14 / 01 / 25
Sangre que habla y circula en el mundo
Johannes Neurath

En la mirada de los iniciantes Huicholes, los ríos, arroyos y corrientes subterráneas llevan la sangre de los dioses que se ofrecieron en sacrificio en el principio de los tiempos para crear el gran cuerpo que es el mundo. Este gesto primordial se renueva cada vez que se practican ritos con sacrificios de animales cuya sangre se lleva a los lugares de culto en el desierto para ofrendarla a los dioses. En las lagunas y manantiales de estos sitios se recaba agua, que es la sangre de la tierra, y se lleva hasta el mar. Así, la labor de estos especialistas rituales es mantener el pulso del mundo, que palpita en rojo

¿Por qué los ritos mesoamericanos son tan sangrientos?. Una respuesta podría ser que, en realidad, el mundo es un lugar aún más sangriento, aunque mucha de la sangre que circula la percibimos como agua. Entre los Huicholes el mundo es un cuerpo en el que se transformaron los primeros seres humanos por medio de sacrificios. Los ríos, arroyos y corrientes subterráneas de agua son en realidad las venas que los ancestros donaron en un acto voluntario: el agua que circula en el cosmos es, pues, su sangre. Por esta razón, la sangre es el líquido por excelencia. No puede haber lluvia y agua en los ríos que fluya la sangre sacrificial y, por ende, sin que existan los sacrificios. El movimiento de las nubes que trae la lluvia es la respiración del mundo, su alma habla en el lenguaje de los truenos y relámpagos, que son la expresión de su vitalidad.

Toda el agua que circula en el mundo es originalmente roja, pero ya no la podemos ver de ese color. Solamente quienes han adquirido el “don de ver”, los mura´ akate, los iniciadores que “saben ver” y “saben soñar”, pueden mirar la sangre donde nosotros, los no iniciados, sólo percibimos agua. Para obtener el “don de ver” se tiene que practicar el sacrificio, actividad que tiñe de rojo el amanecer.

Es tarea de los seres humanos mantener al mundo con vida. Y para ello hay que realizar sacrificios de los ancestros y evitar que se detengan los movimientos que lo animan, sobre todo la circulación de la sangre en el mundo.

Por eso el ritual huichol consiste, en gran medida de secuencias de sacrificios y peregrinaciones que se ejecutan para transportar sangre y agua de un extremo del mundo al otro. La sangre sacrificial se lleva a los lugares de culto donde hay manantiales, las lagunas u ojos de agua. Ahí se recoge agua bendita para los patios rituales donde se llevan a cabo los sacrificios. El agua de los manantiales del desierto se lleva al mar, el agua del mar se llevará al desierto y así en todos lados se entrega sangre sacrificial en un ritual que nunca termina.

Mawarixa, el sacrificio ritual de un animal doméstico (que puede ser un toro, becerro, vaca o chivo), se realiza en numerosas ocasiones, casi siempre en la mañana o madrugada, después de una noche de vigilia y canto chamánico. Durante la sesión del canto, el chamán consulta a las deidades ancestrales para saber si los sacrificios son suficientes, pero raras veces lo son. Normalmente los dioses piden más sacrificios y más ofrendas. A veces piden que se inmolen animales más grandes, por ejemplo, un toro en lugar de un becerro. Durante el proceso de negociación también se pregunta al animal si está conforme con su destino. Por supuesto que lo estará.

El último preparativo para el sacrificio es pasar las sogas, que se amarrarán al cuello del animal, por las espaldas de los participantes de la fiesta. Este procedimiento es una manera de purificarse. Amarradas las patas, se jalan los animales hacia el lugar del sacrificio, frecuente al altar o a la puerta del adoratorio xiriki. Al momento del sacrificio, el cuello de la res o del chivo se colocará justo encima de un tepari, una piedra circular que suele estar enterrada o sobrepuesta en el piso frente al templo. El animal debe colocarse con la cabeza hacia el Este y las patas volteadas hacia el Sur. La cuerda enlaza el cuello del animal con el altar donde lo esperan flechas, jícaras y demás objetos votivos. Se encienden las velas y, con la ayuda de los adultos, los niños llamados “angelitos” (hakeri) sostienen crucifijos e imágenes de santos sobre el lomo del animal. A veces, una mujer le ofrece una taza de chocolate con galletas de animalitos.

