29 / 05 / 25
El exvoto femenino
Patricia Arias

Las mujeres pocas veces han tenido la oportunidad de difundir su punto de vista respecto de la historia. Los exvotos por ellas ofrecidos nos presentan una mirada íntima y sincera.

Confundida y apretujada entre muchas mujeres como ella, doña Eustolia ingresó al camarín de la Virgen de San Juan de los Lagos como se lo había prometido, un día de comienzos de febrero, cuando se celebra la fiesta de la Candelaria. Allí, dedicó un buen tiempo a mirar y leer, hasta conmoverse con los asombrosos milagros de los que daban cuenta exvotos y “milagritos”, fotografías y micas, certificados y prótesis. Al final del recorrido, abrió su bolsa de mandado y sacó un pequeño exvoto pintado que colocó en el lugar que había escogido: un espacio que le pareció bien situado, luminoso y visible. Agradecida y contenta salió del camarín, se reunió con su esposo para asistir a misa en la Basílica, comieron en alguna de las coloridas y olorosas fondas de la plaza, compraron dulces y recuerdos de la Virgen para los vecinos y parientes y se dirigieron a la terminal a tomar el autobús que los llevó de regreso a la colonia donde viven en Guadalajara. El motivo del exvoto de doña Eustolia era absolutamente moderno y urbano; sus gestos, centenarios.

Y es que desde el más remoto tiempo colonial las mujeres han aprendido acudir a santuarios y a recurrir al lenguaje del exvoto para pedir favores y agradecer “milagros” que, antes como ahora, les ha ayudado a mitigar temores, desencuentros, ausencias y precariedades de toda índole. En verdad, la devoción de una determinada imagen puede ser vista como una forma de herencia que transita de una generación a la siguiente: “que mi madre me había encomendado, según me lo dijo ella”. Casi podría decirse que el exvoto ha sido un espacio privilegiado de la cultura para la expresión de los sentimientos, pesares y anhelos femeninos.

Los motivos del exvoto femenino registran, por supuesto, variaciones de acuerdo con las diversas tradiciones y transiciones regionales que nutren la devoción de cada santuario y han cambiado muchas veces a través del tiempo. Con todo, se conservan como una expresión íntima y sincera de las preocupaciones femeninas a través de la historia, siempre y cuando se acepte también que se trata de una historia codificada, es decir, donde hay asuntos de los que las mujeres han podido y querido hablar siempre, aunque haya omitido otros, que son los silencios cambiantes de la cultura. De cualquier modo, imágenes y omisiones se han encargado de mostrar más de lo que ellas han podido expresar con palabras.

Lo que sin duda aparece como una constante que recurre el tiempo y atraviesa los santuarios es la preocupación de las mujeres por el bienestar de otro referido, en primer lugar, a dos categorías de hombres de su ámbito familiar más cercano. La principal forma que asume esa preocupación es la de la madre por el hijo varón. Las mujeres se preocupan por sus hijos desde niños, cuando se enferman, se pierden o se accidentan, pero sobre todo cuando son mayores y se van de la casa, incluso desde el momento mismo en que salen: “se fue al norte su hijo de la señora Merejilda Barreto. Quien lo encomendó al señor de los Milagros que por su intercesión no le sucede nada”. Los motivos de las madres tienen que ver sobre todo con cinco escenarios asociados a los peligros que acechan a sus hijos fuera del hogar: el desplazamiento o migración hacia cualquier parte, situación que, se sabe, puede dar lugar a ausencias prolongadas y silenciosas que se vuelven insoportables. Como los que padeció doña Macedonio Nava cuando, el 8 de mayo de 1915, perdió a su hijo que tardó seis larguísimos años en reportarse con ella desde Sonora. No debe haber sido menor la angustia, pero también la alegría de doña Josefina Hernández cuando le fueron “devolvidos” sus hijos “que andaban perdidos en el vicio”, es decir, cuando dejaron de beber, otro motivo recurrente de la angustia materna. Las madres eluden manifestar juicios alguno respecto a los destinos que han llevado a sus hijos a la cárcel, lo importante para ellas es que les hayan reducido las penas o que hayan podido salir de la prisión. Para doña Tomasa Medina fue motivo de un exvoto que le rebajaran de cinco años a un mes y medio la condena que purgaba su hijo Jesús en la cárcel de Pino, Zacatecas.

