08 / 07 / 25
La noche y el día en Teotihuacan
Nawa Sugiyama

Vistos como la noche y el día de la gran ciudad, el jaguar y el puma eran los acompañantes predilectos en los rituales de guerreros y sacerdotes. En diálogo con los registros arqueológicos y la iconografía, la autora nos da cuenta de las interacciones sagradas entre el hombre y el felino en la antigua Teotihuacan.

En Teotihuacan, la ciudad de los dioses (100 a.C 550 d.C), los animales figuraban como pieza central de su refinada tradición pictórica y escultórica. Con frecuencia, desempeñaban un papel protagónico en escenas de ritos sacrificiales, como guerreros en las batallas y como feroces carnívoros de corazones humanos. No resulta sorprendente que el jaguar (Panthera onca), que como se sabe fue el principal icono del poder, el señorío y el belicismo en toda Mesoamérica, también haya sido un elemento importante en el repertorio iconográfico teotihuacano. Sin embargo, como Teotihuacan está lejos del hábitat natural de los jaguares, había que importarlos a las tierras altas semiáridas de la cuenca de México. Quizá por eso hallamos también muchas imágenes de su contraparte, el puma (Puma concolor), cuya presencia era común en la región. Juntos representaban una dualidad dinámica entre el cielo estrellado de la noche y el dorado Sol.

Resulta bastante fácil diferenciar a primera vista al jaguar del puma en la iconografía. El jaguar puede distinguirse por sus manchas negras en forma de roseta sobre una piel naranja-amarilla o de color tostado (aunque hay algunos jaguares negros que también tienen fondo negro), mientras que la característica piel dorada, canela o rojo-marrón del puma, con partes blancas por abajo, ofrece pistas muy claras. La visión nocturna del jaguar lo asociaba con la noche y el inframundo, al tiempo que sus aptitudes natatorias lo relacionaba con simbolismo acuático y de fertilidad. El jaguar, por ser el carnívoro más grande del paisaje americano, capaz de transportar presas mayores y más pesadas que él, se convirtió en símbolo universal del poder y la autoridad; aún hoy día, muchos grupos indígenas de Mesoamérica lo reverencian como el nahual más sagrado y poderoso, incluso como el espíritu animal guardián de todos los nahuales. Los jaguares, que habitan en ambientes húmedos y cálidos de las tierras bajas, eran ajenos a los alrededores de Teotihuacán. Rara vez habrían sido vistos esos predadores en su estado natural, pues era necesario traerlos desde las costas: a lo largo de la Sierra Madre Occidental, del Pacífico, y desde sitios tan lejanos como el río Bravo, por el lado del Golfo, o de más hacia el sur, en los trópicos. Generalmente, se ve al jaguar en los murales de Teotihuacán con sus características manchas negras sobre fondo amarillo. También abundan en la ciudad ciertas variantes del pelaje y representaciones híbridas, incluyendo al jaguar con tallas que forman una malla, como marcas entrecruzadas de distintos colores, casi siempre sobre fondo rojizo, y felinos con todo el cuerpo y la cara cubiertos de plumas, como las representaciones de Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada.

En contraste con la piel del jaguar, que representa las estrellas que lucen en el cielo nocturno, el pelaje dorado brillante del puma representa el Sol. No es de extrañar que grandes esculturas de pumas ornan la Pirámide del Sol. Porque es el segundo de las grandes carnívoras del paisaje y porque está presente en una gama más amplia de hábitats que cualquier otra especie felina en las Américas, el puma debe haber sido relativamente común en la cuenca del valle de México y más fácil de observar y capturar en la comarca. Suele distinguirse por la ausencia de las manchas en la piel, la cual se pinta de amarrillo-café o simplemente como un perfil color crema sobre un relleno de fondo rojizo.

