13 / 05 / 25
Un regusto a volcán André Breton y el arte mexicano
José Pierre

Se trata de un recorrido histórico y estético de la presencia en México de dos de los protagonistas del surrealismo —Antonin Artaud y André Breton— y de sus encuentros con la efervescencia creativa y ritual de nuestro país.

México, el país de la primera revolución popular y agraria del siglo XX, simbolizaba para Breton uno de los valores esenciales del surrealismo: la libertad. A esta visión correspondió en el ámbito de las artes plásticas su interés por el arte popular y por aquellos pintores que -como Rufino Tamayo y Frida Kahlo- se acercaron a dicha producción. Así lo hace ver en este texto quien se unió al grupo surrealista en 1952 y asistió a Breton en las últimas exposiciones organizadas por él.

Hasta donde yo sé, el primer nombre de un artista mexicano escrito por la pluma de Breton fue el de José Guadalupe Posada. En una doble página del número 10 de la espléndida revista Minotaure, aparecida en el invierno de 1937-1938, se reproducen cinco grabados en madera de Posada, acompañados por un breve texto de Breton, en el que reconoce en el autor de dichas láminas al “primer y genial artesano, del triunfo del humor en estado puro en el terreno de las artes plásticas”. Además, el poeta añade que: “México, con sus espléndidos juguetes fúnebres, se consolida como la tierra de elección del humor negro”. Y es que, en la transcurso de 1937, Breton había escrito la introducción a su Antología del humor negro, y el pasaje dedicado a Posada en dicha introducción, es el mismo que publica en Minotaure ¿Cómo tuvo Breton conocimiento de la obra de Posada? Lo ignoro, y no me parece relevante averiguarlo.

Lo que es importante, en cambio, es que el fundador del surrealismo haya manifestado de entrada tanto entusiasmo por una producción que, en ocasiones, fue considerada con cierto desprecio por la crítica, sin duda debido al hecho de ubicarse mejor en el dominio del arte popular que en el de las bellas artes. La estancia de Breton en México le permitirá descubrir, especialmente a Frida Kahlo y a Diego Rivera, la extraordinaria riqueza del arte popular mexicano. En este sentido, el descubrimiento de los grabados de Posada puede considerarse como un hecho premonitorio. André Breton dejó dos testimonios fundamentales, el conjunto de textos reunidos bajo el título Mexique, que figura en el catálogo de la exposición inaugurada el 10 de marzo de 1939, en la galería Renou et Colle, en París; por otro lado, el texto “Recuerdo de México” profusamente ilustrado, publicado el 12 de mayo de 1939, en el número 12-13 de Minotaure. Al arte popular, propiamente dicho, comentado en estos dos documentos, se añaden los cuadros mexicanos anónimos de los siglos XVIII y XIX, que sumariamente podrían calificarse de naif.

En el catálogo de Renou et Colle, el protagonista considera oportuno establecer una especie de vínculo de correspondencia entre la inspiración de dichos cuadros y la supuesta participación del Aduanero Rousseau en la guerra de intervenciones de 1864 a 1867. Dicha participación fue en realidad una leyenda propagada por Guillaume Apollinaire, que en los años inmediatamente anteriores a la segunda guerra mundial, aún no había sido desmentida. Por otra parte, Breton hace notar el papel que en la revolución de estas obras desempeñó el pintor Roberto Montenegro, quien en enero de 1940 forma parte de la “Exposición Internacional del Surrealismo” de la Ciudad de México. Asimismo, insiste en destacar las cualidades expresivas de aquello que llama “retablos”, y que yo más bien llamaría exvotos: “Estos retablos son motivos de un nuevo estremecimiento, desde el más elaborado hasta el más ingenuo. En ellos el artista, en ocasiones pintor totalmente improvisado, deja testimonio del retroceso en el desarrollo de una enfermedad, o del agradecimiento al cielo por haber sobrevivido en un accidente o escapado a un peligro. De esto deriva un arte desigual, en decadencia -pero que Jarry hubiese tenido en alta estima- en el que los arranques piadosos utilizan como trampolín osadas confidencias de sabrosos sucesos de nota roja”

