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Bemberecua
Honorio Robledo

Las iguanas no bailan, pero Bemberecua sí. Y Honorio Robledo nos cuenta la historia de esta amigable iguana y la historia que tuvo que recorrer para que los habitantes del pueblo no la descubrieran en la tarima de baile.

Dedicada a todos los requintos, puntual del son.

“Dicen que la iguana es verde

y la cuija es venenosa.

Me agarré una de la cola

pa´quitarle lo chismosa.”

Hace muchos años cerca del río

Papaloapan, vivía una iguana que

se llamaba Bemberecua, porque

tenía una boca enorme y era bastante

comunicativa. Lo que más le gustaba

era corretear por la sabana, como un

verdadero ventarrón. Así engañaba a los

pobladores quienes, al ver la hierba

agitarse, pensaban que iba

a entrar un norte, y

se resguardaban

en sus casas.

En uno de esos paseos, mientras

descansaba en una piedra, le

aconteció un milagro. La brisa

le trajo un dulce murmullo más

armónico y más dulce que el rumor

de un panal de abejas. Curiosa,

Bemberecua atravesó el río,

persiguiendo las voces del viento.

Así llegó hasta el pueblo y, brincando

de rama en rama, de palo en palo,

de barda en barda y de tejado en

tejado, llegó a una plazuela donde

un contingente de jaraneros tocaba

alegres sones jarochos alrededor de

una tarima, mientras las parejas de

bailadores se disputaban el turno

para taconear. Para Bemberecua el

fandango fue toda una revelación.

¡Jamás había presenciado nada

tan maravilloso!

Interiores. Bemberecua. Artes de México. 2005. p9.

Permaneció horas en la

contemplación, hipnotizada por el

repiqueteo de los requintos y de las

jaranas e impactada por el percutir

de los danzantes sobre la madera.

Poco a poco la concurrencia se fue

disolviendo. Por la madrugada,

cuando ya todos se habían ido a

dormir, Bemberecua se trepó al

tablado para imitar el tanqueo de los

danzantes. Pero, claro, sus pezuñas

no le ayudaban, sólo arañaban

las tablas, mientras daba tremendos

coletazos. Por suerte era invierno y

nadie se asomó a ver quién causaba

tanta bulla.

Al día siguiente al ver la tarima

astillada, la gente comentaba:

-¡Mira nomá parece que subieron un

toro a taconear! ¿Quién será

el chistoso que vino a dejar lah

uñah en la tarima?-

Pero nadie se preocupó de que

la madera, madrugada tras

madrugada, tuvieses más rayones

y más raspaduras. Y Bemberecua

pudo proseguir con sus bamboleos

nocturnos.

Llegó la Fiesta Mayor del pueblo, que

era la más afamada de toda la

región. Para festejar el fandango más

grandioso del año, los jaraneros

construyeron un tablado nuevecito,

y lo acomodaron en la plazoleta

para recibir a los jaraneros y bailadores.

Interiores. Bemberecua. Artes de México. 2005. p14.

En cuanto Bemberecua vio

la tarima pensó que la habían

construido para ella y de inmediato

se trepó a darle su estrenada, pero

la dejó toda raspada y arañada con

sus brincoteos. Al día siguiente, que

los vecinos constataron los daños,

se enojaron muchísimo. ¡Faltaban

algunos días para la fiesta

y ya algún ocioso había estropeado

el tablado nuevo!

Al medio día llegó el

carpintero a reparar la tarima.

Aunque no se usaba, en un arrebato

perfeccionista, hasta la barnizó. Esa

noche, impulsada por su gran amor

al baile, Bemberecua regresó al

tablado. Con el barniz le fue peor que

nunca, pues se la pasó cayéndose y

levantándose. Al amanecer, la tarima

se encontraba ya en un estado

lamentable.

A la mañana siguiente,

al contemplar los rayones y las

rajaduras en su tarima, los vecinos se

pusieron furiosos y nombraron una

comisión para descubrir al culpable.

Uno por uno revisaron a todos los

habitantes del pueblo (no se salvaron

ni los pollitos).

Pero, como todos tenían intactos

los pies, las patas y las garras,

concluyeron que algún envidioso

de otro pueblo quería perjudicar la

fiesta. Entonces resolvieron instalar

rondas de vigilancia.

Esa madrugada, Bemberecua

volvió al pueblo muy ajeno al

revuelo que había ocasionada. Sin

percatarse de la intensa vigilancia,

trepó al tablado y comenzó a

ensayar sus pasos, que no eran sino

remolinos de volteretas,

maromas, caídas y coletazos.

Interiores. Bemberecua. Artes de México. 2005. p18.

Honorio Robledo. Nació en el Estado de México, en 1954. Es ilustrador, pintor, escritor y jaranero. Estudió Literatura en la UNAM. Gran parte de su obra está basada en la Tradición Oral y la Expresión Popular. En el periodo 2008-2009 obtuvo la Beca del Instituto Cultural Veracruzano para Creadores con Trayectoria.

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