Sabemos por los registros arqueológicos que estas dos especies no sólo se pintaron en los muros de esa imponente ciudad, sino que estaban físicamente presentes como animales vivos que eran sacrificados en rituales importantes y como ornamentos de los guerreros, sacerdotes y miembros de la casta gobernante de Teotihuacán. Por ejemplo, se han encontrado tanto pumas como jaguares enterrados dentro de la Pirámide de la Luna entre las ofrendas votivas asociadas con el Estado. En tales contextos, los enterramientos primarios de jaguares y pumas dan testimonio de la naturaleza dinámica del ritual, ya que los animales habrían sido conducidos al espectáculo religioso y mostrados vivos al público, a veces en jaulas de madera (hemos podido identificar los hoyos para los postes de madera que restringían el movimiento de los predadores), para luego ser sacrificados a los dioses.

Los restos zooarqueológicos aportan además otros detalles sobre un aspecto crucial de la interacción entre hombres y felinos que nos ayuda a entender las representaciones de éstos: las patologías que revelan sus esqueletos y las reconstrucciones paleodietarias sugieren que tanto los jaguares como los poemas eran mantenidos en cautiverio en la antigua ciudad, atraídos desde cachorros con propósitos específicamente rituales.

Las figuras de jaguares y pumas abundantes y prominentemente visibles en todo el centro ceremonial y en muchos conjuntos habitacionales de la elite aludían directamente a los jaguares y pumas que eran oídos y vistos en los rituales del Estado. Sabemos por fuentes coloniales más tardías que el conjunto ahora denomina “zoológico de Moctezuma” albergaba muchos ejemplares de aves y fieras que tenía el gobernante mexica. Tras haber visitado las instalaciones, Cortés y los suyos, atónitos, describieron el lugar y cómo había trescientos sirvientes encargados del cuidado de los animales. Los conquistadores relatan que por la noche los mantenía despiertos la infernal cacofonía de las bestias.

La presencia de jaguares y pumas en Teotihuacan ha tenido un efecto parecido; por ello, no es de extrañar que hayan elegido representar a los felinos como guerreros vestidos con arreos militares, exagerando sus filosos colmillos y garras. Sus acciones, tal como se ve en las pinturas murales, son de carácter específicamente antropogénico porque se buscó que representaran las acciones del Estado teotihuacano. Esto explica por qué no tenemos muchos retratos de gobernantes o de miembros elite en la iconografía teotihuacana, en particular en las representaciones de los actos de violencia ritualizada. Tales escenas quedaron reservadas para algunos de los animales carnívoros que residían en la ciudad.

En segundo lugar, hay un discurso entre la información zooarqueológica y el análisis iconográfico de los pumas y jaguares que nos permite entender mejor las interacciones entre humanos y felinos en el pasado y lo que simbolizaban. Viendo de frente el pórtico 13 desde el patio 13 en el complejo de Tetitla, las paredes están flanqueadas por pumas sobre pedestales, todas orientadas hacia el acceso central del recinto interior. Llevan tocados de plumas y engullen dos grandes objetos trilobulados. Es una escena que se ve con frecuencia, tanto con felinos como con cánidos (lobos y coyotes) que devoran esos objetos al tiempo que marchan en procesión, como se observa en el patio Blanco, pórtico 2, de Atetelco.

Tradicionalmente, se ha dicho que esos objetos trilobulados representan corazones humanos y que lo que se está describiendo es una escena macabra en la que los enormes carnívoras devoran seres humanos. Se trata en realidad de un elemento iconográfico que hallamos en muchos sitios post-teotihuacana, incluyendo los relieves de felinos y aves de rapiña en la fachada de la Pirámide B de Tula, y hay elementos decorativos parecidos en la plataforma de las águilas y los jaguares en Chichén Itzá. Tal iconografía alude en forma directa a félidos antropófagos que pueden ser metafóricos o reales.

