22 / 07 / 24
Presentación del libro: Alice Rahon. Un destino mexicano, Christine Frérot, México, Artes de México, 2024. Museo Kaluz, 28 junio 2024.
Sylvia Navarrete

Este 2024 salieron dos libros dedicados a Rahon: el catálogo de la retrospectiva del Kaluz y esta biografía de Christine Frérot, que tradujo Rafael Vargas y diseñó Cristina Paoli. Creo que el de Christine ganó en publicarse en México, adquirió una pasta dura y un formato de álbum. Y cambió de subtítulo: en Francia es La revelación del arte y en español se convirtió en Un destino mexicano. Ahora bien, en su edición original, se dirigía a un lectorado francés; de modo que los resúmenes que hace Christine de la historia del arte mexicano del siglo XX quizá no nos deparen muchas sorpresas a los especialistas, historiadores y críticos del periodo moderno. De cualquier manera, estas contextualizaciones de la carrera de Alice Rahon están muy bien elaboradas para un amplio público. Aun así, para mí el libro arranca verdaderamente en el capítulo 7, cuando Christine entra en el análisis formal, estilístico e iconográfico de ciertas obras, y sobre todo desmenuza la factura tan meticulosa de Rahon, su manera de yuxtaponer pequeñas pinceladas que parecen arañar la superficie, cómo espolvorea las arenas, cómo añade plumas, hojas de árbol o alas de mariposa a la composición: explica un oficio sumamente consumado, pues.

Christine Frérot focaliza su propósito en dos tareas: 1) Rehabilitar a Rahon: dado que sigue siendo injustamente desconocida en Francia, la reivindica como una europea que, entre las exiliadas por la Segunda Guerra Mundial (Remedios Varo, Kati Horna, Leonora Carrington), contribuyó a la revitalización de la escena plástica mexicana; y 2) desvincularla del surrealismo en que se la encasilló: en efecto, Rahon se dio a conocer a los 20 años como poeta en el círculo parisino de André Breton y se le quedó pegada la etiqueta cuando, siendo autodidacta, se dedicó a la pintura al emigrar a México con su esposo Wolfgang Paalen (pintor, teórico y editor austriaco que acabó oponiéndose a Breton).

Christine cita una entrevista de 1987 en La Jornada donde Rahon, en vísperas de su muerte, se deslinda ella misma de esa clasificación: “Empecé a pintar a la vez que escribía, pero cuando entré en contacto con el movimiento surrealista dejé de pintar. No entendía su pintura, la sentía demasiado literaria y descriptiva. Y, para mí, pintar no es eso. Recuperé la pintura al llegar a México, con Paalen, en septiembre de 1939.” A Rahon no le interesó el tratamiento narrativo de la imagen, y entre otras cualidades, esto vuelve su propia obra más compleja a nivel plástico. Christine la define como la representación introspectiva de “una naturaleza acuática, aérea e incendiaria (…) y profundamente anclada en la tactibilidad sensible y sensual” (p. 33).

Se aparta Christine de la tentación esotérica en que cayeron todos los críticos al abordar la obra de Alice Rahon ⎯una tentación retrógrada-. Desconocida en Francia, Rahon obtuvo el éxito y la fortuna crítica en México, desde su primera exposición individual en la Galería Arte Mexicano de Inés Amor en 1944.

Comentaron su obra César Moro, Jorge Crespo de la Serna, Anaïs Nin, Margarita Nelken, Fernando Gamboa, Max Pol Fouchet, Raquel Tibol, entre otros, pero siempre dentro de un registro ocultista que la alzó al rango de chamana, sibila, hada milagrosa. En cambio, Christine Frérot acota las influencias tempranas de la pintora en las lecturas, los viajes (Altamira, la India, Alaska, la Columbia Británica…) y en las amistades vanguardistas de juventud. También señala la pasión por las artes cavernarias e indígenas que compartió con Paalen, relata las vivencias que la marcaron, y sobre todo asimila la intuición onírica de Rahon a la categoría de lo “real maravilloso” (en eso reconozco en Christine a la profesora de La Sorbona; yo me formé allí en los años ochenta , era la época del boom y en los estudios de literatura comparada predominaban las letras latinoamericanas, en contraparte del minimalismo descriptivo que ofrecía el Nouveau Roman de Robbe-Grillet, Claude Simon y Michel Butor, y de la aridez sistemática de la semiología).

