
En esta edición Artes de México nos invita a profundizar en el trabajo de alguien que antes de iniciarse en la investigación de artes indígenas era ya una consumada fotógrafa.
Unas fotografías impresas en pequeño formato sobre Chichén Itzá, fechadas en febrero de 1947, son los primeros testimonios de ejercicio visual de Ruth Deutsch, quien después agregaría a su nombre el apellido de su esposo. Ruth, entonces, una joven vienesa de origen judío que tenía 27 años y compartía con su padre el interés por la cultura mexicana. A su padre, Arnold Deutsch -lector apasionado de las Memorias del Museo Peabody, de los trabajos de la pareja Seler o de Teobert Maler-, le dejaba la parte de la arqueología, mientras que ella se guardaba para sí la parte humana: “Me interesaba más la gente que las piedras”.
Junto con sus padres y su hermano, Ruth llegó a México en febrero de 1939 huyendo de una Europa que comenzaba a vivir sus peores días. Unas semanas antes de partir, la familia Deutsch tuvo una experiencia terrible. En aquella Noche de los Cristales Rotos, al padre de Ruth le avisaron que los nazis irían por él. Arnold logró esconderse, pero fue Ruth, a quien se llevaron. En el sitio donde la encerraron, su propio colegio, fue hostigada por las que antes habían sido sus condiscípulas. Era inevitable, “la preparatoria la hice bajo Hitler”, diría después.
La escapatoria no fue fácil. Después de su liberación, Ruth junto con sus padres y sus hermanos, atravesaron Holanda, donde se embarcaron con rumbo a Nueva York. En esa ciudad estadounidense Ruth celebró su cumpleaños acudiendo al Metropolitan Opera House. Unos días después los Deutsch llegaron a México por Laredo, pero fueron detenidos con el pretexto de que sus papeles no estaban en regla. Mediante los acuerdos monetarios de siempre lograron cruzar a Nuevo Laredo, esa ciudad fronteriza que descubrió Graham Greene en su libro Caminos sin ley como un lugar donde “las calles eran oscuras y desiguales, la placita sofocante de vegetación; [y en la que] toda la vida [...] transcurría detrás de las puertas giratorias de las cantinas y de los salones del billar”. El célebre escritor también había cruzado por ahí en esos días.
En la Ciudad de México, Ruth pudo continuar sus estudios interrumpidos en Europa. De gran ayuda para lograrlo fue el conocer a Paul Westheim, y a su mujer, Mariana Frenk, quien le ayudó a revalidar sus estudios de secundaria; pero sobre todo que Mario de la Cueva -” quien hablaba bien alemán”- le validó su certificado de Viena para entrar a estudiar medicina.
Fue en esos primeros años, cuando Ruth aprendió a comprender y apreciar a su país de adopción: “Nunca pensé en regresar a Austria, pues éste era un país maravilloso donde tenía la posibilidad de desarrollarme igual que cualquier mexicano. Algo que me causó una impresión muy fuerte fue el mural de José Clemente Orozco en Bellas Artes. No fue el tema lo que me impresionó sino los colores. Esa noche soñé con los amarillos y los rojos. La emoción tan intensa me hizo comprender que esto era una cultura completamente diferente, que no se podía apreciar con ojos europeos. No es superior ni inferior: es otra cosa. Mientras uno no lo comprenda así y quiera investigar fríamente, jamás podrá convivir con esta cultura. Creo que fue extraordinario que, a esa edad, así, de golpe, lo haya entendido.
Los viajes al interior de la República Mexicana comenzaron a determinar su vida. Siempre que era posible, ya sea en vacaciones, o cuando se lo permitiera su trabajo en un laboratorio de análisis clínico -el Laboratorio Americano para el que laboraba y después en el suyo propio, el Laboratorio Clínico Serológico-, Ruth y su padre emprendían largas excursiones no sin antes documentarse sobre los sitios que visitarían. Conocieron Tenayuca, La Venta, Cuetzalan y Querétaro. Poco a poco los viajes se fueron haciendo más largos, y más complejos, incluso se hicieron a la idea de llevar siempre consigo una cámara; “primero con una de cajón, después con una Argus, creo que así se llamaba, una cámara muy pesada y estorbosa”. Precisamente de esos viajes provienen sus primeras fotografías, las de Chichén Itzá y Palenque fechadas en 1947.
Al año siguiente planearon un viaje más complicado a las ciudades de Yaxchilán y Bonampak, en la Selva Lacandona. Ruth conoció por esas mismas fechas a Frans Blom y a su mujer, la célebre Gertrude Duby. En ese viaje también participó Carlos Lechuga, quien en 1950 se convertiría en su esposo.
“En 1948, mi padre y yo decidimos conocer los edificios pintados de Bonampak, que recientemente se habían descubierto. Como desconocíamos la forma de llevar a cabo una expedición de este tipo, invitamos a Frans Blom, eminente arqueólogo y profundo conocedor de la Selva Lacandona, a ser nuestro guía. Fue toda una experiencia conocerlo, escucharlo hablar sobre sus recorridos, ver la seguridad con la que se movía en aquel ambiente tan lejano para nosotros. Aquél fue el inicio de una amistad que duró hasta su muerte. Nuestra intención era visitar tan sólo un sitio arqueológico, pero la aventura del viaje superó todo lo imaginable. Yo ya conocía algunos lugares tropicales, así como la rica vegetación de la sierra de Puebla. Sin embargo, nada podía comprarse con aquella selva”.
En ese viaje Ruth puso especial cuidado en el registro de las ruinas. La pasión de su padre por la arqueología estaba presente en ella, por eso sus imágenes remiten a la mirada de Maudslay o Maler, en particular, aquellas fotografías de la Casa de las Monjas en Chichén Itzá, el Palacio en Palenque y los dinteles de Bonampak, que por entonces comenzaban a ser conocidos. Ruth, su padre y Frans Blom se adelantarían, exactamente un año, a la expedición oficial que el Instituto Nacional de Bellas Artes organizó, a principio de 1949, a Bonampak. Un viaje en el que participaron, entre otros, Manuel Álvarez Bravo, Raúl Anguiano y el célebre explorador Carlos Frey, quien murió en una volcadura en el río Lacanjá…
José Antonio Rodríguez. Considerado como uno de los grandes historiadores de la fotografía en México. Rodríguez se especializó en fotografía mexicana histórica y contemporánea. A lo largo de su carrera dio a conocer a diversos fotógrafos que se encontraban relegados en la cultura visual de este país.
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