Aquí es donde el trabajo zooarqueológico y el análisis químico de los huesos de esqueleto de los contextos sacrificiales pueden proporcionar algunas nuevas evidencias. Como se dijo, sabemos que los teotihuacanos tenían en su posesión algunos de esos grandes félidos, los cuales dependían de los humanos para alimentarse en cautevierio. En ciertos casos, como en el del esqueleto de un puma joven con una cabeza de fémur rota, en el entierro 6 de la Pirámide de la Luna, el animal no habría podido cazar en su hábitat natural y requería de sustento artificial. El análisis esqueletal isotópico de este espécimen mostró que tales felinos no sólo eran alimentados con una dieta artificial basada en gramíneas C4 probablemente porque comían herbívoros alimentados con maíz (como los conejos cuyos restos han sido hallados entre sus contenidos estomacales), sino que también comían omnívoros alimentados con el grano. Ahora bien, sólo dos especies de omnívoros tenían como base esa dieta y eran fácilmente accesibles en Teotihuacan: los humanos y los perros. Desafortunadamente, los análisis de isótopos óseos no distinguen entre ambos, porque los perros básicamente se alimentaban de la misma comida que los humanos. Sin embargo, los testimonios iconográficos que hemos examinado antes cuadran muy bien con la narrativa propuesta por el estudio isotópico.

Bernal Díaz del Castillo escribió que, cuando los conquistadores llegaron a Teotihuacan, vieron las feroces mascotas de Moctezuma, a las que “les daban a comer cuerpos de los indios que sacrificaban y otras carnes de perros de los que ellos solían criar; y aun tuvimos por cierto que cuando nos echaron de México y nos mataron sobre ochocientos cincuenta de nuestros soldados, que de los muertos mantuvieron muchos días aquellas fieras alimañas y culebras”. En Teotihuacan, los pumas estaban dentro de los límites de la ciudad para ser usados como la suprema víctima sacrificial, algo que implicaba una fuente permanente y considerable de proteína de carne en un entorno urbano. Al igual que ocurría con las prácticas en Tenochtitlan, los teotihuacanos pudieron haber dependido de varias fuentes de alimentos para esos carnívoros especializados. Entre las pinturas murales que hemos mencionado, hay una en la que vemos un puma devorador de corazones cómodamente echado sobre un pedestal que parece una plataforma sacrificial, lo cual apunta quizá a su destino último. No podemos evitar preguntarnos si no representaría una escena real. El mural habría servido para grabar el acontecimiento en la memoria colectiva de Teotihuacan, pues la gente habría contado y revivido semejantes escenas rituales. Pudo continuar como parte de su experiencia cotidiana a través de esa rica tradición artística, y también gracias a los encuentros en la vida diaria con los félidos dentro de la ciudad.

Juntas, la zooarqueológica y la iconografía ofrecen una rica narrativa de las interacciones entre humanos y félidos en la antigua ciudad. Tanto el puma como el jaguar fueron iconos elementales del Estado y representaban la dualidad entre el día y la noche en Teotihuacan, cuyos notables pintores los identificaron como actores prominentes en las escenas de violencia ritualizada. Las pinturas son inscripciones activas de la forma directa en que los teotihuacanos experimentaban la presencia de esas fieras en la ciudad, ya que eran llevadas en procesión, mostradas en escenas rituales de sacrificio y grabadas en la memoria vida de la gente. Escenas semejantes de carnívoros engullendo corazones humanos siguieron apareciendo en localidades post-teotihuacanas como Tula y Chichén Itzá, y está claro que fueron activamente registradas dentro de la rica tradición del imperio azteca.

Nawa Sugiyama. Es profesora en la Universidad George Mason e investigadora afiliada al Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano. Es doctora por la Universidad de Harvard. Examina evidencia zooarqueológica e isotópica del sitio maya de Copán, Honduras. Investiga cómo es que los encuentros entre animales y humanos eran un componente del entorno social y político en Mesoamérica.

Te invitamos a que consultes nuestra revista-libro Jaguar. no. 121. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.