No es difícil suponer que Breton advirtiera el papel decisivo que dichos retablos jugaron en el imaginario de Frida Kahlo, por su intensidad expresiva, en ocasiones por su torpeza, y con frecuencia, por su crueldad. En relación con el propio Breton, me parece innegable que, junto con otros cuadros que le fueron “revelados” por Roberto Montenegro, los “retablos” contribuyeron de manera definitiva en el desarrollo de su apreciación estética, que siempre estuvo orientada por la figura de Jarry, primero hacia la obra de Henri Rousseau y de los naifs, luego hacia aquello que Dubuffet llama más tarde el art brut, y por último hacia el arte popular en general. El primer texto que da cuenta de este hecho, que a decir verdad, constituyen más un “retorno” que propiamente un avance, es Autodidactes, dits “naifs”, de 1942.

No obstante, más que por esos cuadros, Breton se sintió fuertemente conmovido por los “objetos populares” mexicanos, en los que, no es exagerado afirmar, vio la expresión simbólica de “la extrema nobleza, del extremo desamparo del pueblo indio, tal como se inmoviliza en los mercados”; y que, según afirma en Mexique, “responde a la necesidad de preservar el acento individual, artístico, en el objeto más pequeño de su uso cotidiano y de imprimirle al producto del trabajo, la caricia de la manos del hombre. Pero la contribución de Breton a la gloria del arte popular mexicano nos resulta tanto más valiosa cuando se refiere, en este último texto, a casos particulares: “señalan, aquí y allá, la existencia de un sólo hombre ocupado por completo a reconciliar su propia realidad, por muy humilde que ésta sea, con sus sueño: como aquel que, por estar “embrujado”, dejó de decorar las extraordinarios piezas de cerámica de Patamban: campesino de 108 años que aún viene a entregar, a un comerciante de Guadalajara, sus máscaras de barro pintado que recuerdan a Archimboldo; o más aún, la existencia de cierto tipo de hombres, alejados de cualquier aldea por una distancia de cuatro o cinco días a caballo quienes, hasta la Revolución de 1910, concibieron los perturbadores y magníficos objetos rituales de Matamoros; o bien, los iluminadores de Uruapan que se reparten, según su habilidad selectiva, la ejecución de las casas, los árboles y los personajes destinados a la decoración de arcones.

Lo mismo ocurre cuando alude a un recuerdo personal en este mismo texto: “En el mercado de Toluca, una mujer ofrecía silenciosamente- sin siquiera sacarlos de su canasto- esos pequeños personajes ecuestres y otros, de pie, pintados de colores muy brillantes. Entre éstos. Algunos objetos no figurativos llamaron fuertemente mi atención, así como la de Diego Rivera, quien me servía de guía. Al preguntar, averigüé que uno de ellos -que traje conmigo- representa un tornado, mientras que otro, del mismo tamaño pero más oscuro y con la forma irregular de una luna creciente, era la noche”.

Más adelante, Breton nos recuerda que “el arte americano anterior a la Conquista es, justo con el de Oceanía, el que mayor influencia ha dejado sobre los artistas contemporáneos. Breton subrayó también la filiación subterránea, aunque innegable, que vincula las actuales manifestaciones del arte popular mexicano con los esplendores del arte precolombino: “Apenas hace falta estar unos días en este país, para constatar que el indio está fuertemente arraigado a la magnífica tierra que abriga todavía parcialmente ese tesoro y que está atravesada por completo por sus fulgores. Más aún, en la evocación que hace de este pasado admirable, fiel como lo fue siempre a la dialéctica hegeliana. Breton fue capaz de darle un dramatismo perentorio: “Imperiosamente México nos convida a esta meditación sobre los fines de la actividad del hombre, con sus pirámides hechas de varias capas de piedra correspondientes a la cultura muy distantes que se han recubierto y oscuramente penetrados unas a otras”.

Interiores. Revista-libro México en el surrealismo. Los visitantes fugaces. Artes de México.

José Pierre. Nació en Bénesse-Maremne el 24 de noviembre de 1927 y fallecido en París el 7 de abril de 1999, fue un escritor, crítico e historiador de arte francés, que se especializó en el movimiento surrealista.

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