03 / 04 / 25
Diego Rivera
Octavio Paz

Fragmento de una entrevista que le realizaron a Octavio Paz en la televisión francesa, sobre Diego Rivera.

Usted ha comentado que Diego carecería de pasión.

Diego Rivera no tuvo el pathos ni la furia de Orozco, pero no fue un pintor frío. fue un pintor sensual, enamorado de este mundo y de sus formas y colores. Por esto pensé en el fauvismo al hablar de su amor a la naturaleza y a la mujer. ¿Cómo olvidar la terrestre hermosura de los desnudos de Chapingo? Pero también un pintor frío: el Diego Rivera didáctico, prolijo. [...]

Hay algo más: usted lo llamó ecléctico

[...] Hay dos familias de artistas: los que se definen por sus negaciones y sus exclusiones y los que aspiran a integrar en su obra diversas maneras y estilos. Diego pertenece a la segunda familia. No fue, en el dominio estricto de la pintura, un revolucionario o un innovador: fue un asimilador y un adaptador [...] Su eclecticismo fue la búsqueda de un arte completo que englobase muchas tendencias. No siempre lo consiguió: a veces las presencias ajenas son demasiado visibles; otras, en cambio, se funden en su poderosa visión, aunque sin desaparecer del todo. Esto es cierto, sobre todo, en sus años de formación. [...]

Se ha escrito poco sobre sus años de formación:

Es verdad y es una lástima. Esos años son la clave de su evolución. Sin embargo, en los últimos años la crítica ha comenzado a interesarse en los años de Madrid y París. Ramón Favela ha publicado un ensayo excelente sobre el tema. Favela señala que Rivera regresa a México cuando tenía treinta y cuatro años. Era un hombre hecho y derecho, un artista formado. Había pasado catorce años en Europa. Ignorar esos años decisivos han sido un error de la crítica.

Hay que tener en cuenta, además que Diego fue un artista precoz:

Así es. Entró en la Academia de San Carlos a los doce años. Allí estudió con artistas académicos de distinción como Rebull, Parra, Fabrés y el gran Velasco. A los veinte años, en 1907, becado por el gobierno de Porfirio Díaz, se trasladó a Madrid y estudió con otro pintor de nota: el realista académico Eduardo Chicharro. Su pintura oscilaba entonces entre el simbolismo en boga en México y el realismo tradicional español. Madrid, a la inversa de Barcelona, había sido insensible a los distintos movimientos que sacudían a París y a Europa desde finales del siglo XIX. Aunque los años de Madrid le dieron una técnica sólida, no le abrieron nuevas vías.

Tal vez por eso, en 1909 deja Madrid

Y se instala en París. Pero sigue a la zaga y cultiva, tardíamente, un impresionismo derivado de Monet. En 1910, recaída en Zuloaga. Después un salto: a través de Signac y el puntillismo, conoce la obra y la estética de Seurat. Casi al mismo tiempo y en dirección contraria, sufre la influencia de Derain, el fauve. Según Rivera, esta época descubrió a Cézanne, cuyo ejemplo no lo abandonaría a lo largo de toda su carrera. Pero Favela ha mostrado que la pintura de Diego estaba muy lejos de la estética de Cézanne. En realidad, a imitación de su amigo Ángel Zárraga, se inspira en El Greco. A esta influencia se unió, dice Favela, la de ciertas telas cubistas pintadas por Barque hacia 1907 y 1908. El resultado de esta doble y divergente seducción fue una obra memorable, su primer gran cuadro: La adoración de la Virgen (1913). Enseguida, da otro salto, ahora más tímido, hacia un “simultaneísmo” mundano: el retrato de Best Maugard, en el que las dinámicas ruedas mecánicas de Delaunay se vuelven decoraciones de teatro. Tuvo amistad con Modigliani, que pintó un maravilloso retrato de su amigo mexicano. En 1914 conoce a Juan Gris [...].
Diego abrazó el cubismo sólo por unos años. Llegó tarde a este movimiento. Entre 1914 y 1917 Diego pintó telas notables. Su composición era impersonal, defecto que no es tan grave pues el cubismo, por sus ambiciones clasicistas, fue una escuela impersonal. El color era vivo y fuerte; es probable que los cubistas ortodoxos hayan encontrado decorativas esas coloridas combinaciones. En ese mismo año de 1914 se celebró la primera y única exposición individual de Diego en París, en la diminuta galería de Bertha Weill, antigua amiga de Picasso pero que había reñido con él. Una maladresse: la autora de la presentación fue la Weill. La firmó sólo con la inicial de su nombre de pila (B) y aprovechó la ocasión para burlarse del pintor español y de sus amigos. Favela dice que ese texto fue el causante del silencio que rodeó a la exposición. No: Apollinaire escribió dos comentarios, breves pero favorables, en los que trata de disculpar a Rivera. Después de reproducir el texto injurioso, dice que sin duda Rivera era inocente, ya que el prólogo ama. En aquellos años Rivera admiraba a Picasso y se decía su discípulo. Apollinaire, íntimo amigo del español, lo sabía; disculpó a Rivera porque estaba convencido de su inocencia.
Favela y otros ven en este incidente y en la disputa con Reverdy, tres años después, el origen de una conspiración de los pintores, los críticos, los escritores y las galerías en contra de Rivera. Exageran. La verdad es que su pintura, aunque no carente de interés y mérito, no podía interesar demasiado: no habría nuevos caminos. Rivera era seguidor tardío del cubismo. No menos erróneo es decir que Diego, movido por sus convicciones revolucionarias. rompió en esos años con las galerías y con el “arte burgués”. Es más verosímil suponer que, ante las dificultades que encontraba en París, haya pensado en el regreso a su patria como una visa de salida. Fue una fortuna: el retorno a México fue otro comienzo, el definitivo.

Octavio Paz. Poeta y ensayista, con una visión auténtica y lúcida de los acontecimientos determinantes de México y de la cultura. Su obra marcó a la literatura mexicana del siglo XX. Fundó las revistas El Hijo Pródigo y Taller y colaboró en la Revista Mexicana de Literatura y El Corno Emplumado. Recibió importantes distinciones literarias, como el Premio Nobel de Letras, el Premio Cervantes y el Premio Nobel de Literatura en 1990. Entre sus obras más destacadas están Luna silvestre (1933), La rama (1937), El laberinto de la soledad (1950), El arco y la lira (1956) Libertad bajo palabra (1960). Entre otras.

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