Ajaraca es una asociación civil encargada desde 2016 de la preservación, estudio y difusión del Acervo Fotográfico de Ruth D. Lechuga (1920-2004), una de las más importantes investigadoras y promotoras del arte popular mexicano.
Morelia, Mich. “Nunca había visto a mi papá de esa edad”, comenta con una enorme sonrisa María Guadalupe Arredondo Campos, hija de José Ismael Arredondo Hermenegildo, quien de unos doce años aparece concentrado pintando una máscara de barro en tres fotografías en blanco y negro que fueron capturadas a inicios de la década de 1970 en Santa Fe de la Laguna, comunidad indígena de la región del Lago de Pátzcuaro, por la fotógrafa de origen austriaco Ruth D. Lechuga. A su lado, Carmen Campos Jerónimo también reconoce a la bisabuela de su hija: doña Marciana, pionera en la elaboración de máscaras de la comunidad.
La escena, excepcional, se repite una y otra vez frente a los tendederos de fotografías que fueron colocados en las jefaturas de tenencia, Casa Comunal y talleres artesanales de otras comunidades de la región P´urhépecha: Patamban, San José de Gracia, Ocumicho y Santo Tomás, a donde las y los artesanos de las diferentes comunidades acudieron al ser convocados y repasaron cuidadosos cada una de las imágenes expuestas en el laboratorio curatorial que fue instalado en cada uno de esos lugares por Fundación Ajaraca -en el marco del proyecto expositivo “Moldear la imagen, revelar el barro. Arte cerámico del Puréecherio en la fotografía de Ruth D. Lechuga”.
Ajaraca es una asociación civil encargada desde 2016 de la preservación, estudio y difusión del Acervo Fotográfico de Ruth D. Lechuga (1920-2004), una de las más importantes investigadoras y promotoras del arte popular mexicano.
Entre 1948 y 1991 Ruth viajó por todo el país documentando con su cámara fotográfica tradiciones, fiestas, artes, paisajes y vida cotidiana de cientos de comunidades de México, conformando un enorme legado fotográfico que en 2021 fue incluido en el Registro Nacional Memoria del Mundo de la UNESCO, por su valor documental y patrimonial.
A su paso por la región Púrhépecha en la década de 1970, entre otras cosas, registró la invaluable tradición cerámica de sus comunidades: enormes piñas de barro, jarrones, platos, ollitas y otros utensilios de cocina, fruteros, cántaros, poncheras, candelabros, máscaras, diablos, pastorelas de Ocumicho. Ahora, Fundación Ajaraca regresa esas imágenes a las comunidades.
De frente a las fotografías se detona la memoria. Las y los artesanos identifican a sus ancestros, reconocen técnicas ya olvidadas, sienten orgullo y a la vez temor a perder la tradición, se regenera el compromiso por la preservación, las ganas de seguir moldeando el barro que ha sido sustento y ha sido fuente de orgullo identidad y reconocimiento.
En Patamban, cuatro mujeres inmersas en las fotografías que cuelgan de un delgado hilo discuten sobre la identidad de la mujer que aparece delante de un troje sentada sobre el piso moliendo el barro con metate, como se hacía antiguamente. “Es Lupe, que ya murió; Lupe la hermana de Toño Agustín”. En otra imagen reconocen aquella esquina de la plaza donde antaño las mujeres se ponían a vender los cántaros. El viaje al pasado les hace nombrar a “Don Pancho, el papá de Pablo” los primeros en elaborar las piñas de barro en esa la comunidad.
En Ocumicho, frente a las fotografías, un grupo de personas dedicadas a la alfarería observa y comenta. De pronto alguien señala aquella en la que aparece una mujer sosteniendo con orgullo una imponente pieza de barro, un diablo, y mira directo hacia la lente de Ruth: “es la mamá de Rutilia” dice un voz. Rutilia Álbarez, presente en la sesión, confirma: “se llamaba María Guadalupe Álvarez Sánchez”.
En San José de Gracia Aristeo Gutiérrez Diego se emociona al confirmar que fue en San José donde se empezaron a fabricar las piñas de barro y en el taller llama la atención un conjunto de fotografías en las que aparecen dos artesanos trabajando las famosas piñas de barro con antiguas técnicas de pico fino y pastillaje aplastado. De inmediato, el artesano José María Alejos reconoce a su padre, José María Alejos Madrigal, y a su abuelo, Emilio Alejos Pérez, al que no conoció en vida. Ambos, antiguos artesanos de la comunidad, reconocidos por haber sido pioneros y por la calidad de su trabajo. “Mi esposo era el mejor artesano de aquí de San José”, comenta orgullosa Cecilia Serrano.
Conmovida dice sentirse orgullosa del trabajo que les heredaron; de que a ella personalmente la enseñaron a trabajar “para no sufrir”. También dice sentir emoción y gusto de volver a verlos, “aunque sea en foto”. José María Alejos, su hijo, agrega: “es una emoción muy grande… no nos imaginábamos llegar a ver esta sorpresa.”
Antonio Gutiérrez Becerra confiesa sentir “algo raro” al ver en las fotografías a esas personas “que fueron las que nos impulsaron… solamente así le echa uno ganas, viendo lo que otro está haciendo y pues ellos trabajaron así, bonito, finito y nosotros decimos: pues por qué no vamos a poder.”
Pero no solo hay nostalgia por las personas, también por los lugares que se han transformado. Jóvenes, como el artesano Lorenzo Víctor Diego de Ocumicho hablan de la felicidad que les provoca ver en las fotos “eso que yo no pude ver… del bonito paisaje que teníamos hace tiempo y que yo lamentablemente no pude ver porque ya ha cambiado en su totalidad el pueblo.”
Y junto a la nostalgia y el orgullo por el pasado también aparece la angustia por el futuro en la voz de Francisca Agustín Cristóbal de Patamban: “Me dio mucho gusto y para mi es un orgullo que conserven los trabajos de nosotros los artesanos. Y me trajo muchos recuerdos, si me trajo recuerdos, porque se emociona uno con las gentes de antes… Ahora, a mi también me da tristeza y no sé qué irá a pasar porque ya a la gente de ahorita, la juventud, ya no le gusta. Ya todos se van que a la presa, o al campo, bueno, donde agarran el dinero cada ocho días y ya el barro no lo quieren trabajar y pues es lo que nos dejaron nuestros antepasados.”
Como parte de ese entrañable ejercicio realizado en el laboratorio curatorial que se montó en las comunidades muchos de las y los artesanos regresaron a casa con la copia de alguna fotografía que forma parte del acervo de Ruth D. Lechuga. Con ello, Fundación Ajaraca pudo cumplir algunos de sus objetivos centrales: darle vida al acervo, activarlo, difundirlo y sobre todo, darle a las comunidades acceso a la memoria.
Este proyecto es una producción Nacional de Artes Visuales realizado con el Estímulo Fiscal del Artículo 190 de la LISR (EFIARTES) y el apoyo de Barclays Capital Casa de Bolsa S.A.