El Manual de zoología fantástica es una plena invención borgiana, resultado del instinto selectivo de un gran escudriño de universos, del explorador del universo “que otros llaman biblioteca”.
En el Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges, es uso del método de asimilación creativa que tanto le interesó, despliega su “reserva ecológica” de portentos, los seres imaginarios que auspician ilusiones y terrores y, al vagar por los siglos, contradicen a las mitologías institucionales, que han marginado a sus propias zoologías fantásticas. Hacía falta, y Borges lo supo, darle sitio de honor a los prodigios de nombres que en sí mismos son logros del sonido creador: el kraken, la anfisbena, el Bahamut, la mantícora, el Garuda, el borametz, el Burak, la rémora. En el Manual, Borges y su colaboradora, Margarita Guerrero, eligen aquellos animales que, para completar el plan de la Creación, juzgaron indispensables las generaciones que los soñaron y recordaron.
El kraken es una especie escandinava del zaratán y del dragón del mar o culebra del mar de los árabes. En 1752, el dinamarqués Eric Pontoppidan, obispo de Bergen, publicó una Historia natural de Noruega, obra famosa por su hospitalidad o crueldad; en sus páginas se lee que el lomo del kraken tiene una milla y media de longitud y que sus brazos pueden abarcar el mayor navío. El lomo sobresale como una isla: Eric Pontoppidan llega a formular esta norma: “Las islas flotantes son siempre krakens”. Asimismo, escribe que el kraken suele enturbiar las aguas del mar con una descarga de líquido; esta sentencia ha surgido la conjetura de que el kraken es una magnificación del pulpo.
El primer versículo del capítulo diecisiete del Alcorán consta de estas palabras: “Alabado sea Él que hizo viajar, durante la noche, a su siervo desde el templo sagrada hasta el templo que está más lejos, cuyo recinto hemos bendecido, para hacerle ver nuestros signos”. Los comentadores declaran que el alabado es Dios, que el siervo es Mahoma, que el templo sagrado es el de la Meca, que el templo distante es el de Jerusalén y que, desde Jerusalén, el profeta fue transportado al séptimo cielo. En las versiones más antiguas de la leyenda, Mahoma es guiado por un hombre o un ángel; en las de fechas posteriores, se recurre a una cabalgadura celeste, mayor que un asno y menos que una mula.
Esta cabalgadura es Burak, cuyo nombre quiere decir resplandeciente. Según Burton, los musulmanes de la India suelen representarlo con cara de hombre, orejas de asno, cuerpo de caballo y alas y cola de pavo real.
Cuatro siglos antes de la era cristiana, Behemoth era una magnificación del elefante o del hipopótamo, o una incorrecta y asustada versión de esos dos animales; ahora es, exactamente, los diez versículos famosos que lo describen (Job 40: 10-19) y la vasta forma que evocan. Lo demás es discusión o filología.
El nombre Behemoth es plural; se trata (nos dicen los filólogos) del plural intensivo de la voz hebrea b´hemah, que significa bestia. Como dijo fray Luis de León en su Exposición del libro de Job: “Behemoth es palabra hebrea, que es como decir bestias; al juicio común de todos sus doctores, significa el elefante, llamado así por su desaforada grandeza, que siendo un animal vale por muchos”.
A lo largo del tiempo, las sirenas cambian de forma. Su primer historiador, el rapsoda del duodécimo libro de la Odisea, no nos dice cómo eran; para Ovidio, son aves de plumaje rojizo y cara de virgen; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo hacia arriba son mujeres y, abajo, aves marinas; para el maestro Tirso de Molina (y para la heráldica), “la mitad mujeres, peces la mitad”. No menos discutible en su género; el diccionario clásico de Lempriére entiende que son ninfas, el de Quicherat que son monstruos y el de Grimal que son demonios. Moran en una isla del poniente, cerca de la isla de Circe, pero el cadáver de una de ellas, Parténope, fue encontrado en Campania, y dio su nombre a la famosa ciudad que ahora lleva el de Nápoles, y el geógrafo Estrabón vio su tumba y presenció los juegos gimnásticos que periódicamente se celebran para honrar su memoria.
Carlos Monsiváis. Nació en la Ciudad de México, el 4 de mayo de 1938 y murió en la misma Ciudad, el 19 de junio de 2010. Fue un escritor y periodista mexicano. Gran parte de su trabajo lo publicó en periódicos, revistas, suplementos, semanarios y otro tipo de fuentes hemerográficas. Colaboró en diarios mexicanos como Novedades, El Día, Excélsior, Unomásuno, La Jornada, El Universal, Proceso, la revista Siempre!, Fractal, Eros, Personas, Nexos, Letras Libres, Este País, la Revista de la Universidad de México, entre otros. Fue editorialista de varios medios de comunicación.
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