Lo real maravilloso es un concepto de ficción literaria que, en reacción al surrealismo ya por entonces anquilosado, acuñó el novelista cubano Alejo Carpentier en el prólogo de su novela El reino de este mundo (1949). Plantea “forjar un lenguaje apto para expresar las realidades del continente americano, el único continente en que el hombre del siglo XX puede vivir con hombres situados en distintas épocas que se remontan hasta el neolítico y que le son contemporáneos”. Lo real maravilloso de Carpentier pugna por una nueva estética que, a través de una espléndida prosa barroca, recobre el aspecto irracional del mundo latinoamericano, su tiempo supuestamente no lineal sino simultáneo (que hace convivir el pasado precolombino, el presente moderno y un futuro revolucionario prometedor) y, desde luego, sus mestizajes raciales y culturales. Se trata de una lengua fastuosa, festiva, fértil y embriagante.

Para contraargumentar, diré que difícilmente se puede calificar de barroca la factura o la composición de las obras de Alice Rahon. Al revés, lo suyo es la simplificación sintética (que vemos por ejemplo en los signos cuneiformes y las formas geométricas arcaizantes); lo suyo es la composición “flotante”, sin jerarquías espaciales, que da la sensación de atmósferas brumosas, ingrávidas. Lo suyo es la sutileza de las texturas, que con la mezcla de pigmentos y arena o cenizas de volcán, cobran visos minerales. Y desde luego, los colores, magníficos y de gamas refinadas (Crespo de la Serna habla de “líquenes y piedras preciosas”; César Moro alaba “la lentitud del nácar, el fuego ardiendo en el agua esmeraldina”).

Sin embargo, lo real maravilloso que percibe Christine en los óleos de Rahon podría manifestarse en aquella “opulencia imaginativa y efusión lírica” (como diría Margarita Nelken), y seguramente, al nivel del sentido de la imagen, en los paisajes y escenas sobrenaturales donde los motivos de astros, relámpagos y aves se fusionan con elementos topográficos y culturales locales (eso sí: apenas sugeridos), como ciudades fabulosas, pirámides, fiestas pueblerinas, procesiones y quemas de Judas.


Se pueden identificar dos etapas productivas de Alice Rahon. Su mejor época coincide con el descubrimiento del país y de sus propias aptitudes de pintora, en los años cuarenta y cincuenta: esboza paisajes de atmósfera tenue como la gasa o la niebla, con una factura que recurre a motivos arcaicos y escenas de ensoñación. Más adelante, Rahon comete amplios planos cromáticos atravesados por pinceladas diagonales, pero en esa “depuración” informalista que suprime la sugestión del dibujo, pierde expresividad y sustancia plástica. Se adivina la intención sin ver resultados.

Consideremos entonces esta rectificación entre surrealismo y real maravilloso como una aportación crítica del libro de Christine Frérot, en la medida en que desempolva la historiografía hasta hace poco en vigor ¿Cuáles serían sus otras aportaciones? Por supuesto, el retrato de una mujer fascinante y el relato de una vida emancipada, cuya infancia y juventud fueron afectadas por la enfermedad y la invalidez, pero que floreció en la edad adulta gracias a los viajes y al destierro. Un destino de superviviente, en palabras de Christine.

Otra contribución valiosa del libro es ponernos al día: 1) La autora cuantifica la producción de Rahon (¡750 obras en total!) y destaca su presencia constante en galerías y museos de México y Estados Unidos, desde 1944 hasta 2020. 2) Frérot actualiza también el censo de exposiciones póstumas y documenta los esfuerzos recientes de promoción internacional, por ejemplo de la Galería de Wendi Norris en San Francisco , y que publicó en 2021 un libro sobre Alice Rahon con textos de Daniel Garza Usabiaga y Tere Arcq. 3) Y, por último, alienta futuras investigaciones, aunque hay que aclarar que los archivos de Rahon los vendió una sobrina al Getty Research Institute de Los Ángeles, y que Christine no los pudo consultar debido a la pandemia y porque todavía no están disponibles en línea. En suma, Frérot, ante la nula recepción de su obra en Francia, nos convence de la urgencia de revalorar a Alice Rahon como se merece.

