En nuestro país el Día de Muertos es una fecha importante; sin embargo, para los europeos el tema de la muerte es algo que prefieren evitar. Ruth D. Lechuga al ser exiliada y refugiada en nuestro país ve este tema con naturalidad, y adquiere un gusto por coleccionar todo tipo de cosas relacionadas a esta festividad.
El Cuarto Rosa es un casa-museo que crea Ruth para colocar todo este tipo de objetos. Es sorprendente todo lo que nos cuentan las autoras sobre el origen de este emblemático lugar.
El Cuarto Rosa nació cuando el emblemático Edificio Condesa adoptó el régimen de condominio durante la década de 1980, derivado de un movimiento de sus inquilinos encabezado por Ruth D. Lechuga como presidenta de la asociación. Para su colección de arte popular, ella había adquirido dos departamentos, uno que había habitado desde 1956 con su familia y el contiguo, donde vivió su tío, el doctor Leo Deutsch, reconocido otorrino. Así, al ir colocando las piezas antes apiladas o guardadas en caja y clósets en el nuevo espacio, se conformaría la primera etapa de la casa-museo y Ruth realizaría sus primeras visitas guiadas para mostrarla con orgullo.
En aquel momento Ruth se apoyó, para el montaje del Cuarto Rosa, en amistades y artistas vecinos del Edificio Condesa, como Marco Antonio Arteaga y Gonzalo Ceja. En complicidad con ellos la muerte cobraría vida en su espacio más íntimo y personal, su recámara, con una apuesta estética encaminada a crear una atmósfera capaz de reunir la sorpresa y el dramatismo. El juego de negro y blanco predominante en calacas o esqueletos de muchos materiales y texturas resaltaría con el contraste y envolvente rosa mexicano pintado en los muros, las cortinas, las sábanas y otros detalles. Era el último cuarto del recorrido en las visitas guiadas. Cuando llegaba a él, Ruth escuchaba expectante las exclamaciones de asombro y duda en torno a si era factible descansar en ese ámbito tan cargado. Para ella, era la forma más clara de mostrar que había interiorizado la esencia de la cultura mexicana.
¿Cómo armó Ruth su colección temática sobre la muerte? ¿Qué otros aspectos de la muerte y vida encerraban los armarios y closets que nos aportan pistas sobre su visión de la muerte, su pasado y sus recuerdos?.
La llegada a México como refugiados del nazismo fue enfrentada por ella y su familia con un profundo agradecimiento que los llevó a abrazar su nueva patria y cerrar un capítulo doloroso sobre Austria. Podríamos decir que esta sería la primera muerte y renacimiento vividos por Ruth a los 18 años. En la escuela nocturna cursó la secundaria y aprendió español; posteriormente estudiaría enfermería y culminaría con medicina, y la especialidad en laboratorios médicos.
Ruth siempre enfatizó que ella era mexicana, y lo fue con pasión a primera vista. Tal parece que había cercenado todo vínculo con su pasado. Sin embargo, al desmontar los departamentos para el traslado de las colecciones al Museo Franz Mayer en 2012, descubrimos que en el primer armario del Cuarto Rosa, a la izquierda de su cama, había conservado recuerdos al alcance de la mano como fundas de almohadas con etiquetas que decían Wien Viena; kits de bordado y crochet, carpetas y manteles de crochet, bordados y deshilados, algunos terminados y otros a medio hacer que, según datos de su sobrina Irene Herner, había sido elaborados por su abuela paterna, Emilie Pazofsky.
También se encontraron bolsas y accesorios elegantes del estilo europeo con el que visitó durante sus primeros años en México.
Ella misma designaría este tipo de indumentaria como de “señorita bien”. Una sorpresa adicional que encontramos es un dirndl -falda con peto y bordado utilizada por las campesinas en los Alpes-, de la cual me había hecho mención en la entrevista que le hice para el número 42 de Artes de México, como el antecedente austriaco de su gusto e interés por el otro, pero no me había aclarado que se había traído una pieza de éstas a México.
