Hace un par de semanas, en compañía de Elena Poniatowska y Carlos Pellicer, presentamos en el Centro Cultural Elena Poniatowska este extraordinario libro donde Rafael Doníz plasmó, más que una obra fotográfica, una búsqueda artística de vida: los volcanes del Valle de México se revelan ante la lente del fotógrafo, quien los descubre y redescubre con humildad y asombro. Aquí compartimos el texto de Víctor Muñoz, presentador del libro:
Estoy sentado en el recuerdo de aquella mañana de mi infancia, en la azotea de mi casa, en el centro de la ciudad. Asomado como bola de nieve en el barquillo, descubrí la blancura de los volcanes. La señora Iztaccíhuatl y el señor Popocatépetl se podían encontrar a la vuelta de la esquina. Durante todos estos años los he seguido viendo. Ahora subo la pendiente y los saludo.
Sin saber bien a bien por qué, algunas fotografías del libro Popocatépetl, Iztaccíhuatl, montañas sagradas, me recuerdan las del monte Mc Kinley en Alaska, tomadas por Ansel Adams el año que nació Doníz. Pero los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl no son sólo paisaje, son identidad. Miramos estas sorprendentes fotografías y, en lo que miramos, nos vemos a nosotros mismos.
Los dos colosos son nuestra referencia en esta cuenca y en aquella llanura. Sus imágenes a lo largo de la historia mantienen ese vínculo de atribución mutua: nuestros diminutos pasos y sus gigantescas dimensiones. En ese juego de intercambios, Doníz nos comparte su educada mirada, esa que nos entrega en las fotografías los valores plásticos y estéticos que disfrutamos.
Los celajes en las fotos de Doníz adquieren el misterio de la apertura del día porque los vemos desde Tenochtitlán. Desde acá abren el día y desde el otro lado de la sierra, los volcanes son cobijados por el crepúsculo
Las seriaciones fotográficas, a diferencia de los reportajes, son manufacturas elaboradas al paso del tiempo, en ocasiones durante décadas. La obra fotográfica de Rafael Doníz está compuesta por una amplia diversidad de series. Hallazgos de su mirada viajera.
Puedo decir que mi cercanía a la obra fotográfica de Rafael Doníz cuenta ya más de cuatro décadas. Lo entrevisté en los años 80 con motivo del libro que decidió al movimiento popular de Juchitán que había tenido lugar unos años atrás. Más tarde, conocí el profundo reportaje fotográfico Casa Santa publicado por el Fondo de Cultura Económica. En los años 90 nos encontramos realizando algunos proyectos del Grupo Proceso Pentágono y pude mostrar en la Galería del Sur la serie Náyari Cora. El extenso conjunto fotográfico –con más de cuatro décadas de recopilación— dedicado a los trabajadores, que lleva por nombre Héroes anónimos, y que fui descubriendo con los años, cada vez que Rafael me mostraba en su estudio, los primeros conjuntos de retratos que esbozaban ya la necesidad de ser libro. Una parte significativa de Héroes anónimos pudo mostrarse en la Casa Rafael Galván de la UAM en 2014. Un día, hace ya catorce años, descubrí la seriación llamada Vulcano. Me conmovió la fuerza tectónica captada por la mirada de Doníz en los volcanes de nuestro país, antecedente sin duda del libro que hoy nos convoca. En otro momento conocí Símbología de la forma, esa balada de objetos naturales articulados en imagen por Doníz. La serie fue expuesta en la Galería Juan Martín. Cierran este recorrido por algunas de las seriaciones fotográficas de Rafael Doníz, las hechas públicas recientemente y que corresponden a Mujeres del México profundo y ahora Popocatéptl Iztaccihuatl, montañas sagradas.
Elena Poniatowska narra fragmentos de la vida de un fotógrafo atado al amor correspondido con la Izta y el Popo. En su texto, Elenita echa a andar por senderos de la memoria sin perder de vista a la pareja de colosos, hace recorridos míticos con un diálogo entre la cima y el abismo por el que andamos todos. Por eso nuestras montañas son ahora de nieve intermitentes y recordamos que no todos los amores son correspondidos, los lunes nos dejan chiflando.
Pero podemos tomar el Metrobús y reconocer que esos dioses Izta y Popo y nosotros, estamos igualmente contenidos en un no sé qué. Entonces establecemos los límites, llegamos a la parada “El hombre es pura nada” y bajamos en el anden entre la bola. Bajo la lluvia miramos el vínculo de Rafael Doníz con la montaña y aceptamos que es “… una posesión, un amor incontenible y el único sentido que puede dársele a una vida dedicada al arte”
Hay días en los que la Iztaccihuatl y el Popocatépetl lucen su claroscuro barroco, donde luz y oscuridad danzan hasta perderse en la noche.
La sierra es coronada por la presencia monumental de los volcanes, con sus pendientes y laderas, bosques, pastizales y peñascos con sus pétreas paredes. Por ese esplendor de los cielos, ahora mirados a través de las fotografías de Doníz, es una lectura agradecida, se nos aparecen como primerizas montañas desnudas.
El centro de interés de cada imagen está en las cualidades de suavidad y dureza expresadas por los encuadres y composiciones, por la luz y la distancia.
De esta manera nos adentramos en el ámbito comparativo de las fotografías que registran la sorprendente monumentalidad de estos colosos.
Todos tenemos imágenes mentales con la palabra volcán, como síntesis de la forma, la mirada de Doníz, hacedora de estas fotografías de las dos enormidades, nos conducen la visión para reconocer y disfrutar la gracia de la percepción. Acercarnos a las montañas sagradas, aun en su representación para ver la reciedumbre, sus escarpados peñascos, sus cimas. Las plataformas en pendiente cubiertas de nieve, cuando ya no son eternas sino intermitentes. Estas fotografías nos entregan su representación en contrastes dramáticos y suavidades de luces lejanas de nuestro andar cotidiano.
Víctor Muñoz
Octubre, 2024.
Víctor Muñoz. Nació el 12 de noviembre de 1950, en Guatemala. Es escritor novelista, cuentista y poeta guatemalteco. Es una figura importante dentro de si país y de la literatura. Entre sus obras más importantes esta Sara sonríe de último. Su obra se caracteriza por un humor irónico.
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