Las reses suelen sacrificarse con un cuchillo que se clava en la carótida. Inmediatamente se recoge la sangre que brota de la herida en toda clase de pequeños recipientes (latas de cerveza, sartenes, jícaras). Las velas se untan con la sangre que brotó del animal aún agonizante, igual que las fechas y jícaras votivas, las piedras de sacrificio, y demás objetos rituales. En las fiestas que se celebran durante la temporada de lluvias, la sangre también se lleva a las milpas y se unta en algunas matas de maíz.

Con frecuencia los sacrificios de animales domésticos se realizan al amanecer. En fiestas grandes se sacrifican numerosas víctimas, cuya sangre se obsequia como alimento también al astro diurno que acaba de triunfar sobre la noche. En este contexto, la res o el chivo simbolizan las fuerzas de la oscuridad que han sido vencidas por la luz. Después de toda una noche de vigilia y canto, el espectáculo del sacrificio durante la salida del sol es una experiencia impactante: el repentino exceso de luz y sangre parece una bella visión de peyote, una visión que arde en un rojo profundo.

Inmediatamente después del sacrificio el animal es desollado y destazado en un terreno cercano al patio festivo. Los cuernos, la lengua y el corazón son ofrendados en el altar. El cantador recibe una pierna y la lengua como parte de su pago, junto con refrescos y cervezas o algunas botellas de mezcal, tequila u otro tipo de alcohol. Con la sangre y las tripas se prepara moronga (kwinuri) y el resto de la carne se usa para preparar “picadillo” y un “caldo” (itsari). Los dioses ancestrales solamente consumen la parte más preciosa del sacrificio, la sangre que brota del animal aún vivo. El resto se deja generosamente a los “hermanos menores” de los dioses, los seres humanos reunidos en la comida festiva.

Quienes ofrecen los sacrificios y donan los objetos con sangre sacrificial mantienen una relación recíproca con los dioses ancestrales de quienes se espera obsequien vida; es decir, salud, fertilidad y lluvia. En peregrinaciones posteriores a las fiestas, las ofrendas se encargan untadas con la sangre de los animales sacrificados en los lugares sagrados, que son las moradas de las deidades. Para cada lugar y dios se tendrá, por lo menos, una vela, una flecha y una jícara. Cada uno de estos objetos llevará unas cuantas gotas de sangre sacrificial, que no sólo es alimento para los dioses, sino que también “hace hablar” a las ofrendas y permite que los dioses escuchen las oraciones.

En su interior, las jícaras llevan una pintura de color “rojo/sangre” (xure, a veces rosa) o “negro/oscuro” (y+wi, a veces azul o morado). Las jícaras con pintura “sangre” son para las deidades celestes y el fuego, los dioses que son también mara´akate, personas iniciadas, y pueden ver el rojo del agua.

Las jícaras “oscuras” son para las diferentes diosas madres ( las tateiteime), para la gran diosa Takutsi Nakawe, las diferentes madres de la lluvia y del agua y para el dios del viento Tamatsi´Eaka Teiwari. Estas deidades nos son seres iniciados y ven la oscuridad negra o el agua azul ahí donde el mara´akame puede ver el rojo de la sangre. Ambas clases de jícaras sirven como recipientes para ofrendar la sangre de los animales sacrificados a las deidades. Las jícaras rojas llevan doble sangre, las jícaras negras llevan sangre y agua, pero el agua, en realidad, también es sangre, también es roja…

Johannes Neurath. Es maestro en Etnología por la Universidad de Viena y doctor en Antropología por la UNAM. Desde 1992 realiza trabajo de campo entre los huicholes y coras. Es curador de la sala del Gran Nayar en el Museo Nacional de Antropología. En 2010-2011 fue profesor invitado en el Laboratoire d´Anthropologie Sociale del Collage de France. Es autor, entre otros títulos, de Las fiestas de la Casa Grande: ciclos rituales, cosmovisión y estructura social de una comunidad. Fue coordinador de los números 75 y 85 de Artes de México, dedicados al arte del Gran Nayar.

Te invitamos a que consultes la revista-libro Del rojo al rosa mexicano. No 111. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.