En su ensayo “Rituales del Día de Muertos” publicado en el número 62 de Artes de México, Día de Muertos: Serenidad ritual, 2002, Ruth afirmaría que la gran diferencia que tienen los mexicanos al relacionarse con la muerte es que “mientras para los europeos la simple mención de la muerte es tabú, como si al rechazar el pensamiento se pudiera evitar el hecho, el mexicano se familiariza con la idea desde la niñez”. Esto se complementaría en el mismo ensayo con otro comentario; “mientras el europeo visita el cementerio el Día de los Fieles Difuntos para recordar a sus seres queridos ya fallecidos; el mexicano piensa que en estos días los difuntos regresan a la tierra, para pasar el día con sus seres queridos”. En otro texto, publicado en el número 67 de Artes de México, su pluma nos aclara que en el Día de Muertos mexicano se transformó el sentido de terror a la muerte en el deleite y la espontaneidad de las expresiones de arte y cultura popular, puesto que por medio de las calacas y calaveras se vale expresar la parodia de los vivos y la crítica social.
Al recorrer el país, Ruth encontraba una sorprendente vigencia de las concepciones prehispánicas sobre la muerte que estudiaba en crónicas y artículos, como la veneración de los muertos, a la familia y a los antepasados. En los mercados previos a la festividad solía encontrarse con representaciones de los muertos que se elaboran para las ofrendas y que solían ser una suerte de espejo de la cotidianidad mexicana. En ellas las muertes ríen, lloran, juegan, se burlan, beben, bailan, expresan coquetería, ofrecen los productos que elaboran en vida, desempeñan todo tipo de artes y oficios…
Con la mirada privilegiada de quien es externo a una cultura y la compenetración de quien decide vivirla y adoptarla, fue adquiriendo objetos temáticos en torno a la muerte, tanto los rituales y ceremoniales usados en las ofrendas y en las danzas alusivas, como las piezas decorativas que les siguieron ante el incremento de coleccionistas que buscaban expresiones innovadoras. Por eso, Ruth percibía cómo la muerte y sus representaciones paulatinamente habían cobrado independencia y ya no aparecían sólo en el Día de Muertos, pues cada día hay nuevas y valiosas expresiones plásticas. Las muertes en su mayoría son anónimas, como destacaría el Doctor Alt en 1921; sin embargo también se refleja el surgimiento de un arte popular de autor a través de doce creadores de objetos y trece máscaras, rama artesanal en la que Ruth invirtió una gran energía, pues solía acercarse a los mascareros y documentar la danzas.
Las primeras dos piezas del Cuarto Rosa que Ruth adquirió están fechadas en 1945; la primera es una miniatura de azúcar de Toluca, una vendedora pegada a un cartoncito, mientras que la otra es obra de Luis Hidalgo, excelso escultor de cera de la ciudad de México, y representa a un torero-calaca, toda una ironía del oficio. Curiosamente Ruth no la resaltaba y descubrió esto durante esta investigación. De esa misma década hay numerosas figuras de azúcar, además de una bella calaca de una sola pieza de madera, salvo los brazos móviles, tallada en los Naranjos, Estado de México. Seguirían cientos de piezas compradas a lo largo de los siguientes cuarenta años hasta llegar a 370, representativas de cuarenta localidades, trece entidades y tres países.
Es sorprendente la gran diversidad de materiales con los cuales dichos objetos fueron elaborados. Moldeadas con azúcar hay más de un centenar de calaveritas, cruces, ofrendas miniatura, personajes vendiendo dulces y productos, que provienen de Guanajuato, Pátzcuaro, Toluca y Oaxaca. Este conjunto incluye el alfeñique, una técnica de moldeado de piezas ahuecadas de azúcar donde predominan cráneos, ataúdes con esqueletos y figuras de animales que se colocan en las ofrendas de los niños. Antes de adoptar el tema de la muerte, en Metepec se hacían moldes para los dulceros de Toluca. De entre las figuras de alfeñique, destaca por su detalle una iglesia con un atrio con cruces, seguramente una pieza ganadora de algún concurso, factor que ha influido en la explosión de creatividad y virtuosismo en ésta y otras ramas.
En general la conservación del dulce es un reto por su fragilidad, con el tiempo tiende a oscurecerse, lo que nos recuerda que este oficio forma parte del arte popular efímero.
Marta Turok. Es antropóloga por la Universidad de Tufts, con estudios en Harvard y en la UNAM. Es coordinadora del Centro de Estudios de Arte Popular Ruth D. Lechuga, del Museo Franz Mayer, y coordinadora de investigación y documentación para la enseñanza artesanal de la Escuela de Artesanías - INBA.
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