30 / 01 / 25
La creación de los peces y las sirenas
José Luis Trueba Lara

Estas son algunas historias recogidas de José Luis Trueba Lara de varias fuentes.

Niparajá y Turparán se llevaban muy bien. Eran tan amigos que juntos llamaron a las hormigas para que se pusieran a hacer unos agujeros debajo del mar con tal de que las tierras brotaran. Así nació el mundo en el que vivimos. Eso de que las arañas jalaron las aguas con sus telas es puro cuento, y lo mismo pasa con la locura esa de que uno de ellos se metió hasta el fondo para sacar la arena que pisamos.

Niparajá se puso a arreglar la tierra: sembró las pitahayas, hizo mansos a los venados, les quitó los cuernos a las serpientes y engendró a sus hijos que nada se tardaron en aprender a tejer capas con su cabello. Ellos eran los que todo lo veían y todo lo sabían; los que conocían las canciones que nadie jamás había cantado. Las cosas iban muy bien, pero Turparán tenía el alma negra y la envidia le mordió el corazón y lo dejó envenenado. Una noche, él atrapó a uno de los hijos de Niparajá y lo destripó en el monte después de que le clavó espinas en la cabeza.

Niparajá y sus hijos tomaron sus arcos y fueron a buscar a Turparán. Por más que se escondió en los cerros, sus perseguidores lo encontraron; pero no lo mataron, le tenían un castigo más fuerte que la muerte: se lo llevaron a una isla y lo metieron en una cueva que daba a la orilla del mar. Ahí se tendría que quedar hasta que el tiempo se acabara para siempre. Y, para que no pudiera escaparse, Niparajá creó con sus manos a los peces, a los más chicos y los más grandes, a los que apenas tienen dientes y a los que les sobran filos en el hocico. Ellos nadaban en la isla y estaban atentos para devorar a Turparán si salía de la cueva. Por eso hay tantos peces por acá, todos siguen cuidando al malvado y protegiendo de sus diabluras.

Las sirenas son peligrosas y tienen la costumbre de atrapar a los varones para ahogarlos tras un brevísimo romance. Esta costumbre no es una casualidad: la primera de ellas se transformó debido a una tragedia. El hombre al que le entregó sus querencias la traicionó y, para completar su maldad, arrojó a sus hijos a un río. Ella, enloquecida por la fatalidad, se lanzó al agua y de tanto nadar y bucear le brotó una cola de pescado.

La primera sirena no fue la única. La princesa Eréndira se negó a un conquistador que la secuestró y se la llevó a un valle. En este lugar Eréndira lloró y lloró hasta que sus lágrimas formaron una laguna en la que se metió para transformarse. Hoy, los varones que andan por este lugar se la encuentran y ella los atrapa para ahogarlos sin miramientos.

Aunque la mayoría de las sirenas se convirtieron en estas diosas que reinan debido a estos malos tratos de hombres, existe un caso que rompe la norma: la Tlanchana que habitaba en las cercanías de Toluca. Ella tenía una cola de serpiente que se transformaba en piernas cuando salía a atrapar a los hombres que le cuadraba. Sin embargo, por alguna razón que no se ha podido explicar, esa cola mutó en una de pescado. Desde ese momento, comenzaron a retratarla con sus nuevos atributos.

Sean como sean las sirenas, es importante andarse con cuidado: en las noches no es bueno acercarse a los ríos y a las lagunas, y mucho menos lo es si uno se topa con una de esas hechiceras coloridas.

José Luis Trueba Lara. Nació en la Ciudad de México, el 19 de septiembre de 1960. Es un escritor, periodista, editor, profesor e investigador universitario. Ha publicado varios libros de historia, política, divulgación de la ciencia, reportaje y narrativa. Como periodista colaboró en El Nacional, UnomásUno y La Jornada, en Información científica y tecnológica, Mundo, Ciencia y desarrollo y ha sido coeditor de la revista Lee+. Colaboró en varios suplementos culturales. También ha realizado labores editoriales en el Grupo Editorial Santillana, Random House Mondadori, el Fondo de Cultura Económica, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y Times Editores.

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