Otro tema reiterado de desdicha femenina es la unión desafortunada del hijo con alguna mujer inconveniente, situación que, desde el punto de vista materno, sólo se resuelve con la separación.

Doña Esperanza Carreón quedó infinitamente agradecida al Señor de la Conquista cuando su hijo José se apartó, por fin, “de una mujer de mal vivir que lo estaba perjudicando”. Con todo, las preocupaciones maternales más constantes han sido los imponderables que se convierten en desgracia y accidente. En el siglo pasado ellas vivían con el alma en un hilo debido a esos reclutamientos forzosos “de los federales” que en un abrir y cerrar de ojos se llevaban a los hijos lejos de su tierra. Eso le sucedió el 3 de diciembre de 1861 a Valentín Modrigón, cuando “lo agruparon para soldado y su señora madre se lo encomendó al Sr. de la Misericordia y vino sin novedad”. Los problemas y accidentes que surgen de los conflictos y tensiones sociales han estado presentes en el exvoto desde el siglo pasado, cuando la violencia formaba parte de la vida rural; la Revolución de 1910 generalizó esta angustia hasta hacer que las madres dieran gracias por “haberlo liberado de morir acribillado a balazos”, o dar lugar a situaciones como la que vivió en 1968 doña María del Refugio Castro cuando hirieron de cuatro balazos a su hijo al intentar cruzar el río Bravo en Ciudad Juárez.

En los accidentes personales se descubre con nitidez la transición de los percances, y exvotos, de tema rural a los del mundo urbano, como puede verse sobre todo en el santuario del Señor de Chalma, cercano a la Ciudad de México, destino irremediable de las primeras grandes migraciones internas. Hasta los años cuarenta era frecuente que los retablos se refirieron a accidentes debido a caídas de carretas y carros, de animales que “arrastran”, “hacen caer”, “machucan” y “tumban”: a partir de la siguiente década, cuando el tráfico en las ciudades y las carreteras eran todavía una peligrosa novedad, comenzaron a aparecer las y los atropellados por tranvías, automóviles, autobuses y camiones urbanos y foráneos, así como los accidentes estrepitosos en carreteras de Estados Unidos, y en el metro de la Ciudad de México.

Esa intensa y persistente preocupación de la madre por el bienestar de los varones que ha procreado no tiene contraparte; son escasísimos los hijos que piden o agradecen por ellas. Su interés puede aparecer entremezclado, si se le quiere ver así, en el exvoto familiar, modalidad de ofrenda que, de cualquier modo, es mucho menos frecuente. El exvoto masculino es, en primer lugar, personal y, de manera muy secundaria, por la esposa y los hijos. A las mujeres les preocupa, en segundo término, la suerte de su pareja, pero a partir del momento en que existe una vida en común. En verdad, son pocos, muy pocos, los exvotos que aluden a la relación previa. Una excepción, contemporánea, es Carmen Soto que agradece el milagro “de haber concedido el deseo de haberme casado con el que ahora es mi marido. Las tensiones en la pareja aparecen encubiertas en el lenguaje de la familia y sin ofrecer mayores detalles: “Doy infinita gracia al Señor de Villaseca por haberme hecho regresar con mi esposo y mis hijos”; “por el milagro de solucionar mis problemas familiares”. Ellas son más proclives a hablar de asuntos que ponen en cuestión la vida y el bienestar familiar, como los relacionados con encarcelamientos, es el caso de doña Ascensión Acosta que estaba muy contenta cuando a su esposo “le rebajaron cuatro años” la condena; con accidentes y enfermedades graves y crónicos, como el alcoholismo; con la obtención de trabajo, como se puede ver en el exvoto que mandó hacer doña Ofelia Barrón cuando su esposo consiguió empleo. En algunos casos, la urgencia familiar del trabajo masculino aparece de manera explícita. En 1958, cuando existían los contratos braceros para ir a trabajar a Estados Unidos, doña Juana Salcedo estaba muy necesitada de que su esposo, que se había ido a Empalme, Sonora, lograra pasar al otro lado porque estaba “muy endrogado”.

Otra relación que aparece con alguna frecuencia en el exvoto femeno es la de hermana-hermano. Por lo regular, ellas piden o agradecen por sus hermanos cuando estos están en problemas de veas graves, como cuando se encuentran en la cárcel, o padecen alguna enfermedad grave o crónica.

Patricia Arias. Es antropóloga social y geógrafa. Estudia temas relacionados con mujer y trabajo.

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