30 / 09 / 24
Composición de recintos: Una Poética del Espacio
Luis Barragán

En 1980 Luis Barragán fue distinguido con el premio Premio Pritzker, Artes de México comparte un fragmento del discurso que pronunciara en aquella ocasión.

Disponible en: Composición de recintos: Una Poética del Espacio - SinEmbargo MX

El renombrado Premio Pritzker fue establecido por la Fundación Hyatt para honrar en vida al arquitecto cuyo trabajo demuestre talento, visión y compromiso, y que haya contribuido significativamente a la humanidad en la creación del entorno a través de la arquitectura. Anualmente participan en él quinientos postulantes procedentes de cuarenta países del mundo. En 1980 Luis Barragán fue distinguido con esta presea. Este es un fragmento del discurso que pronunciara en aquella ocasión:

En proporción alarmante han desaparecido en las publicaciones dedicadas a la arquitectura las palabras belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento y también otras como serenidad, silencio, intimidad y asombro. Todas ellas han encontrado amorosa acogida en mi alma, y si estoy lejos de pretender haberles hecho plena justicia en mi obra, no por eso han dejado de ser mi faro. Voy a presentar ante ustedes algunos pensamientos, recuerdos e impresiones que, en su conjunto, expresan la ideología que sustenta mi trabajo.

Religión y mito. ¿Cómo comprender el arte y la gloria de su historia sin la espiritualidad religiosa y sin el trasfondo mítico que nos lleva hasta las raíces mismas del fenómeno artístico? Sin el afán de Dios, nuestro planeta sería un yermo de fealdad. “En el arte de todos los tiempos y de todos los pueblos impera la lógica irracional del mito”, me dijo un día mi amigo Edmundo O’Gorman, y con o sin su permiso me he apropiado de sus palabras.

Belleza. La invencible dificultad que siempre han tenido los filósofos para definir la belleza es muestra inequívoca de su inefable misterio. La belleza habla como un oráculo, y el hombre, desde siempre, le ha rendido culto, ya en el tatuaje, ya en la humilde herramienta, ya en los egregios templos y palacios, ya, en fin, hasta en los productos industriales de la más avanzada tecnología contemporánea. La vida privada de belleza no merece llamarse humana.


Soledad. Sólo en íntima comunión con la soledad puede el hombre hallarse a sí mismo. Es buena compañera, y mi arquitectura no es para quien la tema y la rehuya

Serenidad. Es el gran y verdadero antídoto contra la angustia y el temor y hoy, más que nunca, la habitación del hombre debe propiciarla. En mis proyectos y en mis obras no otro ha sido mi constante afán, pero hay que cuidar que no la ahuyente una indiscriminada paleta de colores. Es al arquitecto a quien le toca anunciar en su obra el evangelio de la serenidad.

Alegría. ¡Cómo olvidarla! Pienso que una obra alcanza la perfección cuando no excluye la emoción de la alegría, alegría silenciosa y serena para ser disfrutada en soledad.

Jardines. En el jardín el arquitecto invita al reino vegetal a colaborar con él. Un jardín bello es presencia permanente de la naturaleza, pero la naturaleza reducida a proporción humana y puesta al servicio del hombre, es el más eficaz refugio contra la agresividad del mundo contemporáneo.
“El alma de los jardínes, decía Ferdinand Bac, alberga la mayor suma de serenidad de que puede disponer el hombre”. Y fue Bac quien despertó en mí el anhelo de la arquitectura de jardín. Él decía: “En este pequeño dominio (sus jardínes de Les Colombièrs) no he hecho otra cosa que unirme a la solidaridad milenaria a que todos estamos sujetos, que no es sino la ambición de expresar con la materia un sentimiento común a muchos hombres en búsqueda de un vínculo con la naturaleza al crear un lugar de reposo, de placer apacible”. En una vasta extensión de lava al sur de la Ciudad de México me propuse, arrobado por la belleza de este antiguo paisaje volcánico, realizar algunos jardínes que humanizaran, sin destruir, tan maravilloso espectáculo.

Paseando entre las grietas de lava, protegido por la sombra de imponentes murallas de roca viva, súbitamente descubrí, ¡oh sorpresa encantadora!, pequeños, secretos y verdes valles rodeados y limitados por las más caprichosas, hermosas y fantásticas formaciones de piedra que había esculpido, en la roca derretida, el poderoso soplo de vendavales prehistóricos.

Tan inesperado hallazgo de esos valles me produjo una sensación no desemejante a la que tuve cuando, caminando por un estrecho y oscuro túnel de la Alhambra, se me entregó sereno, callado y solitario, el hermoso patio de los Mirtos de ese antiguo palacio. Contenía lo que debe contener un jardín bien logrado: nada menos que el universo entero.

Jamás me ha abandonado tan memorable epifanía y no es casual que desde el primer jardín que realicé en 1941, todos los que le han seguido pretenden con humildad recoger el eco de la inmensa lección de la sabiduría plástica de los moros de España.

Arquitectura. Mi obra es autobiográfica, como tan certeramente lo señaló Emilio Ambasz en el texto del libro que publicó sobre mi arquitectura el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En mi trabajo subyacen los recuerdos del rancho de mi padre donde pasé años de niñez y adolescencia, y en mi obra siempre alienta el intento de trasponer al mundo contemporáneo la magia de esas lejanas añoranzas tan colmadas de nostalgia.

Han sido para mí motivo de permanente inspiración las lecciones que encierra la arquitectura popular de la provincia mexicana: sus paredes blanqueadas con cal; la tranquilidad de sus patios y huertas; el colorido de sus calles y el humilde señorío de sus plazas rodeadas de sombreados portales. Y como existe un profundo vínculo entre esas enseñanzas y las de los pueblos del norte de África y de Marruecos, también éstos han marcado con su sello mis trabajos.

Católico que soy, he visitado con reverencia y con frecuencia los monumentales conventos que heredamos de la cultura y religiosidad de nuestros abuelos, los hombres de la Colonia, y nunca ha dejado de conmoverme el sentimiento de bienestar y paz que se apodera de mi espíritu al recorrer aquellos hoy deshabitados claustros, celdas y solitarios patios.

Cómo quisiera que se reconociera en algunas de mis obras la huella de esas experiencias, como traté de hacerlo en la capilla de las monjas capuchinas sacramentarias en Tlalpan, Ciudad de México.

El arte de ver. Rindo aquí homenaje a un gran amigo que con su infalible buen gusto estético fue maestro en ese difícil arte de ver con inocencia. Aludo al pintor Jesús (Chucho) Reyes Ferreira, a quien tanto me complace tener ahora la oportunidad de reconocerle públicamente la deuda que contraje con él por sus sabias enseñanzas.

Y a este propósito, no está fuera de lugar traer a la memoria unos versos de otro gran y querido amigo, el poeta mexicano Carlos Pellicer:

Por la vista el bien y el mal
nos llegan.
Ojos que nada ven,
almas que nada esperan.

Luis Barragán. Nació el 9 de marzo en la Ciudad de México, murió el 22 de noviembre de 1988. Fue arquitecto y urbanista. Entre 1919 y 1923, Luis Barragán estudió ingeniería civil en la Escuela Libre de Ingeniería de Guadalajara siguiendo los cursos opcionales para obtener simultáneamente el grado de arquitecto bajo la tutela de Agustín Basave. Recibió su título en 1923.

Texto publicado originalmente en nuestra revista-libro #23: En el mundo de Luis Barragán (1994). Lo puedes adquirir en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en ubicada en (Córdoba #69, Roma Norte, CDMX). O visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestros textos disponibles.