Es evidente que queda pendiente una exposición de Alice Rahon en Francia, que itinere por Europa, Estados Unidos y otros países ¿Por qué no pensar en un intercambio? Un trueque: de una francesa que vivió en México por una mexicana que radicó en París. Jaime Moreno ya se ocupó en un libro reciente de la estancia de Frida Kahlo en la capital francesa, hacia 1939. ¿Quién quedaría? No está fácil. Pero pienso por ejemplo en María Blanchard, que no fue mexicana pero era prima del escultor Germán Cueto y lo incitó a instalarse en París con Lola su esposa titiritera y sus dos hijas Ana y Mireya. Blanchard destacó en los círculos cubistas y coincidió en esa corriente con Diego Rivera en los años 1915, durante la primera preguerra.


Para terminar, quiero contarles una anécdota curiosa, y que tiene que ver con la desintegración del surrealismo en Europa por efecto de la Segunda Guerra Mundial. Christine narra en su libro cómo los disidentes del movimiento tomaron el relevo en América Latina: por su parte, Paalen se volvió prófugo al fundar la revista DYN que buscaba en la ciencia, el arte moderno y las culturas amerindias fuentes renovadoras para el pensamiento creativo. En pleno conflicto bélico, sus colaboradores (Henry Miller, Anaïs Nin, Alfonso Caso, Roberto Matta, Manuel Álvarez Bravo, Alexander Calder, Jackson Pollock, etc) estimularon el espíritu humanista de este lado del Atlántico.

Conocí hace poco una joven estadounidense, vitralista con pinta de modelo, que posee un espacio underground en la colonia Portales para acoger a artistas multimedia, grafiteros y de performance. El espacio se llama The Womb (La M) y recientemente tuvo inauguración de puertas abiertas. Resultó que esta joven, de seudónimo Joui Turandot, es sobrina nieta de la cineasta francesa Agnès Varda y me contó que su abuelo, Yanko Varda, había muerto de un ataque cardíaco en México, en 1971, saliendo del avión que lo trajo a visitar a su ex amante Alice Rahon.

Yanko Varda (1893-1971) hacía collage y mosaicos, y formó parte de la vanguardia parisina y londinense de los años veinte y treinta. Pasaba los veranos en la casa del crítico y coleccionista Roland Penrose, el esposo de Valentine, poeta con quien Rahon viajó a la India en 1936 para escapar de un amorío con Picasso. Y allí, en el sur de Francia, Yanko Varda conoció a Paalen y convivió con Miró, Derain, Ernst, etc. En víspera de la Segunda Guerra Mundial, Varda se mudó a California, donde fundó una comuna pre hippie con Henry Miller, a quien presentó a Anaïs Nin, quien era amiga de Rahon y le dedicó unos párrafos admirativos en sus Diarios. Luego Varda compró con el pintor surrealista inglés Gordon Onslow Ford un viejo ferry boat en Sausalito para hospedar veladas literarias y de desenfreno. Gordon Onslow Ford estaba casado con Jacqueline Johnson, quien en la revista DYN de Paalen reseñó la primera exposición individual de Rahon en la GAM; Christine Frérot menciona en su libro que ambos, Gordon y Jacqueline, se establecieron en Pátzcuaro donde acogían a artistas e intelectuales emigrados como la pareja Paalen-Rahon; y anota Frérot: “Alice Rahon describe este lugar como “una isla suspendida en la luz.”, (p. 62) lo cual nos remite inmediatamente a la calidad evanescente de sus cuadros…

Me encantó el encuentro fortuito con la excéntrica Joui Turandot en vísperas de esta presentación del libro de Christine Frérot. Interpreto esa coincidencia como una prueba de la interconexión de ideas y personas talentosas en los círculos creativos en que se desarrolló Alice Rahon en el continente americano, y como un eco de los fenómenos culturales, de la vida de Alice Rahon y de su pintura que describe Christine en su libro.


Sylvia Navarrete. Curadora, investigadora, escritora y crítica de arte. Sus curadurías más recientes son: Clandestino. Colección de fotografía de Pedro Slim (CoBrA Museum for Modern Art, Amstelveen, Países Bajos, 2021); Concordancias (Colección BBVA, Madrid, 2021) y Francisco Castro Leñero. Una lógica de la belleza (Museo del Palacio de Bellas Artes, CDMX, 2023).