Por fin contamos con una respuesta sólida y sugerente a la pregunta incesante sobre el lugar del amor en la vida y obra de Luis Barragán. A partir de los ámbitos de su casa, en el corazón de esta edición, late este ensayo de una escritora capaz de sumar investigación y sutileza, capacidad de comprensión, mucha empatía y aguda curiosidad.
Luis Barragán siempre protegió su intimidad. Con ese principio, entre muchos otros, diseñó su Casa Estudio como recinto sagrado y refugio, y así la vivió. En ella, defendió como valor estético y existencial el derecho al misterio, a la serenidad y al silencio, al espacio y el tiempo que le exigía la entrega total a la arquitectura, que es arte y poesía, magia y belleza, en un cuaderno anotó: “Cuanta más intimidad posea un ser, mayor será su nulificación; es decir, su cuerpo nos hablará más de su alma”. La Casa Estudio de Tacubaya es, en este sentido, extensión de su cuerpo y expresión de su alma.
Pensar en estos términos nos lleva a recorrer su obra maestra con nuevos ojos. “¿Por qué nunca se casó?” es una pregunta constante “¿Era homosexual?” es otra que suele pronunciarse en voz baja; ambas, muy lejos de la hondura con la que el arquitecto llevó a cabo su existencia y más lejos aún de una vida más inspiradora en sueños, arte, filosofía y literatura, que en relaciones convencionales. Aun así, es posible decir que la casa está llena de huellas donde la presencia femenina en su vida y obra se expresa con sutileza, pero también con transparencia y refinamiento.
De acuerdo con Paul Auster, en inglés existen dos palabras para definir lo que en español entendemos como “soledad”: una es loneliness y la otra es solitude. La primera tiene que ver con una condición de abandono, la segunda es resultado de una elección. Habría que preguntarnos, entonces, por qué Luis Barragán optó por la segunda.
Visitar su casa en Tacubaya es sinónimo de promesa, de espera. El pasillo de entrada invita a una especie de peregrinación hacia una fiesta de luz y misterio. Entonces, quizá, ante una primera metáfora de sus relaciones amorosas, según nos revelarán más tarde algunos indicadores visuales a lo largo del recorrido.
Una atenta mirada a los libros de su biblioteca (cuyos subrayados son mensajes a descifrar, llenos de pistas sobre su vida interior) y a su archivo personal revela cartas y fotografías que nos cuentan una historia donde la mujer ocupa un lugar casi secreto: como interlocutora intelectual, como inspiración o pasión gozosa (y, a veces, atormentada). Pasión que, sin embargo, obedece a una constante: la búsqueda permanente de la belleza.
Ahora bien, encontrar las señales de la presencia femenina en la Casa Estudio resulta una experiencia más entre las múltiples lecturas que sus espacios ofrecen. Si pasamos del umbral y el recibidor para llegar a la sala, una bella escultura de la Virgen María con el niño en brazos nos recibe como guardiana. Son muchas las vírgenes que habitan la casa y tiene algo que contarnos: de la religiosidad del arquitecto, de su amor por el arte colonial y el barroco, de la fe como guía hacia la plenitud espiritual pero también hacia la culpa y la contención, el valor de la promesa. De su formación con maristas y jesuitas. Una bella virgen catalana del siglo XVI nos da la bienvenida.
Ya en la sala, veremos ese facistol al centro; uno que contiene huellas iluminadas por la luz del jardín, historias que se develan. La foto de Adriana Williams con Jesús Reyes Ferreira: ella, uno de los grandes amores de Luis Barragán; él, su maestro del color y composición. La nieta de Plutarco Elías Calles, bellísima, narra su historia con el arquitecto en su libro Luis Barragán: An Inner Life. Recollections (Proteam Prees, 2002, San Francisco). El tomo forma parte del archivo de la casa-museo:
Conocí a Luis Barragán en un cóctel que dio un amigo, Enrique Bolaños, en su departamento de la Ciudad de México en 1957, cuando yo tenía veinticuatro años y Luis, cincuenta y cinco.
En mi mente lo veo con claridad: un hombre alto, delgado y aristocrático con fascinantes ojos azules.
Graciosamente calvo, era extremadamente atractivo, con una boca sensual y manos gráciles y elegantes.
Vestía chaquetas deportivas inglesas hechas a la medida, pantalones de franela gris, camisas de seda y corbatas de punto (…) En casa vestía batas largas y toscas que recordaban las túnicas de monjes franciscanos.
Cuando regresé a casa esa noche, no podía dejar de pensar en él.
La relación duró su vida. Sobrevivió a una promesa de matrimonio de la que él escapó y a las dos ocasiones en que ella se casó. No cesaban las llamadas a distancia, las cartas que iban y venían, intercambio de lecturas y libros, visitas compartidas a museos y a estudios de artistas, intimidad amorosa en la casa, todo eso cuenta Adriana en su libro. Y en este atril está también la reproducción de un desnudo femenino de Paul Delvaux, uno de los pintores surrealistas predilectos del maestro, que ella le obsequió.
Entre otras imagénes reclinadas en el facistol al centro de la sala se encuentran más vírgenes, reproducciones de Toulouse Lautrec, una foto de Ferdinand Bac, paisajista y escritor francés definitivo en la vida, el pensamiento y la obra de Barragán, y dos mujeres más. Como Adriana, bellas, espigadas, anguloso el rostro, largo el cuello, altas y elegantes. Iman, la top model somalí que se casó con David Bowie y presentó una colección de Calvin Klein en Las Arboledas, aparece aquí junto a Grace Jonas, la imponente modelo, cantante y actriz jamaiquina.
Según Adriana Williams, al arquitecto le cautivaban las mujeres esbeltas: bailarinas, modelos de alta costura y las negras, elegantes con aire felino. Su ideal de belleza requería que la estructura ósea fuera discernible. Una mujer hermosa debía cuidar su cuerpo como “un templo sagrado”. Si ella subía de peso, temía decepcionarlo:” mi amor por él incluía cumplir sus fantasías”, escribe. Y si ella se topaba con la imagen de una mujer que sabía que le atraería, la recortaba y se la enviaba: “Esas fotografías terminaban apoyadas en una mesa frente a su cama”. Y, en efecto, Iman multiplicada en un biombo con diversos atuendos sus encuentros, como menciona Adriana, en la recámara del arquitecto.
Adriana Malvido. Es escritora y periodista cultural. Ha sido reconocida con el Premio Nacional de Periodismo, el Pen México a la Excelencia Periodística y Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez. Autora de La noche de la reina Roja, 2012; Nahuí Olín, 2018; Intimidades, 2022, entre otros.
Este texto fue publicado en la revista-libro, La casa como manifiesto de Luis Barragán no. 138. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.