica a los valores poéticos del paisaje”. El parque-museo-poema se inauguró el 4 de marzo de 1958.
Juan de Jesús López. Ensayista, poeta y fotógrafo. Sus fotolibros han sido incluidos en el Encuentro de Arte Contemporáneo del Sur-Sureste. Es coautor del libro Danza del pochó, comunión memoria festiva, La importancia de llamarse Gabriela, Fétido Castillo. Surco a la luz y José Carlos Becerra: los signos de la búsqueda.
Este texto fue publicado en la revista-libro, Villahermosa, Tabasco, no. 137. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.